Actualización de un polaco
Ya se consigue en las librerías porteñas la edición española que Seix Barral hizo de los Diarios (1953-1969) de Witold Gombrowicz. Escritos parcialmente en la Argentina, estos Diarios son el lugar de los tópicos witoldianos por excelencia: la inmadurez enganchada al problema de la forma, el culto prepotente al yo, un ligero masoquismo intelectual y esa ambigüedad vital tan seductora que parasita el existencialismo pero coquetea con todos.
Sin embargo, y pese a su centralidad en el pensamiento del escritor polaco, los Diarios tuvieron un destino editorial enrarecido y difícil en Buenos Aires. Aunque hubo otras traducciones, durante la década del noventa se conseguía apenas algún tomo perdido de Alianza. El voluminoso libro que ahora nos presenta la colección Biblioteca Gombrowicz de Seix Barral vienen a reparar esa falta con una traducción prolija a cargo de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles. Sin embargo, la cantidad de páginas no necesariamente encarna siempre algo positivo. Esta edición completa abunda en momentos farragoso y repetitivos, se citan nombres de escritores polacos desconocidos para el lector argentino y el voluminosos tomo, complicado de llevar y consultar en subtes y colectivos, se vuelve imposible de leer en la cama. Por otra parte, la introducción es más bien pobre y el aparato crítico, casi inexistente. Todo esto más allá de ser decididamente caro. Salvo fanáticos o estudioso, no hay muchas razones para comprar este libro.
La opción, indiscutiblemente más ventajosa, es la edición que Adriana Hidalgo hizo del Diarios Argentino, comprendiendo sólo los años que Gombrowicz pasó en la Argentina, y que, en elegante traducción de Sergio Pitol, propone un recorte ya clásico y una síntesis ideal. Es verdad que el libro de Seix Barral incluye los ensayos Contra los poetas y Sienkiewicz, pero la edición de Adriana Hidalgo ofrece a cambio una muy completa bibliografía de Gombrowicz en la Argentina.
Lectores y lecturas
Pese a todo, esta edición esmerada de los Diarios nos permite formular, otra vez, algunas preguntas. La que se hacía Germán García en su Gombrowicz, el estilo y la heráldica, “¿Por qué no existe un libro argentino sobre Wiltold Gombrowicz?”, tiene hoy poca validez. Su obra está lejos del olvido. Mientras se lo reedita, se lo enseña en la Universidad y se lo comenta en medios masivos y especializados. Juan Carlos Gómez ordenó su correspondencia y le dedicó su interesante Gombrowicz, este hombre me causa problemas. Por otra parte, su obra toda tiene, desde hace algunos años, lectores de privilegio. Por ejemplo, el omnipresente Ernesto Sábato dice que Gombrowicz “recomienda y practica él mismo la barbarie dionisíaca. Haciendo de su juventud e inmadurez una potencia renovadora. Buena lección para nosotros”. Pero ¿a quién refiere ese “nosotros”?
Más terrenal, Ricardo Piglia introdujo con un artículo de 1987 titulado ¿Existe la novela Argentina?, primero, la relación entre el polaco y lo argentino y, segundo, la comparación con Borges. Ubicando la cultura argentina en inferioridad frente a la europea, y leyendo a Gombrowicz desde El escritor argentino y la tradición, Piglia reconcilia a los irreconciliables y el estallido inmaduro y ridículo del polaco se acerca a la ordenada aventura borgeana. Juan José Saer repite estas ideas en La perspectiva exterior de 1989, para señalar que Gombrowizc practicaba “una oposición deliberada a los círculos intelectuales y poéticos de Buenos Aires” y vuelve a situarlo junto a Borges.
La sensación que queda es que a partir de El escritor argentino y la tradición se puede justificar casi cualquier cosa. Pero a diferencia de Piglia, Saer no evita reclamar al autor de Cosmos, como parte de la gran literatura occidental. Luis Guzmán, más cerca en el tiempo, definió Ferdydurke como “una de las novelas de mi generación” y describió el prólogo de La seducción como un “manifiesto (que) nos permitía oponernos a un sistema literario instituido. Gombrowicz dejaba más fisuras que Borges para imaginar lo que podía llegar a ser un escritor.”
Actualización
El peligro de leer desde la generación de Gusmán es que quizás esas grietas ya hayan sido rellenadas. Estas contundentes lecturas conforman ya una manera de entender a Gombrowicz. Mientras ayudaron a hacerlo visible, por lo menos para los lectores argentinos, también lo marcaron y lo fijaron. Esto, por supuesto, ocurre con todas las lecturas, lo curioso es que, en este caso, haya sido en el sentido inverso en que se mueve la obra leída, es decir, asociándolo a la prolija poética de Borges. Saer llega a hablar de “coincidencias profundas” y afirma que ambos se siente atraídos por “lo bajo”. En Borges, es verdad, están los compadritos, pero nadie va a encontrar los marineros de Retiro y menos en ese clima de extraña ambigüedad sexual que producía Gombrowicz. Nada más diferente de Borges que la obsesión wiltodiana por los cuerpos y esa “ola de erotismo tardío”.
Ahora bien, ¿cómo leer los Diarios hoy? ¿Cómo acercarse a ese libro complejo, exuberante y arbitrario? Para empezar, Gombrowicz dudaría de la acertividad con la que Piglia y Saer hablan de la tradición argentina, aunque sean cosas tan huidizas y atractivas como “los mecanismos de falsificación, la tentación del robo, la traducción como plagio, la mezcla, la combinación de registros, el entrevero de filiaciones.” (Es irónico, por otra parte, que cuando Piglia intentó formar parte de esa “tradición”, falló y tuvo que devolver la plata.)
La pregunta, en todo caso, ya no es tanto “¿qué pasa cuando uno pertenece a una cultura secundaria?” o “¿qué pasa cuando uno escribe en una lengua marginal?”, interrogantes que a esta altura ya suenan remanidos o puramente retóricos, si no que antes habría que preguntarse, por ejemplo, ¿quién ocupa hoy el lugar de escritor serio y central que Gombrowicz fustiga en Trasatlántico?
Mientras tanto, los Diarios merecen una nueva lectura, de ser posible, actualizada. La Argentina ya no es “un país todavía no poblado, no dramático”, ya no es “un estanciero entre las naciones, un oligarca orgullosamente sentado sobre sus espléndidos territorios”. La vida fácil, a la que Gombrowicz le hecha la culpa del caos argentino, no existe hoy. Entre el bienestar del post-peronismo en el que escribe sus diarios y este principio de siglo, hay cincuenta años donde los argentinos conocieron la guerra, el hambre, depresiones económicas impensadas y diferentes tipos de terrorismo de Estado. El tan mentado paralelismo entre Polonia y Argentina se convierte hoy en un postulado irregular y dudoso. El destino europeo de la primera es cada vez más concreto mientras nuestro fijación en el Tercer Mundo es un hecho hace rato.
Gombrowicz sabía que el único camino posible era hacia el centro, hacia el prestigio, hacía París. El recorrido inverso desembocaba en el dolor, en la destrucción y quizás en la fama. (Baudelaire lisiado y sifilítico, Wilde preso, Hemingway disparando con el pie el gatillo de la escopeta que le reventó la cabeza). Así y todo les habla a sus futuros lectores con una lucidez que a veces asombra: “Podría ante todo (y eso lo necesito aún más por ser un autor polaco) romper esta estrecha jaula de nociones en la que desearían aprisionarme. Demasiado hombres dignos de mejor suerte se han dejado encadenar. Soy yo y nadie más que yo quien debe designarme el papel que me corresponde.” Que así sea.
(Publicado en el suplemento Cultura de Perfil)
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