El viaje más intelectual
El viaje intelectual de Paul Groussac.
Simurg. Dos tomos. $ 44 c/u.
François Paul Groussac nació en Toulouse a principios de 1848 y viajó a la Argentina, con apenas dieciocho años, en plan aventurero. Una página sobre Espronceda le dio fama literaria y en 1871, Nicolás Avellaneda, en ese momento ministro de Instrucción Pública del presidente Sarmiento, lo mandó al norte del país como funcionario y docente. Doce años después, con una familia formada y la astucia del autodidacta como único capital simbólico, volvió a Buenos Aires. Excéntrico a veces, operador cultural siempre, Groussac fue, de allí en más, lo que se conoce como “un intelectual”.
En 1883 viajó a Francia, pero ese mismo año, ya de vuelta en Buenos Aires, y esta vez con Eduardo Wilde como protector, se transformó en inspector nacional de enseñanza secundaria. En enero de 1885, el presidente Julio A. Roca lo nombró director de la Biblioteca Nacional, cargo que ocupó cuarenta y cuatro años hasta su muerte el 27 de junio de 1929. Aunque fue poeta, dramaturgo y narrador, si se lo recuerda, es por su actividad como ensayista y cronista de viajes, los dos pilares básicos de El viaje intelectual, libro que Ediciones Simurg acaba de reeditar a mediado del 2005.
El viaje intelectual es, antes que nada, una miscelánea de textos cuyos intereses son tan vastos como diversos. El subtítulo, Impresiones de naturaleza y arte, se afirma en el índice de géneros que incluye conferencias, artículos periodísticos, proto-ficciones (como Calandria, sobre un bandido rural), capítulos de libros inéditos, critica literaria, y, por supuesto, crónicas de viajes. En la primera serie, aparecida en 1904, el viaje es más metafórico que real. La conferencia El Gaucho, costumbres y creencias populares de la provincia argentinas –leída en el World´s Folk-Congress que se hizo en Chicago en julio de 1893– muestra un Groussac observador y atento al personaje vernáculo, de “lengua tan afilada como el cuchillo pasado al cinto”, al que describe con precisión de extranjero. En Telepatía revisa los avances científicos sobre ese tema y en Estigmas físicos del genio, las ideas de Lombroso.
Entre viajes a España, Francia y Estados Unidos, tiene tiempo para cubrir la presentación de Sarah Bernhardt en Buenos Aires y analizar las diferentes ediciones de La Tempestad (“Estas ediciones escolares de la casa Harper son excelentes”) para enseguida proponer, con poco creíble modestia y bastante precisión, El Cíclope de Eurípides como fuente oculta del drama shakespereano. “Los escultores, pues, carecen en general de educación literaria: salen directamente de la robusta y fecunda capa popular” sentencia cuando su obsesión con Sarmiento lo impulsa a criticar la escultura que Rodin le dedicó. De Mar del Plata a Mendoza, de Tucumán a Iguazú, de vistas parisienses a Terre de feu, en la Segunda Serie, que conoce edición en libro recién en 1920, Groussac mismo se señala a sí mismo tan “andariego en la vejez como en la juventud”.
Resalta del conjunto una cuasi-picaresca titulada Viaje de noche, donde un cura charlatán le relata al autor, en el vagón de un tren nocturno, su experiencia durante el terremoto de Mendoza. Finalmente, los dos tomos, como también señala el propio autor, empiezan con un texto sobre Sarmiento y terminan con ensayos de inclinación lingüística como el pionero Apropósito de Americanismos. La imposibilidad de pensar por afuera de los mandatos europeos –“civilización” es una palabra que encandila a Groussac– se refleja en la ambigüedad que no le sale para hablar de Sarmiento. Solamente se resigna a honrarlo si puede remarcar sus limitaciones y deficiencias. “Está visto que no tenemos por delante a un literato y pensador, en el sentido francés o alemán de la palabra” llega a decir sobre Sarmiento, de quien fácilmente se olvida que era argentino.
El perfil de Groussac fue el del intelectual snob y altanero, siempre dispuesto a dar cátedra y a tomarse todo en serio, empezando por sí mismo. Su estilo resulta así siempre ligeramente pedagógico. A veces se permite el humor o la ironía –y quizás sean esos los mejores momentos de su prosa–, pero lo suyo es, sin dudas, la seriedad. Claro que esto no mella el interés que pueda despertar el libro, sino todo lo contrario. Esta primera reedición completa de El viaje intelectual, es un acontecimiento literario casi secreto, pero no por ello menos importante. La correcta y humilde edición de Simurg, realizada con el apoyo del Fondo Cultural B. A. de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, cuesta 44 pesos por tomo, lo cual resulta excesivo. El mismo Groussac, que, según dice Beatriz Colombi en el prólogo, era “implacable con sus propias limitaciones así como con las ajenas”, no habría dejado pasar ese dato que, hoy en día, no es una detalle.
(Publicado con el título Viajes Metafóricos y reales en el suplemento Cultura del Diario Perfil)
4 Comments:
Sí, Hans Grillo, no es una frase muy feliz... Prometo esforzarme más la próxima.
¿Pero a fin de cuentas, eso sirve sirve de guía turística para algún viaje de veraneo o no?
Si tenés la máquina del tiempo, por ahí sirve.
La reedición no está mal. Me resultó más interesante: Travesías intelectuales de Paul Groussac, con estudio preliminar de Paula Bruno y editado por la Universidad de Quilmes.
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