el mito de la ignorancia
En Buenos Aires, el intercambio literario con Brasil está signado por la queja. Cuando a los lectores porteños les toca analizar la literatura brasileña el comentario siempre termina con un dictamen inapelable: lo que se hace en Brasil no circula en la Argentina. Las razones que se esgrimen son muchas: Argentina y Brasil tuvieron diferentes desarrollos culturales; mientras allá el Imperio unificaba, acá había guerra civil, mientras Pedro II firmaba la libertad de vientres, Sarmiento combatía el analfabetismo. Dentro de ese razonamiento, Brasil está cerca pero su producción intelectual nos es negada. Ahora bien, para decir la verdad recibimos casi lo mismo de México o Colombia, y eso que está la barrera de la lengua. Pero con Brasil nos duele más. Conocemos su música, sus playas y su manera de jugar al fútbol, pero decimos que ignoramos su literatura. ¿A qué se debe qué el fantasma de la incomunicación nos interpele con tanta fuerza?
Los libros. Un paseo por las librerías porteñas desmiente estas ideas. Jorge Amado nunca faltó en Buenos Aires. Doña flor y sus dos maridos y Grabiela, clavo y canela son títulos clásicos que cada tanto incluso visitan las mesas de saldos. Y siempre hubo libros disponibles de otros autores. Secreciones, Excreciones y Desatinos y El enfermo Moliére del prolífico Rubem Fonseca fueron editados recientemente por Seix Barral y Norma respectivamente. El conventillo, la emblemática novela de Aluísio Azevedo, nocturno autor de folletines y diurno escritor naturalistas, fue traducido por Beatriz Colombi para Simurg. Y Adriana Hidalgo lanzó recientemente Revelación de un mundo, una antología de las crónicas periodísticas de Clarice Lispector.
Por otra parte, en la librería de la Fundación Centro Estudios Brasileños, Esmeralda 965, no es el único lugar donde se consiguen los libros en el portugués original y los suplementos culturales de los grandes diarios a menudo hacen notas sobre escritores brasileños titulándolas “Las palmeras salvajes” o “Brasil no es sólo caipirinha, playa y carnaval”.
Dentro de esta amplia oferta, la propuesta más orgánica es la colección Vereda Brasil dirigida por María Antonieta Pereira y Florencia Garramuño para la editorial Corregidor. Aunque no siempre visibles en las librerías, Vereda Brasil está compuesta por una serie títulos de autores básicos y no tanto. Las primeras traducciones del poeta barroco Gregório de Matos al español, ensayos críticos de Flora Süssekind y las novelas Stella Manhattan de Silviano Santiago y La araña de Clarice Lispector, forman parte de su catálogo. La aparición de Vidas Secas de Graciliano Ramos hace sistema crítico con la publicación de En Libertad, de Silviano Santiago, una vuelta de tuerca ficcional sobre las Memorias de la cárcel del primero.
El últimos título es Vereda Tropical, una antología del cuento brasileño. Aunque la selección es de divulgación, incluso algo ingenua, el conjunto, que va de Teoría del figurón del padre fundador Machado de Assis y La nueva California del extraño y apasionante Lima Barreto hasta La soledad de Fidel Castro del contemporáneo André Sant´Anna, logra que el lector argentino pueda, como escribe María Antonieta Pereira, “percibir algunos mecanismos de constitución de la sociedad brasileña”. Extraviarse en Buenos Aires buscando los clásicos de la literatura húngara o australiana tiene el fracaso asegurado de antemano. Pero difícilmente resulte complicado reunirse con estos autores. Si es posible que el intercambio con Brasil no sea fluido, está muy lejos de ser nulo o merecer la queja.
El gran ausente. Pese a esta proliferación de libros, por supuesto, siempre queda algo por descubrir. De lo que falta, la deuda parece más ligada a los escritores-periodistas, que lejos de las vanguardias, forjaron sus obras cerca de la crónica y al calor de los poderosísimos medios de comunicación brasileños. Nelson Rodrigues, uno de los escritores latinoamericanos más importante del siglo XX y, sin duda, el dramaturgo brasileño por excelencia, representa y excede ese arquetipo.
Antes de que en 1940 se estrenara su obra La mujer sin pecado, el teatro brasileño prácticamente no existía. Sus polémicas crónicas políticas y culturales describieron durante mucho tiempo el día a día de Rio. Desde la izquierda, se lo tildó de “reaccionario”. Él se apropió de la acusación y bautizó O reaccionário un libro que compilaba sus crónicas aparecidas en O Globo entre 1969 y 1964.
Prolífico hasta el ridículo, entre 1951 y 1961, a seis días por semana, escribió A vida como ela é..., una columna que lo hizo famoso. La mayor parte de su teatro fue adaptada para cine y TV y su obra en prosa fue rescatada por Companhia Das Letras en la década del 90 con un éxito innegable. Gilberto Freyre lo describió así en 1977: “Nelson Rodrigues se presenta en nuestra literatura actual como nuestro mayor autor teatral. Pero también es el más escritor, sin dejar de ser vibrantemente periodista, de nuestros cronistas brasileños de hoy”.
Aunque la incomunicación literaria entre Brasil y Argentina es proporcional a la inmovilidad del que la afirma, Nelson Rodrigues falta de Buenos Aires. Su arribo, en todo caso, es una simple cuestión de tiempo.
(Publicado en Cultura de Perfil)
3 Comments:
Así es.
Y no lo sabía.
Muy bueno, y gracias.
Sí, y no hay que olvidarse que De la Flor también publicó libros de Chico Buarque, Drummond, Fonseca, Vinicius y Machado de Assis. Pero, con todo, eso es poco.
¿Y Coelho?
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