Monday, April 16, 2007

Kurt Vonnegut, jr. (1922-2007)



En una película anodina, Nicolas Cage revive el momento en que se separó de su primera novia. “¿Quién se queda con Cuna de gato?”, pregunta alguien. En Rabia, la premonitoria novela firmada por Stephen King con el seudónimo de Richard Bachman, un estudiante secundario toma el colegio a punta de pistola y un grupo de estudiantes universitarios hablan con pasión sobre una de sus novelas. En el escenario norteamericano habitual, su nombre era una guiño fácil, tanto como pueden serlo Buster Keaton o Jesse Owen. El pasado jueves 11, Indianápolis, Indiana, y el mundo entero perdía a uno de sus hijos pródigos. Kurt Vonnegut, veterano de guerra, profesor de “escritura creativa” y verdadero patriarca inteligente de las letras norteamericanas dejaba a sus seguidores solos con sus libros. Varias veces propuesto para el Premio Nobel, deja en su paso por el mundo una obra fetiche, lugar más obligado que común y verdadera fuente de creatividad americana. En la Argentina no era parte orgánica del circuito, sus libros no llegaban o no se traducían, pero tenía muchos y fieles lectores.

El estilo hace al hombre. “Escribí para complacer sólo a una persona –aconsejaba Vonnegut–. Si abrís una ventana y le hacés el amor al mundo, por decirlo de alguna manera, tu historia se va a agarrar neumonía.” Digno heredero de Mark Twain, recurriendo siempre al artesanal trabajo del seductor, Vonnegut hacía con facilidad muchas cosas díficiles. Sus novelas proponen una prosa ligera, elástica y muy efectiva para tratar temas escabrosos o trágicos, un humor detallista y omnipresente como lubricante general, virtuosismo a la hora de componer personajes y una vuelta de tuerca sobre el realismo norteamericano de la mano de la ciencia ficción y otros géneros de consumo masivo. Su novela Slapstick, de 1976, traducida al español como Payasadas, tomaba su título y buena parte de su idea de composición de las practical jokes al estilo El gordo y el flaco. Para Vonnegut la literatura no era más que el desarrollo y las variantes de un tortazo de crema en la cara y las risas subsecuentes.
Matadero cinco, de 1969, su libro central y un resumen de su ideología narrativa, cuenta la historia del bombardeo de Dresde, funciona como una historia personal de la Segunda Guerra Mundial y enlaza las muy suculentas alucinaciones de Billy Pilgrym, un hombre que atraviesa su experiencia como soldado raso en el frente con una indiferencia completa, viaja al planeta Trafalmadore, donde es encerrado en un zoológico con una estrella de cine y ayuda al escritor Kilgore Trout, reflejo deforme del mismo Vonnegut, a repartir diarios.
Pero Matadero cinco no es excepcional; punta del iceberg, viene rodeada de una serie de novelas más o menos famosas de igual calidad. En Madre noche, de 1962, un dramaturgo se infiltra en el corazón político del Tercer Reich para después ser juzgado por los Aliados; en Dios lo bendiga, Mr. Rosewater, de 1965, Vonnegut explora la excéntrica vida de un millonario infantil; en El desayuno de los campeones, de 1973, un vendedor de autos se vuelve loco y Kilgore Trout mete las patas en aguas contaminadas viajando al encuentro de Mr. Rosewater; en Buena puntería, de 1983, una familia disfuncional, histérica y alemana, en la que nadie puede dejar de verse reflejado, asciende y desciende en el sube y baja del sueño americano; en Hocus Pocus, de 1990, ambientada en un futuro próximo, los japoneses regentean las cárceles de los Estados Unidos y un veterano de Vietnam cuenta su vida.
Todas estas novelas merecen una buena reedición en bloque, agregando sus relatos y ensayos reunidos y, por qué no, sus desconocidas obras de teatro. Desde el jueves, los editores tienen su excusa.

Adiós y buena suerte. Sobre el final de su existencia, Vonnegut se había dedicado a dibujar, envejecer, escribir artículos contra Bush y mirar el mundo con una amable sonrisa de resignación. Si el colectivo amarillo que lo lleva al cielo pasa por el purgatorio, seguramente el escritor le va a pedir al chofer que haga una parada diciendo: “Bueno, usted sabe, el hombre es un animal curioso y no puedo dejar pasar una oportunidad así”. Ojalá que en esa parada, mientras toma una cerveza y hojea algunos diarios, pueda leer esta necrológica, hacer un mueca de aprobación y sugerir que le faltó un poco de humor a un género que evidentemente lo necesita. Chau, viejo zorro. Te vamos a extrañar.

5 Comments:

Blogger Gogui said...

Terra, éste es el fragmento quen te comenté el sábado a la noche que me impresionó.

"Kilgore Trout escribió una vez un relato que trataba sobre un diálogo entre dos fermentos que discutían sobre las posibles finalidades de la vida mientras comían azúcar y se asfixiaban en sus propios excrementos. Debido a su limitada inteligencia nunca llegaron siquiera a imaginar que estaban haciendo champán".

(El desayuno de los campeones)

Increíble, no? Yo sólo leí Las Sirenas de Titán, y lo compré por le título, no lo conocía. No sólo los editores tienen excusa para reeditarlo, sino los lectores apra entrar en su obra.

12:39 AM  
Blogger Terra said...

Sí, Gogui. Un masa. Gran abrazo.

3:31 PM  
Blogger Martín Zariello said...

Yo también sólo leí Las sirenas de Titán. Lo encontré en una librería llamada El Túnel de Pinamar a 9 con 90. Ahí están varios de los mejores títulos editados por Minotauro. No sabía que había muerto.

10:50 PM  
Blogger Timo said...

Nadie se puede perder "Dios lo vendiga Mr. Rosewater" es absolutamente maravilloso, no hay un dialogo q tenga desperdicio.
Consejito: Hace dos dias encontre en una libreria de corrientes "Un hombre sin patria" y aun quedaban algunos, yo les diria q dejen lo q estan haciendo y vayan a buscar un ejemplar...

11:20 AM  
Anonymous Anonymous said...

Good for people to know.

10:06 AM  

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