Literatura y gastronomía
(publicado en suplemento Cultura del diario Perfil)
Hace un par de años, una revista literaria que no logró pasar de su segundo número, le preguntó a un grupo de escritores desconocidos (integrado por los cinco que hacían la revista y varios amigos) cuáles eran las dos actividades más importantes de su vida intelectual. La idea era que las respuestas fueran divertidas pero no del todo falsas. Me acuerdo algunas: “Estudiar a Derrida y masturbarme”, “Escribir sonetos pornográficos y escaparme de la clase de teoría literaria” y “Mirar televisión y fotocopiar libros ”. Yo elegí cocinar y dormir la siesta.
La cocina fue en mi vida un lugar de ejercicio constante. Aprender a condimentar es una actividad que no solamente sirve para enriquecer una salsa. Mi prosa maduró mucho cuando me di cuenta de que escribir una novela es muy parecido a preparar una cena abundante. Aunque algunos ingredientes se sirvan crudos, hay que saber de que especias no se puede prescindir y cuál es el punto justo de cocción. En mi casa los conocimientos culinarios básicos eran compartidos, pero los secretos había que merecerlos o espiarlos. Lo mismo ocurre con casi todo lo que vale la pena aprender en la vida, incluida la literatura.
La gastronomía tiene muchos escritores interesantes. Por lo general, son hedonistas inteligentes que saben elegir una buena planta de espinaca y, más allá de recetarios y consejos, curan cualquier angustia existencial con un buen estofado o papas a la crema.Es muy probable que el primero en reflexionar por escrito sobre lo que nos gusta comer haya sido Anthelme Brillant-Savarin (1755-1826), un funcionario y político francés que publicó su Fisiología del gusto, entre exilios y banquetes, a principios del siglo XIX. Su frase más célebre, “la invención de un nuevo plato hace a la humanidad más feliz que el descubrimiento de una estrella”, es toda una declaración de principios intelectuales.
En Bueno para comer, el antropólogo norteamericano Marvin Harris (1927-2001), mezcló positivismo tardío y prosa ágil para lograr un best-sellers erudito del autoconocimiento gastronómico. Y Michel Onfray revisó en El vientre de los filósofos el legado de los pensadores más importantes de la cultura universal a la luz de sus dietas. En un país con buena mesa y estricto culto a la sobremesa es raro que no tengamos un aventurero al estilo de Anthony Bourdain que con humor y precisión contó en Confesiones de un Chef sus experiencias como responsable de una cocina neoyorkina y en Viajes de un chef su contacto platos estrafalarios en lugares tan distantes como Vietnam, México y Portugal. La cocina y el comedor son los lugares de la casa donde las historias públicas se cruzan con las experiencias personales y la sensualidad. Brindemos por eso.
5 Comments:
Como estos son los que me gustan a mí, esos posts en los que hace honor a su nombre!
muy bueno, terra.
si yo fuera cuentista en lugar de sonetista compulsivo escribiría un cuento que hace rato me imagino: un pensador le va a anunciar su nueva teoría pesimista a su amigo filósofo en un almuerzo. ya tiene pensado lo que le va a decir pero como la comida es muy rica y van tomando vino, la explicación de la teoría pesimista pierde fuerza, entran las dudas, las despreocupaciones,y así la incertidumbre de la vida pasa a ser casi un alivio y terminan brindando a las carcajadas por la muerte que es, al fin y al cabo, lo que le da sentido a todo.
la cocina es totalmente intelectual. o el intelecto es totalmente culinario. panza llena corazón contento. etc.
para cuándo otras lentejas?
¡Salud!
"En mi casa los conocimientos culinarios básicos eran compartidos, pero los secretos había que merecerlos o espiarlos. Lo mismo ocurre con casi todo lo que vale la pena aprender en la vida, incluida la literatura."
PARÁ PELÍCULA.
Exquisitas palabras.Exqusito articulo.Cierta vez leí que " La cocina es un mundo". Te invito que leas mi blogs, en donde he escrito cuentos que son al tiempo recetas de comidas.
http://enlapalmademimano.blogspot.com
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