Lo que leí ayer en la presentación oficial de Buenos Aires, Escala 1:1, editorial Entropía en CC Pachamama.
1. Enfrentar una novela, un cuento, un libro de cuentos, un poema, un conjunto de poemas, un libro cualquier, en definitiva, es enfrentar un autor. Con las antologías esto es diferente. El lector, siempre en solitario, enfrenta a un grupo de tipos. Uno, el lector, contra todos los que forman parte de la antología. En el caso de Buenos Aires, escala 1:1, uno contra veinticinco, más que una patota. Todo un desafío al pedorrísimo refrán “Muchos contra uno no es bueno para ninguno”. Y encima, podría decir el lector “estos vienen con pretensiones de narrar los barrios de Buenos Aires”.
2. Las antologías son castigadas con una fuerza llamativa. Tienen hasta detractores. Como el aborto, la mano dura, el gatillo fácil o la pena de muerte. ¿Quiénes son estos detractores? Primero que nada son los autores que se quedaron afuera, que no están incluidos y que por lo general, no leen las antologías que los excluyeron. ¿Qué van a leer si no están ellos? Pero no se privan de hablar mal. Si no están ellos, ¿no?, ¿por qué privarse de hablar mal? ¿Qué puede tener de bueno una antología que no los incluye? Los escritores no son de controlar la envidia, más bien todo lo contrario. Pero hay algunos que lo hacen, y leen las antologías y valoran el esfuerzo de sus colegas. Dios los bendiga.
3. Sin embargo, el principal apoyo para la negación lo ponen las mismas antologías. Se trata del infernal trampolín del slogan que adopta muchas variantes. “Los mejores escritores”, “los escritores más jóvenes”, “los escritores nuevos”, todos conceptos vanos, llenos de recovecos traicioneros. Porque siempre hay uno mejor que nosotros, siempre hay uno más joven, más nuevo, más interesante, que tendría que haber estado y no está. Siempre hay, si no un error, la posibilidad de un error. Pero el problema más rotundo lo da la palabra “escritor”. Otra vez la misma situación: uno compra una novela, un libro de cuentos, un ensayo, una autobiografía y no dice, en la tapa, “esto lo escribió un escritor”. No hay necesidad. Pero con la antología, a esta altura un artefacto desquiciado, un pulpo insoportable, es diferente. Parece que participar en una antología no lo hace a uno “escritor”, ni mucho menos “mejor” que otro, ni muchísimo menos “joven”, para no hablar de la problemática palabra “generación”, una palabra llena de fisuras, casi tabú, contra la que todos parecen estar siempre en desacuerdo, en tensión, de la que siempre se desconfía y a la que hay que agregarle una serie de explicaciones y cláusulas para hacerla funcionar con un mínimo de dignidad. Habría que señalar, lo cual es un poco lastimoso pero, parece, muy necesario, que los libros vienen envueltos en el agridulce terciopelo del markentig. Y con eso explicaríamos quizás tantos equívocos, tantas contratapas, tanta joda loca y discusión sobre lo que es al final algo muy obvio. La antología es un junte y rejunte. Y hay que hacerse cargo.
4. Para terminar, me gustaría hablar del queso rotatorio. Toda antología –esta que presentamos hoy no tiene por qué ser la excepción- contiene un queso, una parte, una pieza, en este caso un texto que no va, que pertenece a otra antología, que no funciona, que debería haber sido desechado, que es, en definitiva, malo y que sobra. Pero, y acá este “pero” es fundamental, después de leer y comentar con autores y lectores varias de estas antologías que salieron, me di cuenta, de a poco, que el queso es rotatorio. Ninguna antología tiene un queso fijo. Y esto sucede porque los lectores van cambiando y, gracias a Dios, todos leemos de manera diferente. Los textos que son hits, son casi siempre hits para la mayoría, pero el queso va cambiando. Para unos es este, para otros es aquel, producto de lecturas encontradas y cruzadas el queso se desmarca y va armando un repertorio de variaciones. Leer una antología es algo difícil, porque como objeto no es un espejo, ni una ventana, ni un plato, sino más bien –metáfora trillada pero eficiente– un caleidoscopio que gira y cambia. Para leer antologías, entonces, hay que saber saltar y aprender a luchar contra la hidra de mil cabezas, actividad, por supuesto, no apta para perezosos.
1. Enfrentar una novela, un cuento, un libro de cuentos, un poema, un conjunto de poemas, un libro cualquier, en definitiva, es enfrentar un autor. Con las antologías esto es diferente. El lector, siempre en solitario, enfrenta a un grupo de tipos. Uno, el lector, contra todos los que forman parte de la antología. En el caso de Buenos Aires, escala 1:1, uno contra veinticinco, más que una patota. Todo un desafío al pedorrísimo refrán “Muchos contra uno no es bueno para ninguno”. Y encima, podría decir el lector “estos vienen con pretensiones de narrar los barrios de Buenos Aires”.
2. Las antologías son castigadas con una fuerza llamativa. Tienen hasta detractores. Como el aborto, la mano dura, el gatillo fácil o la pena de muerte. ¿Quiénes son estos detractores? Primero que nada son los autores que se quedaron afuera, que no están incluidos y que por lo general, no leen las antologías que los excluyeron. ¿Qué van a leer si no están ellos? Pero no se privan de hablar mal. Si no están ellos, ¿no?, ¿por qué privarse de hablar mal? ¿Qué puede tener de bueno una antología que no los incluye? Los escritores no son de controlar la envidia, más bien todo lo contrario. Pero hay algunos que lo hacen, y leen las antologías y valoran el esfuerzo de sus colegas. Dios los bendiga.
3. Sin embargo, el principal apoyo para la negación lo ponen las mismas antologías. Se trata del infernal trampolín del slogan que adopta muchas variantes. “Los mejores escritores”, “los escritores más jóvenes”, “los escritores nuevos”, todos conceptos vanos, llenos de recovecos traicioneros. Porque siempre hay uno mejor que nosotros, siempre hay uno más joven, más nuevo, más interesante, que tendría que haber estado y no está. Siempre hay, si no un error, la posibilidad de un error. Pero el problema más rotundo lo da la palabra “escritor”. Otra vez la misma situación: uno compra una novela, un libro de cuentos, un ensayo, una autobiografía y no dice, en la tapa, “esto lo escribió un escritor”. No hay necesidad. Pero con la antología, a esta altura un artefacto desquiciado, un pulpo insoportable, es diferente. Parece que participar en una antología no lo hace a uno “escritor”, ni mucho menos “mejor” que otro, ni muchísimo menos “joven”, para no hablar de la problemática palabra “generación”, una palabra llena de fisuras, casi tabú, contra la que todos parecen estar siempre en desacuerdo, en tensión, de la que siempre se desconfía y a la que hay que agregarle una serie de explicaciones y cláusulas para hacerla funcionar con un mínimo de dignidad. Habría que señalar, lo cual es un poco lastimoso pero, parece, muy necesario, que los libros vienen envueltos en el agridulce terciopelo del markentig. Y con eso explicaríamos quizás tantos equívocos, tantas contratapas, tanta joda loca y discusión sobre lo que es al final algo muy obvio. La antología es un junte y rejunte. Y hay que hacerse cargo.
4. Para terminar, me gustaría hablar del queso rotatorio. Toda antología –esta que presentamos hoy no tiene por qué ser la excepción- contiene un queso, una parte, una pieza, en este caso un texto que no va, que pertenece a otra antología, que no funciona, que debería haber sido desechado, que es, en definitiva, malo y que sobra. Pero, y acá este “pero” es fundamental, después de leer y comentar con autores y lectores varias de estas antologías que salieron, me di cuenta, de a poco, que el queso es rotatorio. Ninguna antología tiene un queso fijo. Y esto sucede porque los lectores van cambiando y, gracias a Dios, todos leemos de manera diferente. Los textos que son hits, son casi siempre hits para la mayoría, pero el queso va cambiando. Para unos es este, para otros es aquel, producto de lecturas encontradas y cruzadas el queso se desmarca y va armando un repertorio de variaciones. Leer una antología es algo difícil, porque como objeto no es un espejo, ni una ventana, ni un plato, sino más bien –metáfora trillada pero eficiente– un caleidoscopio que gira y cambia. Para leer antologías, entonces, hay que saber saltar y aprender a luchar contra la hidra de mil cabezas, actividad, por supuesto, no apta para perezosos.
9 Comments:
Excelente reflexión
¿Quién se ha llevado mi queso? Bromas aparte, tu texto me gustó, me parece interesante y combativo tu enfoque, aunque flote cierto recelo por dar explicaciones. Una selección jamás es perfecta, y se resiente un poco cuando te dan consignas a desarrolar. Creo más en las antologías de "mi mejor cuento", pero a veces podés tener sorpresas, porque después de todo, ¿no es una antología una instancia de "degustación"? Y bueno, siempre habrá excluidos resentidos e incluidos patoteros. Lo que habría que tratar de lograr, es atraer e incluir lectores agradecidos.
Saludos y suerte para todos.-
hay que saber saltarrrrrr
la preg nerd que me hago (o romántica) desp de leer esto, es si no es una porqueria que leer sea enfrentarse a un autor/a. capaz pasa inevitablem con lxs contemporanexs (y preferimos no haberles conocido la cara a veces)
a mi me gusta la idea de antologia como saber navegar, no como rejuntamiento, o saltar
lo del queso rotativo muy simpático. e infalible, como ue digas lo ue digas entrás en lo de Grupo detractor
saludos
A veces se me hace que se muerden un poco la cola los escritores en esto de escribir para ser leído por otros escritores o preocuparse por ello al menos.
¿Cuántos escritores pueden quedar afuera de una antología? ¿20? ¿más? Pregunto desde el desconocimiento.
Por lo demás el texto está muy bueno.
Supongo que si estuviera adentro de la mesa de discusión me interesarían más las rencillas; desde afuera a veces parecen medio paja.
Un saludo.
No te entiendo, Terranova. Me pasé la vida leyendo antologías sin pensar una sola vez en todo lo que decís.
Las antologías son selecciones: de autores, y de obras de esos autores.
El valor intrínseco de una antología lo da el lector (como pasa con cualquier libro), nunca el editor (por más que se esfuercen por poner los nombres más importantes en los primeros textos), menos todavía los autores, que no pueden controlar qué pavadas o genialidades escribirán los otros.
Y he ahí otro tema: en la antología uno puede quedar preso entre una caterva de pelotudos diciendo "ajó" o como el único vano excipiente entre verdaderas lumbreras.
Entonces, estar fuera de una antología no es ni bueno ni malo. Uno no escribe para ser antologado, supongo. Es algo que ocurre cuando alguien ve algo que los propios escritores no pueden: agrupaciones por género, por autor, por país de origen, por tema, por edades; todas excusas válidas. Son un muestrario, un catálogo, una muestra gratis. Casi un tema menor de marketing.
De ahí mi impresión negativa con este tema: los antologados andan contentos, sacándose fotos con algunos tipos que en secreto (no jodamos, es así) desprecian y hasta mofan. El orgullo de "pertenecer" a una casta que mayormente sólo publica en antologías es bastante... raro.
El valor de la antología, como dije, lo da el lector. Y casi es independiente del autor: tu cuento en "En Celo" no me gustó mucho, pero sé que sos mejor escritor que eso. Soy un ducho lector de antologías y sé que muchos escritores no mandan sus mejores cuentos originales (a su propio criterio, casi siempre).
Y volviendo a esta lectura en la presentación, pienso que esquiva con cobardía el bulto al verdadero motivo que irrita: ¿dónde hay algo "nuevo" en todo esto? Insisto, lo único nuevo es que hay mucho escritor "verde", y no me refiero al hecho de que publiquen o no.
Es más: a muchos de estos escritores los sigo en sus blogs, en donde encuentro hasta desprecio por el idioma, desprecio que yo respetaría si fuera coherente con lo publicado en la antología, pero no. Solos escriben mal, y no me pidas nombres...
Hay excepciones, y sigo creyendo que son individualidades que no conforman un grupo de ningún tipo: Mairal, vos o Cucurto se juntarán a comer cordero, pero son inclasificables juntos. Si agrandamos el número del grupo, seguro encontraremos algo en común, pero seguiré pensando que en el mismo hay muchos que siempre serán Pajarito Zaguri, mientras que habrá pocos Nebbia o Spinetta. Claro, muchos tendrán el recurso romántico-neurótico de querer ser Tanguito...
Che, y este caido del catre, ¿quién es? Curtite un poco en la vida, salame.
Qué sería de Internet sin trolls como vos, Salvador...
A las antologías de esta clase, más que enfrentarlas, conviene rajarles.
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