Wednesday, July 25, 2007

la moral de los escritores


En el principio, fue una nota periodística. El Premio Nobel de Literatura 1999 le dijo al Frankfurter Allgemeine Zeitung que a los quince años había formado parte de las hilachas de las Waffen SS. Los verbos que se usaron fueron “reveló”, “admitió” y hasta “confesó”. Mientras las acusaciones y la indignación se repartían por toda Europa –generando una expectativa sobre el libro que luego se traduciría en ventas–, mientras los editores pedían columnas de opinión a favor y en contra y mientras en España se recurría a oscuros falangistas para descifrar el alemán, la información llegaba fragmentada a la Argentina. “Esperen a leer el libro”, dijo, no sin resignación, el autor. A meses del fuego cruzado, acaba de aparecer en la Argentina Pelando la cebolla, el ensayo autobiográfico de Günter Grass donde se cuenta con alambicada sensualidad, entre otras cosas, anécdotas bélicas, diversos tipos de cautiverio y el comienzo de su carrera como escritor.
El arte de narrar. Para empezar, el libro está tironeado, como era de imaginar, por la hybris de la ficción. La primera línea es una alusión directa al oficio del novelista: “Lo mismo hoy que hace tiempo, sigue existiendo la tentación de disfrazarse de tercera persona”. Grass es un narrador –y también un poeta– de neto corte autobiográfico que juega todo el tiempo con los géneros y que sabe que la política y la historia también se presentan en forma de historias.

La metáfora central de Pelando la cebolla, entonces, es el bulbo que se desarma, capa por capa, avanzando sobre los recuerdos, siempre dudando, sospechando que la información no es del todo fidedigna en los detalles. Un oficial de la Luftwaffe roba pan en un campo de prisioneros y es castigado a golpes de cinto por los soldados, que descargan en él toda la ira de la derrota y años de subordinación. Grass se pregunta si también participó del correctivo. Cada tanto una batería de preguntas corta el enroscado estilo del libro: “¿Es posible que el miedo de hacer alguna pregunta que lo pusiera todo patas arriba me volviera mudo?”.

En Pelando la cebolla se cuenta el fin de la infancia marcado por el principio de la Segunda Guerra Mundial, la vida en la tienda de ultramarinos familiar y la poderosa seducción que ejercían, como una “demencia autoinoculada”, el nacionalsocialismo y la guerra, condimentados ambos por lo que se veía en el cine: “No había noticiario que no mostrara el regreso victorioso de esos submarinos”. La narración se estira hasta el chef que daba clases de cocina sin materiales rodeado de la hambruna del campo de prisioneros del Alto Palatino, los primeros pasos de Grass como escultor tallando lápidas sepulcrales y la Olivetti, regalo de bodas, con la que comenzó a escribir, en un París pobre de posguerra, sus primeros poemas buenos.

Fugaz artillero. Perdida en esta cosmogonía, está la incorporación, como artillero de tanque, a la división Jörg von Frundsberg que, perteneciente a las Waffen SS, se organizaba sobre el final de la guerra. Aunque Grass enseguida afirma que no hay excusas, la verdad es que apenas era un adolescente. Una breve historia de esa siniestra unidad de elite, por otra parte, destrabaría todo malentendido. Las Waffen SS no eran las mismas en 1941 que al final de la guerra. Su accionar en el frente soviético, cuando avanzaban a la retaguardia de la infantería realizando una “limpieza étnica e ideológica”, es muy diferente a la retirada, cuando sus unidades desaparecían sin voluntarios ni pertrechos.

¿Qué habría pasado si Grass hubiera sido destinado, como un engranaje más, al mecanismo de los campos de concentración? ¿Qué historias contaría entonces? ¿Alcanzaría esa vergüenza que dice nunca lo abandonará? Pero no fue así. Lo más lejos que llegó el autor de El tambor de hojalata fue usar las runas en forma de “SS” en el cuello de su uniforme. Grass atravesó el caos final del Tercer Reich sin disparar un solo tiro y no duda en confesarse un cobarde que se meaba encima cuando sonaban los Katiuska rusos. Por una cuestión de cronología, rango y geografía, lo mismo podría haber sido reclutado por la Wehrmacht, el ejército regular alemán. Comparado con el grado de responsabilidad de muchos civiles que escaparon de los juicios políticos y militares, lo suyo es anecdótico. Pelando la cebolla es un buen libro, un poco pomposo incluso cuando intenta describir la intimidad, pero no hay ahí material para el escándalo.

A veces, la buena moral del escritor es un valor de cambio que se busca en los estantes serios de las librerías antes que la promesa de una lectura placentera. Pero la venia edificante y el visto bueno son inestables. Los que leen para confirmar sus ideas se ven forzados, con apenas un guijarro en el zapato, a entrar en diálogo con el autor, compartir sus dudas, sus momentos de confusión y sus errores. ¿Se arrogó alguna vez Grass el título, “conciencia moral de la Alemania antinazi” o habló de su “capital ético”? Lo dudo mucho. ¿Jugó a la ambigüedad? Quizás. Y sin embargo, su currículum lo autoriza a eso que le endilgaron. Ahora, con muy poco, atenaza su figura pública. Solamente los que hacen de la ética un negocio pueden ver, en él o en su libro, el lucro de la mentira.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

La reseña es impecable, incluso para quien -como yo- no leyó el libro.

Preguntas sobre la cocina: ¿cómo se reseña un libro así? ¿cuánto tiempo lleva esta escritura en el apuro de una redacción?

5:15 PM  
Blogger Diego Grillo Trubba said...

A mí me parece que lo que prima en un escritor, o un actor, o un pintor, no es la moral ni la ideología sino el ego. Y las poses morales, o ideológicas, tienden a ser eso: poses.

1:48 PM  

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