Sunday, July 24, 2005

sábado a la noche (revisando materiales)

Tengo una relación no del todo clara con Roberto Arlt. Por definición, tendría que ser mi escritor faro. No lo es. No lo fue nunca. ¿Por qué?

Me acuerdo que en una época lo leí con devoción, pero fue una época breve. Antes de que pudiera hacerme del todo amigo de sus libros, llegaron los comentadores. No aruinaron la relación, para nada. Al contrario, pusieron en claro cómo venía la cosa. Roberto Arlt era un escritor antiguo, del que me separaba casi un siglo. Aparte, ya había sido canonizado. Se enseñaba en el secundario con Borges. Igual lo seguí leyendo, pero sin mítica, con cierta distancia.

Me di cuenta de par de cosas.

1. Se leían (y enseñaban) tres de sus cuatro novelas y sus aguafuertes. Los cuentos, menos, y las obras de teatro, muchísimo menos. Lo que más me gustaban eran las aguafuertes.

2. De los comentadores, los novelistas eran los mejores. De Asis a Piglia, los difrutaba a todos. Incluso algunas cosas de Viñas, que dice que lo reverencia y en realidad lo mata. Al viejo le cabe la denuncia que hace Ezequiel Martínez Estrada contra Lugones en Muerte y Transfiguración de Martín Fierro. Con el elogio viene la anulación.

3. De los comentadores, los críticos a veces me interesaban, a veces me daban pena.

4. Lo mejor que sscribió fue el paradójico y potente prólogo a Los lanzallamas.

5. Si hubiera sido su contemporáneo, lo habría seguido en las buenas y en las malas. Pero la Buenos Aires de Arlt no era mi Buenos Aires.

Y así y todo, cada tanto, el tipo me alcanza. Tan claro no queda el asunto si con una frase me toca en la fibra más íntima:

"Las ciudades son hermosas aunque no lo creamos cuando estamos en ellas. Para amar a las ciudades hay que perderlas de vista durante treinta horas."

Escuchen, no veinticuatro, treinta. Treinta horas. Y después, el amor por las ciudades, que es, en realidad, el amor por Buenos Aires, lá única ciudad posible.

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