Monday, May 15, 2006

En los límites racionales de la telaraña



Si ordenáramos la obra de Edgar Allan Poe sobre una telaraña, en el centro vacío pero tensado desde todas partes estaría el mito. Poe huérfano, Poe hijo adoptivo, Poe genial habitante de la pesadilla y del alcohol. Junto al personaje, resplandecientes en la bruma, apenas un puñado de textos que delinearon la forma del cuento moderno y tuvieron una fructífera continuidad en el siglo XX. Porque Poe es, ¿quién puede negarlo?, el padre indiscutido del género, creador del policial, teórico trasnochado del efecto.

Pegados a sus mejores ficciones, hay un ensayo, el Método de composición que justifica El Cuervo, uno de sus poemas más conocidos. Y ya donde la tela de araña comienza a espaciarse, tenemos Eureka, un largo ensayo parafilosófico, cuya tesis admitida es que “en la unidad original del ser primero está contenida la causa secundaria de todos los seres, así como el germen de su inevitable destrucción”.

El periodista. Más lejos, sumidos en ominosa penumbra, encontramos sus textos menos conocidos. La legendaria editorial Claridad acaba de editarlos, organizados en Ensayos, Crítica Literaria, uno y dos, y Miscelánea. La edición no termina de convencer. Pobremente anotada, deja pasar de largo las abundantes frases en latín y griego. Por otra parte, la colección habría ganado si se hubiera respetado el orden cronológico, y cada uno de los tomos repite el mismo prólogo rimbombante y soso de Armando Bazán, fechado hace más de sesenta años. Como sea, las traducciones son correctas y sumergirse en este Poe es como adentrarse en un museo mal iluminado, deshabitado y polvoriento, pero atractivo en su decadencia.

El poeta, en estos libros, no es el solitario que se entrega “a su complejo destino de inventor de pesadillas” como lo definió Borges, sino que, por el contrario, lo encontramos arremangado, ganándose la vida y, en lo posible, también el respeto de la comunidad literaria. Así, es al menos irónico que hacia la periferia vaya creciendo la razón, mientras que en el centro de su obra reina una perversa pero íntima noche, entre otras marcas surgidas de lo irracional.

Ya en los Ensayos, la supuesta perfección de Poe desaparece. Y encontramos marchas y contra marchas, artículos de temas diversos, apuntes, obligaciones editoriales mejor o peor resueltas. Porque Poe conoce desde adentro las condiciones materiales que impone el periodismo y no duda en tematizarlas. El apuro en la reseña que no sale, la negociación permanente y necesaria con el editor, la trampa del lugar común, la generalización y el equívoco son algunos de sus temas recurrentes.

En La novela norteamericana, por ejemplo, encontramos, en realidad, un análisis del estado de la crítica en Estados Unidos y su relación problemática con Inglaterra, un tema al que Poe volverá, siempre intentando desenredar el permanente cruce entre nación, literatura y dependencia. Así abre polémicas, no duda en señalar que la imbecilidad de determinado crítico “es evidente” y que el editor, por lo general, “lo que le falta de plausibilidad lo suple con servilismo; lo que le falta de tiempo, con humor”.

Los personajes de estos libros son, entonces, los poetas, sí, pero también el librero, el imprentero, el editor, el periodista, muchas veces coincidiendo todos en una sola persona. De allí que, lejos del “sublime romántico”, Poe preste especial atención a las condiciones de producción material deteniéndose, por ejemplo, en diferentes formas de impresión, sobre todo la impresión anastática –cuyos “resultados inevitables encienden la imaginación y perturban el entendimiento”.

El artista como crítico. “La verdadera crítica –escribe Poe– es el reflejo de la cosa criticada sobre el espíritu del crítico.” La cita se renueva en cada artículo, por lo que, aunque las dos partes de Crítica Literaria presenten una larga lista de ilustres escritores desconocidos, nunca dejamos de leer al autor de Los crímenes de la calle Morgue. De entre los nombres que todavía significan algo, reediciones de Coleridge y Defoe son recibidas con entusiasmo, y, sin tanto énfasis, también Dickens es recomendando por los Cuentos de Boz.

Aunque a veces pasa del sarcasmo al ataque frontal, ya en el siglo XIX, Poe sabe separar al hombre del autor y al autor de la obra. Algo que hoy en día, más de ciento cincuenta años después, todavía le cuesta a muchos de los que se dedican a escribir para ganarse la vida.

Miscelánea es dentro del conjunto, el libro más accidentado y sabroso al mismo tiempo. Contiene, como en los cuatro tomos, páginas prescindibles, más objeto de arqueología, que de admiración o consulta, pero esa arqueología implica proximidad con el escritorio donde Poe trabajaba a diario. Entre muchos y muy diferentes géneros, encontramos acertijos y adivinanzas, risueñas necrológicas, apuntes y notas de lectura, prólogos a libros rarísimos –entre los que se destaca The Conchologist firts book–, y un arduo intercambio de cartas titulado Autobiografía, más parecido a una breve novela experimental que a otra cosa.

La inclinación de Poe por la originalidad, que le corresponde en tanto que romántico, es eclipsada por la fascinante obsesión del plagio, a su vez atravesada por el conflicto gremial del Copyright Internacional. Muchas de sus notas al margen se conforman con señalar dos o tres versos que aquel copió de éste o cómo un breve pasaje que Colton tomó de Maquiavelo fue tomado primero por Maquiavelo de Plutarco.

Poe lee los diarios y verifica que la tergiversación genera narración. En los clasificados encuentra una frase: “Se necesita un hombre que se haga cargo del reparto de leche y un caballo que sostenga los principios abolicionistas”. El anuncio puede ser un chiste, pero es un chiste que cuenta una historia. Y también refuta leyendas urbanas, como la del caballo que tenía un gusano vivo en el ojo. Si se encuentran gusanos en algunos cerebros humanos, ¿porqué no en el ojo de un caballo? De estos libros, Miscelánea es el que más se parece a revolver fotos viejas, daguerrotipos ajenos con caras que no reconocemos aunque se nos antojen familiares. El resultado es siempre positivo porque la lectura de estos textos oscuros, como dice Poe en Filosofía del mobiliario sobre una lámpara de Argand, “esparce sobre todas las cosas una luz a la vez sencilla y mágica”.

9 Comments:

Blogger Unknown said...

¿Vale la pena bucear tanto en un persona?

Porque al final se descubre que era una persona.

11:31 AM  
Blogger Molina said...

Che, Terra: leíste el post que escribió Beatriz Vignoli pensando en vos? : "yo también fui un treintañero...."

4:19 PM  
Anonymous Anonymous said...

sí vale la pena

10:20 AM  
Anonymous Anonymous said...

si no sos un blogger te discriminan, viejo, la del mensaje anterior era yo

10:22 AM  
Anonymous Anonymous said...

qué es lo que vale la pena?

11:10 AM  
Anonymous Anonymous said...

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3:40 AM  
Anonymous Anonymous said...

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6:06 AM  
Blogger Janario said...

Hola, me gustaría aprovechar tu artículo para invitarte a visitar una modesta tira cómica acerca de los límites que acabo de publicar en mi blog. Muchas gracias.
El Amante de los Límites y Abismos
Muchas Gracias!

7:09 PM  
Blogger Cristian Ton said...

me encantó este texto sobre Poe!
Es cierto, siempre me asombra lo difícil que para algunos resulta distinguir el hombre del autor del de la obra.
Me dieron muchas ganas de leer esa Miscelánea!
saludos

1:23 AM  

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