Wednesday, October 19, 2005

Diario de la mudanza (X)

Hoy toda mi actividad productiva se limitó a comprar tres lápices de mina blanda. Celia está armando un rompecabezas que le regalé para el cumpleaños. Es la imagen central de la Capilla Sixtina. Dios le da la vida a Adán en mil piezas de cartón troquelado.

— Lo encontré en una de las cajas—me dijo Celia.
Realmente disfruta ordenando la fichas.
— Me gusta.
— ¿Sí?
— Sí.
— A mí también.

Necesitaba un libro y tuve que empezar a revisar las cajas. Es una actividad incómoda. Las cajas tienen nombre pero así y todo es difícil. Hay una caja con revistas y otras de “narradores norteamericanos”, “siglo XIX”, “literatura argentina”. Hay una que dice “historia alemana”, pero en realidad tiene libros sobre nazismo. Uno nunca sabe hasta que punto se puede volver pública una mudanza.

Narrar no es explicar. Narrar es narrar. El libro sobre Stalingrado va y viene. El Sexto Ejército alemán de Paulus era la formación militar más grande el Tercer Reich. Sumando al Cuarto Ejército Blindado, contaba con más de trescientos mil hombres. Pero los soviéticos resistieron y finalmente los roles se invirtieron. El rumbo de la guerra cambió.

Stalin siguió reclutando fuerzas y la alianza con las potencias de occidente comenzó a rendir sus frutos. La contraofensiva soviética fue demoledora. El avance se inició al noroeste de Stalingrado, contra las fuerzas rumanas que custodiaban la margen occidental de río Don. Los ejércitos rumanos eran muy inferiores a los alemanes y estaban mal pertrechados. Eran apenas siete batallones para cubrir un frente de más de veinte kilómetros. Las únicas armas antitanque que tenían eran unos cañones Pak de 37 mm tirados por caballos. Los rusos habían apodado “el que llama a la puerta” porque sus balas rebotaban contra la coraza de los T-34.

Cuando los oficiales del Alto Mando Alemán supo del ataque tuvieron la esperanza de que los soviéticos fueran detenidos por el XLVIII Cuerpo Panzer, apostado sobre la margen norte del río Kurtlak, detrás de los rumanos. El cuerpo poseía una excelente División Panzer, la 22ª. Sin embargo, hacía ya demasiado tiempo que las tanques no tenían combustible suficiente como para mantenerse activos con prácticas y recorridos de prueba. La mayoría de los vehículos habían sido estacionados en fosos y cubiertos con paja y ramas silvestres para evitar que el frío los dañara.

Los alemanes vieron llegar en desbandada a los rumanos y ya los blindados y las divisiones de infantería soviéticas se recortaban en el horizonte. Los tanques tenían que preparar a toda costa un perímetro de defensa. Pero cuando los conductores les dieron contacto pero sólo la mitad de los motores se puso en marcha. Escarbando metros y metros de tierra, cientos de ratones de campo se habían abierto camino hasta los diferentes puntos del sistema eléctrico de los tanques y habían roído y comido la mayoría de los cables. Las bobinas de encendido y la alimentación de las baterías no servían. Algunos tanques inclusive se prendieron fuego.

De un total de cien unidades, la 22ª División Blindada pudo presentar sólo cuarenta y dos a la batalla. Sin refuerzos en los flancos, los T-34 pronto comenzaron a rebasar a los Panzer. Finalmente la pinza soviética se cerró sobre Stalingrado en Sovetski, sesenta y cinco kilómetros al sudoeste de la ciudad. Veinte divisiones alemanas habían quedado aisladas de sus líneas de suministros.

1 Comments:

Blogger Sparhawk said...

Los ratones estaban con Stalin? Los mismos ratones que trajeron la peste bubónica a Europa en el medioevo? I have a conspiracy theory...

Fuera de joda, me gustan los relatos sobre la II Guerra. Mejor que leer el libro.

9:27 PM  

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