Un largo ejercicio de nostalgia
Sobre Aquí nos vemos de John Berger
En Aquí nos vemos, John Berger recuerda a sus muertos trayéndolos de nuevo a la tierra y para cada uno de sus encuentros elige una ciudad europea. En Lisboa, su madre lo espera, paciente, resguardándose del sol bajo una frágil sombrilla. El diálogo es ameno y familiar. Él escucha y ella finge desentenderse. Por otra parte, la ciudad portuguesa también opina. Es la ciudad del agua y un antiguo acueducto reemplaza a la plaza donde se ven por primera vez. Hay un buen momento cuando ella aplica algunas reglas de la frenología y él acota que los frenólogos “son un puñado de criptofacistas”. En el ambiente queda la duda. Las caras, después de todo, pueden ser leídas. El padre es tema obligado y antes de separarse, la madre le recomienda que no olvide la cortesía.
En la segunda parte, un mercado al aire libre de Cracovia y el muerto está vez es Ken, una especie de guía intelectual y vital del que Berger aprendió tanto a jugar a las cartas como a leer a Orwell y a Proust. Pintorescas mujeres venden verdura y dos hombres juegan al ajedrez, mientras ellos eligen una buena cerveza y rememoran épocas de estudios. Luego, en un barrio londinense de Islington, el narrador busca la ayuda de un compañero de estudios para evocar el amor físico y ocasional con un antigua amiga. “Quizás –dice fechando el relato– era algo que sólo podía darse en la primavera londinense de 1943.”
Después, una larga descripción, casi una monografía, sobre pinturas rupestres francesas. En la frontera entre Polonia y Ucrania, donde el narrador se reúne con dos amigos y su hijo recién nacido, se narra el final. En el capítulo más pobre de este recorrido europeo por el mapa de la memoria, Berger, acompañado de su hija, va a visitar la tumba de Borges. La interesante descripción, alejada del lugar común, le da relieve a la ciudad. Como una mujer, Ginebra es contradictoria, enigmática, sexy y reservada. Pero el escenario no logra sostener la iniciación sexual de Borges con la prostituta que le provee su padre. La pretensión es poética pero el resulta es serio y cursi. Berger dice: “Sólo se desnudaba en los poemas, los cuales, al mismo tiempo, eran sus ropas.”
Sosegada, incluso perezosa, la escritura de Aquí nos vemos es mansa, poco dada al armado de mecanismos narrativos o líneas argumentales. En algunos puntos, logra una nitidez asombrosa: “A veces nos quedábamos toda la noche hablando. Me despertaba y me llevaba al jardín; en un extremo había un busto de Séneca, y no nos podía ver nadie allí desnudos esperando que saliera el sol.” Sin embargo, al no ser exactamente una novela o un libro de relatos, sino que más bien una serie de textos autobiográficos nucleados alrededor del acto de recordar, el libro carece de conflictos, e incluso de potencia. Y los personajes, reales, valientes, diseñados para cautivar, nunca son ambiguos y no logran seducir. Hasta sus miserias, si se las permiten, son áureas.
Si bien ninguna de estas características es nociva en sí misma, su confluencia genera indiferencia. Recordar a los muertos puede ser un ejercicio de vitalidad. Pero a Berger le falta material, exposición, conflicto, y, a cambio, nos ofrece nostalgia por cosas, personas y situaciones que desconocemos. Una madre, un mentor intelectual, un poeta admirado, un viejo compañero de clase, no alcanzan por sí solos para despertar el interés. Por otra parte, la intención central del libro, desdramatizar de la muerte, no garantiza nada. El cuarto capítulo, por ejemplo, se titula sin ambigüedades Cómo recuerdan los muertos algunas frutas y es un recorrido gastronómico simple y exquisito por melones, ciruelas y cerezas. Pero al cruce le falta tensión.
En su lugar abundan las frases que Berger coloca como tesoros a ser descubiertos. La vocación de brillo se le nota y no esconde bien el objeto. “En lugar de enfrentarse a los misterios, la cultura de hoy persiste en evadirlos” sentencia. La frase hit que aparece sobre el final, solitaria en una página y a modo de aforismo es la confirmación de esa técnica. Lacónico y tautológico, Berger escribe: “La cantidad de vidas que caben en una sola es incalculable”. Del conocimiento de la campiña europea, Berger, nacido en 1926, extrajo sus mejores novelas.
Aquí nos vemos es un libro de vejez, pensado casi para cuando él no esté. Especie de proto-novela, o colección de apuntes autobiográficos, su clave de lectura actual la proporciona el mismo autor cuando, retratando a los cómicos de un Music Hall dice: “los números tenían que tener estilo. Había que ganarse al público al menos dos veces cada noche.” En Aquí nos vemos, el estilo está. Las ciudades, sin embargo, no alcanzan para alcanzar el objetivo final.
(Publicado en el suplemento Cultura de Perfil)
4 Comments:
buena reseña, minuciosa. lo leí en la tranquilidad de las vacaciones, entregada a mi propia nostalgia y me gustó, pero señalás cosas en las que coincido. Es un libro de viejo, eso lo pensé durante toda la lectura. Lo de las frutas me pareció innecesario y vacuo.
De todos modos, me gustó su prosa.
saludos
lm
Gracias, lolamaar. A mí también me gustó y me gusta la prosa de Berger. A veces pienso que fui muy duro, pero después me digo: "Che, es Berger, que se la banque".
Pasaba a dejarte la dire de mi blog por si te queres dar una vuelta.
http://rominabond.blogspot.com
Saludos,
estimado terranova: sos duro con berger, y si, es una obra de recuerdos, de repaso, de contar las moneditas que te quedan en el bolsillo, no con una actitud dionisiaca si no con reflexion, con melancolia, no es una novela de cuerpos sino de fantasmas. Seguirias escribiendo tu erotica a los 8o, a menos que fueras un h. miller?Fijate que hasta la tapa es un homenaje mas a cezanne, que a bacon. saludos alejandro
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