Tuesday, July 10, 2007

el macho sensible



Titulada con síntesis Cuentos, acaba de aparecer una nueva antología de los relatos de Ernest Hemingway. Aunque hay algunas notas al pie que fijan el nombre de una localidad o explican una alusión dudosa, no se trata de una edición crítica. La evocación de Gabriel García Márquez que abre el volumen, amable, sentida y bien escrita, fue publicada por primera vez en julio del 81. La correcta traducción de Damián Alou, donde podría haber algunas variaciones de interés, no depara sorpresa. Poco de novedad hay, entonces, en este libro.
Y, sin embargo, la fotografía del maduro Hemingway, posando con una pieza de caza sobre la mesa de su cocina de Ketchum, Idaho, es una invitación que suena personal y prometedora a la vez. La seriedad de la pose, el aplomo de la mirada, el gesto impasible lo dicen todo. Casi se puede escuchar su voz hablándole a los lectores: “Acá están mis cuentos, algunos de ellos al menos. Los escribí dando lo mejor de mí y esta tarde voy a estar tomando algo en casa. Si encontrás alguno que te resulte interesante o que toque tu historia personal, podés venir a felicitarme, y si no te gustan, mala suerte, tampoco es que me voy a preocupar tanto…”.
Los cuernos del toro. Por lo general, la fuente de la prosa breve de Hemingway desde donde se desgajan todo tipo de antologías y compedios –con títulos tan disímiles e inventados como Las historias de Nick Adams– es un libro ya mítico titulado La quinta columna y los 49 primero cuentos. Publicado por primera vez en 1938, cuando el escritor estaba pisando los cuarenta años de edad, este libro aloja en su interior en forma completa La breve vida feliz de Francis Macomber y buena parte o la totalidad de, entre otros, En nuestro tiempo, de 1925, Hombres sin mujeres de 1927 y El que gana no se lleva nada, de 1933. Al mismo, esta nueva edición, representativa al máximo de la fenomenal conciencia técnica de su autor, está muy lejos de ser completa. La quinta columna fue, por su parte, la única obra de teatro que Hemingway escribió.
"El empresario murió mientras seleccionaba al elenco y su sucesor se vio envuelto en dificultades financieras" explica en el prólogo. La obra, escrita durante la estadía de Hemingway en el ejército republicano español, se representó finalmente en Nueva York en 1940. La columna del título hace referencia a los antifacistas madrileños. Según el escritor, los republicanos "tenían cuatro columnas que avanzaban sobre Madrid y una Quinta Columna de simpatizantes dentro de la ciudad, para atacar, a sus defensores desde la retaguardia". La obra es una parte oscura de Hemingway y, a la cabeza estos cuentos, ocupa poco el lugar de convidado de piedra. Los editores menos respetuosos del autor que de una idea de unidad, esta vez, la dejaron afuera. No es una pérdida lamentable.
¿Hay algo que intimida en Hemingway? En los escritores, la necesidad de medirse con él no es tan fuerte como la de relativizarlo. Nadie lo reivindica en bloque. Por otra parte, siempre esta el tema del coraje. Si era adquirido, si era falso, si era provocado. ¿Vale la pena volver sobre eso? Antes del feminismo, antes de que los hombres se volvieran metrosexuales, antes del grito desgarrado y obsceno de Chuck Palahniuk pidiendo fricción en El club de la pelea, en un universo donde los hombres dudaban poco y sabían muy bien lo que les gustaba y lo que no les gustaba, Hemingay ya era criticado por su bravuconería.
¿Es esa confianza extrema en sí mismo la llave del enigma? De los que todavía hoy lo critican hablando de pasos inseguros y arbitraria crueldad, ninguno pescó nunca un pez espada, ninguno se subió a un ring ni peleó una guerra y si lo hicieron, ¿cuántas veces ganaron el premio Nobel? Por supuesto, no es necesario convertirse en el autor para criticar su obra. Pero, finalmente, ¿qué es lo que genera la crispación? ¿Hipertrofia del personaje, hinchazón del mito, un cruel manto que lo cubre todo con la sorna de la desconfianza? La advertencia que Enrique le hace a Paco, mozo y aspirante a torero, en La capital del mundo, suele ser aplicable a sus detractores: “Piensas en el toro, pero no piensas en los cuernos”.
Todo o nada. La obra de Hemingway plantea un todo o nada. Y todo es, una vez más, sus páginas, los tics de sus personajes, su idea del valor y sus códigos de self made man. Muchos escritores y críticos se pasean por las obras ajenas como por un bazar, comprando una taza, rompiendo sin querer un plato. Lo que los fastidia de Hemingway es que está parado en la puerta de su obra, mirándolos a la cara con ojos de partisano aficionado a los toros. Pese a esto o gracias a ello, sus cuentos demuestran que ahí hay un escritor responsable, artesanal, sensible. Un narrador que puede sondear la infancia y la guerra con un personaje como Nick Adams y que entiende la vida simple de un soldado o un campesino. Pero, más allá de esta indiscutible pericia narrativa, algunas de sus ficciones desmienten su mito y lo jaquean. Muchas veces Hemingway escribe contra sí mismo, poniéndose en tela de juicio, invitándose a un análisis brutal.
¿No surgen los pensamientos del Harry moribundo en Las nieves del Kilimanjaro –“El amor es un montón de estierco. Y yo soy el gallo que se sube encima a cacarear”– de la arrebata relación de Hemingway con las mujeres? La arrogancia de Wilson, el cazador profesional de La breve vida feliz de Francis Macomber, ¿no componen un exhibicionismo casi masoquista? El tema central de El vendaval de tres días es el desencuentro amoroso y la pérdida. Cuando Nick piensa en su separación, le da el título al cuento: “No sé como ocurrió. No pude evitarlo. Fue con un vendaval de tres días, que llega de repente y se lleva todas las hojas de los árboles.” Ya no se trata de alter egos, sino de momentos donde Hemingway encuentra la forma de dejar de ser Hemingway o por lo menos, de cuestionarse su autoafirmación.
La imagen entonces no es una pose, o en todo caso, su literatura con especial énfasis sus cuentos, atraviesan y desmenuzan el gesto haciéndolo objeto de escritura. No es difícil comprobar que sus historias están llenas de hombres que chocan contra sus imposibilidades, cae y se levantan, condicionados por sus heridas, cuestionados por sus propias decisiones.
Hace algunos años en la Facultad de Filosofía y Letras, la mayoría de los alumnos subían a un tren fantasma de esteticismo francés y filósofos posmodernos. Era fácil escuchar decir a alguien en un bar que su libro preferido era la Fenomenología del espíritu. Dentro de ese territorio del saber, que muchas veces contagiaba esquizofrenia, un grupo más pequeño, cuyos integrantes no necesariamente estaban conectados entre sí, pasaba los veranos acampando en la montaña o nadando en el mar. Podían pescar, o jugar al fútbol, sentir dolor y placer de mil formas diferentes, pero lo importante era que no habían renunciado a los desafíos simples de su infancia y su adolescencia. Esos eran los que seguían leyendo a Hemingway. Y los que todavía vuelven a él porque saben que en sus páginas siempre serán bienvenidos.

3 Comments:

Blogger mariano said...

siempre me da alegría encontrar un libro de hemingway. aún cuando tenga ya los cuentos repartidos entre distintos volúmenes, nunca resisto el placer -como hice hoy, de parado en una librería- de leer las primeras líneas de "colinas como elefantes blancos" o las últimas de "una historia muy corta". cuentos llevados a su máximo grado de destilación, alcohol blanco. y qué gran título para un libro ese de "hombres sin mujeres".

8:48 PM  
Anonymous Anonymous said...

"Era fácil escuchar decir a alguien en un bar que su libro preferido era la Fenomenología del espíritu"

Bue, tampoco exageres.

2:24 PM  
Anonymous Anonymous said...

No exagero. Lo escuché de verdad.

3:41 PM  

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