Dos puntos sobre Di Bendetto
(Leído en la Semana de Homenaje a Antonio Di Bendetto en la Biblioteca Nacional)
1.
Hay un entrevista realizada en 1985 por Jorge Halperín (sale el 14 de julio de 1985 en Clarín y está recopilada en libro) en la que Di Benedetto habla de su obra y de sí mismo. Es una entrevista que se consigue en Internet en el portal de Página/12 y que, a mí, me resulta, en esta ocasión, más sugestiva de leer que los libros de Di Benedetto.
Hay un parte de esa entrevista que realmente me entusiasma mucho. El periodista pregunta (y llamarlo así no es un detalle, es un periodista el que pregunta y uno del medio gráfico más importante de ese momento): “Usted fue periodista gran parte de su vida. ¿Hay un abismo entre periodismo y literatura?”.
Por supuesto, es una de esas pregunta terribles de noticiero, donde el notero le pone el micrófono al tipo y ya le está dando la respuesta. Por ejemplo, “¿Usted cree que si acá hubiera un semáforo se hubieran salvado las dos vidas de esta viuda y este cieguito que venían cruzando la calle?”. O si no, “¿Usted piensa que si la policía hiciera correctamente su trabajo a este jubilado le habría abierto el estómago de un tajo para robarle las pastafrola?”. Son preguntas que ya vienen con la respuesta, a las que uno no puede más que responder “sí, sí”.
Lo curioso es que Di Bendetto no se deja agarra por la cola y a la respuesta “¿Hay un abismo entre periodismo y literatura?” responde que no, que al contrario y que “El ejercicio del periodismo da una agilidad expresiva y una capacidad de síntesis muy diestra en saber distinguir lo principal de lo secundario. Eso es muy valioso para un escritor.” Después cita a John Steimbeck y la historia de que era cartero y lo echaron por leer cartas ajenas, cartas en las que buscaba historias.
Pese a que la respuesta es clara, el periodista vuelve a preguntar: “¿Podría decirse que el periodista es una categoría diferente de escritor?”. Esta también es una pregunta con respuesta incluida. Y Di Benedetto vuelve a decir que no: “No es diferente. Esencialmente, el escritor es un periodista que no trabaja sobre el tema que sucedió hoy y hay que entregar esta noche para que se publique mañana. El escritor es un cronista, por momentos redactor, por momentos entrevistador. Es decir que varios aspectos de la profesión periodística están aglutinados en el escritor.”
Esto me parece increíble. Que Di Benedetto diga esto me pone de muy buen humor. Pero Jorge Halperín, el periodista de Clarín, vuelve una vez más a la carga y ya no pregunta, sino que directamente afirma: “Alguien dijo que es muy difícil que quien escribe regularmente por encargo no quede incapacitado para la literatura.” Es interesante detenerse en ese “alguien”. ¿Quién es? Es obvio que ese “alguien” es el mismo Halperín. Ya avasallado, Di Benedetto, inteligente, accede pero no se abandona: “Es difícil, pero yo tuve experiencias a favor y en contra. Por ejemplo, mi cuento Caballo en el salitral, que tuvo tan buenas consecuencias (premios internacionales, N. del R.) es el producto de una época donde yo trabajaba de sol a sol. Y lo escribí en cuatro horas de la madrugada.”
Más allá de que sorprende que la “N. del R.”, que asocia muy rápido “buenas consecuencias” con los sistemas de premiación, agregando el plus dudoso de “internacional”, Di Benedetto se mantiene en la honestidad de aquel que conoce los caprichos y los enigmas de la inspiración. Esto es en lo que yo estaría de acuerdo con Di Bendetto. No hay límites claros entre el periodismo y la literatura. Más bien, la división es del orden de la lectura y del poder.
2.
Siempre en la misma entrevista, hablando de Caballo en el salitral, el periodista hace un pregunta que sí espera respuesta: “¿Por qué escribió cuentos sin seres humanos?”. Di Benedetto es muy claro y responde:
“Porque me atropelló un desafío de Sabato. El anduvo por Mendoza hace muchos años y un grupo de amigos lo rodeamos para escuchar sus lecciones sobre tal o cual tema literario. Incluso, lo invitamos a nadar en un zanjón donde aprendimos cosas de la Naturaleza. Pasó un hombre con una gran bolsa y extrajo de ella unas ranas. Las excitó y los animalitos comenzaron a hacer una danza sexual que hubiera entusiasmado al autor del El beso de la mujer araña (Manuel Puig). Cuando Sabato concluía su estadía en la provincia, dio una conferencia sobre Madame Bovary, de Flaubert, y en un pasaje dijo que en toda novela no puede faltar el ser humano con sus sentimientos y su conducta.
Me gustaría detenerme en varios puntos de este pasaje. Primero la imagen de Sábato atropellando. Un porteño –o bonaerense, para el caso– atropellando. Eso ya me parece curioso porque “atropellar” es un verbo que me suena a caballo, a potencia, a gaucho. Algo que Sábato no es ni nunca fue. Después lo que sigue me resulta fascinante: Di Benedetto y otros mendocinos invitan a Sábato a nadar a un zanjón. Pero lo curioso es que Di Bendetto decía muy a menudo (está en el programa de mano de estas charlas) que no sabía nadar. “Bailar no sé, nadar no sé, beber sí sé”. “Aprender cosas de la naturaleza” es una obvia ironía. Y todo lo que sigue es muy gratuito, está como desacomodado: “Pasó un hombre con una gran bolsa y extrajo de ella unas ranas. Las excitó y los animalitos comenzaron a hacer una danza sexual que hubiera entusiasmado al autor del El beso de la mujer araña (Manuel Puig).”
Ahora bien, ¿cómo se excita una rana? Pregunto en serio, ¿cómo se excita sexualmente una rana? ¿Cómo es una “danza sexual” entre dos ranas? ¿Quién puede amaestrar unas ranas para hacerles hacer una danza sexual para Sábato y sus seguidores mendocinos que nadan en un zanjón? (Suponemos que Di Benedetto se mojaba los pies, nada más.)
En 1985 Puig ya era un escritor que había triunfado. Era en ese entonces, y los es todavía, el escritor argentino de la década del 80. Fíjense la ironía y lo chicanero que es este pasaje. Después sí, Di Benedetto sí termina de contar la anécdota: “En toda novela no puede faltar el ser humano con sus sentimientos y su conducta”.
Un axioma de la crítica manda que en la chicana también aparecen las diferencias estéticas. Ahí siempre hay que leer una confrontación de temas y de forma. Entonces tenemos a Di Benedetto, que, asumimos, no sabe nadar pero invita a Sábato a un zanjón, enfrentado a Manuel Puig que sí nadaba y nadaba muy bien, y lo hacía en el mar de Rio de Janeiro, el lugar que eligió para pasar los últimos años de su vida. (México lo eligió para morir.)
Así surge la anécdota de la composición de “El abandono y la pasividad”, que es un cuento sin seres humanos. Se lo manda a Buenos Aires a Sábato y le explica: “Mire, Sabato, posiblemente una novela sin seres humanos no se puede hacer porque requiere más acción, la concurrencia de más episodios y la conflagración de los episodios, pero un cuento sí se puede”. Y después agrega: “Sabato, con su laconismo, que es de una maestría extraordinaria, me contestó: La excepción confirma la regla. Es decir que yo había conseguido escribir un cuento, pero no tenía razón.”
Me llama la atención eso de “laconismo extraordinario” porque lo que hizo Sábato fue responderle con un refrán, un refrán por otra parte bastante tonto. Yo lo que leo es más bien un “no me hinchés las pelotas”. Porque, pongámonos de acuerdo, decir “la excepción confirma la regla” es algo que puede decir un almacenero o un taxista, pero un escritor queda un poco deslucido.
Y en tren de ser sinceros, discúlpenme, pero, lo tengo que decir, construir narraciones con objetos en lugar de seres humanos me parece una de las peores ideas que escuche en mi vida. Y “El abandono y la pasividad”, de hecho, debe ser uno de los peores títulos. Abandono y pasividad, entiendo, es lo que menos quiero para la literatura que leo y escribo.
Di Benedetto no es un escritor que me entusiasme. Leí Zama y me aburrió, aunque me pareció “muy bien escrita”. Y leí Los suicidas y me resultó poco honesta, pomposa, también aburrida y no tan bien escrita. Digamos para terminar que soy un nadador de bueno para arriba. Esto no es nada excepcional. No tengo logros como el de hacer San Fernando-Colonia, pero hago mis bueno diez mil metros sin problemas y a buen velocidad. (Una vez sí, cuando tenía catorce años, crucé el río Luján un día que estaba chato como una playa.)
A esta altura, me imagino que queda claro que prefiero, a la historia protagonizada por unos objetos inanimados, la historia de un grupo de artistas cachorros, de jóvenes literatos de provincia, que una tarde en una ciudad del interior invitan a refrescarse a un escritor consagrado que llegó de visita. Es la misma tarde en que un virtuoso buhonero les ofrece ranas pornográficas excitando su curiosidad y revolviendo el compuesto libidinal, la envidia y las imposibilidades de sus aspiraciones literarias.
3 Comments:
Gran último párrafo!
Halperín, sos mas insistidor que moscardón de letrina.
no querés nada de "abandono y pasividad· uy! no se te ve tan activo, macho.
narrar objetos te parece una mierda? Es un recurso cómo tantos ortros que narra en el "hueco" vicisitudes humanas.
así que cruzaste el rio lujan?
esperamos ansiosos otras de tus hazañas.
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