El juicio de Orhan Pamuk
(Publicado como Los otros versos satánicos en el suplemento Cultura de Perfil)
Algunos meses antes de que jóvenes palestinos atacaran con botellas vacías el edificio de la Unión Europea en Gaza; antes de que en Maymana, Afganistás, un grupo de trescientos manifestantes lanzaran piedras contra un campamento militar noruego dejando como saldo dos muertos y varios heridos; bastante antes de que un caricaturista free-lance recibiera el pedido de un editor danés para hacer una dibujo de Mahoma con una bomba en la cabeza; y definitivamente antes de este panorama internacional actual, donde el número de muertos en las protestas callejeras asciende de poco pero en forma constante, en octubre del año pasado, el escritor turco Orham Pamuk recibió el Premio a la paz que los libreros alemanes dan todos los años en la Feria del Libro de Frankfurt. Mientras tanto, en su país de origen, un Tribunal de Delitos Graves daba curso a un proceso en su contra por denigrar la identidad turca.
Pamuk, nacido en Estambul a principios de la década del cincuenta, un completo desconocido para el lector porteño, escribe sobre temas incómodos para los turcos. Su novela Nieve, publicada en 2002, por ejemplo, cuenta el asesinato de una mujer que incumplió la norma islámica de llevar la cabeza cubierta, al mismo tiempo que retrata el conflicto, aun vigente, entre la Turquía urbana y cosmopolita y las zonas rurales, de fuerte presencia religiosa. La denuncia de la masacre del pueblo armenio a manos de los turcos durante la Primera Guerra Mundial, otro de los temas de Pamuk, no es ajeno a los libros de ficción. Rabo Karabekian, el protagonista de Barbazul, una de las mejores novelas de Kurt Vonnegut, es hijo de un armenio que llegó a los Estados Unidos huyendo de la masacre turca. Sin embargo, y aunque el de Pamuk no es un caso aislado, que sea un turco el que recuerde esta parte oscura de la historia de su país resulta especialmente irritante.
El juicio en cuestión despertó, como era de esperarse, un movimiento de solidaridad en los escritores europeos, siempre dispuestos a dar su apoyo a los perseguidos, y la comparación con el Caso Rushdie, hoy apenas relevante, no se hizo esperar. (La novela Versos satánicos, de 1988, había desatado la sentencia de muerte o fatwa sobre su autor, Salman Rushdie. El líder iraní de turno llegó a ofrecer tres millones de dólares a quien pusiera su cabeza en un plato, y aunque el actual gobierno declaró su desinterés, la fatwa sigue vigente porque quien la anunció murió sin revocarla.) El tema se vuelve todavía más complejo cuando entran en juego las comprensibles aspiraciones turcas de ser parte de los beneficios que promueve la Comunidad Europea, a esto y no a otra cosa, parece, se debe el veredicto final de libertad que libró a Pamuk, por el momento, de cualquier pena.
Mientras los detractores intelectuales del escritor hablan de una poco sutil seducción cuyo objetivo último es Estocolmo y el premio Nobel, mientras el actual canciller español llama a no caer en la trampa de los partidarios de una “guerra de las civilizaciones” y el primer mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan, critica la publicación de unos dibujos satíricos al mismo tiempo que hace una llamado "al respeto y la calma", nadie puede negar que ser polémico siempre trae riesgos y beneficios. La historia de la literatura está llena de casos parecidos, violentos, trágicos o ridículos. De allí que, si bien es posible escribir desde la inocencia, Pamuk, como todos los que firman una novela, un libro cualquiera, o incluso un artículo periodístico, va a tener que responder por los efectos, tanto positivos como negativos, que generen sus palabras.
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