Saturday, October 21, 2006

El gato tuerto

Tengo una relación fuerte con los gatos. (Es algo que le pasa a mucha gente.) Uno está en una fiesta y una chica dice: “Yo soy mucho más de gatos que de perros”. Los que me conocen saben que yo soy más de perros. Los gatos están ahí. Se mueven con suavidad y son tan independientes que a veces uno se hace la misma pregunta que Montaigne en su castillo de Périgord: “Cuando juego con mi gata y un pedazo de lana, ¿quién juega con quién?”.

“Los perros son hegelianos y los gatos son de Nietzsche” dice la chica en la fiesta. Pero uno se tomó un par de tragos y lo único que quiere es que alguien apague la música o salir y encontrar un taxi lo más rápido posible. Y sin embargo, los gatos maúllan y nosotros les seguimos hablando en voz alta, les preguntamos sobre el clima o los consultamos sobre decisiones ridículamente importantes. ¿Va a llover hoy, Misha? ¿Qué te parece? ¿Es honesto fulano de tal? ¿Tengo que confiar en él o no?

A los diez años me reglaron un gato enorme. Era negro y brillante y se llamaba Tony. Yo simplemente lo amaba. Me hubiera tirado abajo de un auto por él. Mi viejo me lo había traído de Ramos Mejía. No estaba castrado y salía todas las noches. Volvía siempre lastimado. Supongo que él también pegaba. Una vez se agarró moquillo y se transformó en un gato negro con una máscara verde. Le puse Tony por el personaje que Bill Bigsby hacía en El Mago, una serie que daban por canal Siete. En ese momento era el colmo de la sofisticación.

Hice la primaria y el secundario en el mismo colegio, el Normal 4, al lado del parque Rivadavia. En sexto grado apareció un gato en el patio. También era negro pero le faltaba un ojo. Enseguida empezaron los rumores. El ojo se lo había sacado la portera para hacer alguna brujería. Se lo había comido. El gato estaba embrujado. Y así. En el parque Rivadavia encontrábamos todo el tiempo gallos muertos, sangre y cera roja que se usaban para macumbas. En el tedio matutino de la escolaridad básica, un gato negro y tuerto se transformaba con muy poco esfuerzo en una irrupción directa del más allá.

Un día mi amigo, Marco Bellini, encontró un gato muerto en la plaza, cerca de un puesto de revistas que estaba cerrado. Lo movió con un palo y salieron gusanos de la panza. En ese momento Marco no diferenciaba mucho la realidad de la fantasía, pero al gato lo vimos todos. Nadie se atrevió a darlo vuelta. Me acuerdo que la panza era firme, como una bolsa de cuero. Los gusanos eran completamente fascinantes. Alguien dijo que era el gato tuerto y quedó. Al otro día lo volvimos a ver en el patio, sigiloso y elegante, caminando por una cornisa. Había resucitado.

3 Comments:

Blogger mariano said...

nos habremos cruzado en los pasillos del normal... fines de los 80s. todavía me da miedo ese pasadizo de la planta baja, creo que llevaba a la biblioteca (a la que nunca entré). definitivamente un espacio muy arltiano.

12:21 AM  
Blogger Nurit said...

Entré acá porq ayer en un taller de escritura a partir de un verso mío q decía
"vos sos un chico de perros
y yo una chica de gatos"
me dijeron q vos habías posteado algo parecido en tu blog.....
las casualidades de la vida!

9:18 AM  
Blogger Terra said...

Mariano: el normal era algo, ¿eh?
Nucífora: No es causalidad, es casi una verdad.

3:56 PM  

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