Cerrando la semana Lichtenstein
A partir del miércoles a la noche, mi sistema de refrigeración interno empezó a trabajar con notables deficiencias. Producto de una exposición negligente al frío y a la humedad, un resfrío aterrador me cacheteaba en cámara lenta. Lo cómico cuando me resfrío es que la gente no me ve “tan mal”, aunque esté respirando con las manos y sienta que se me licua la espina dorsal.
Con estas deficiencias me presenté el jueves en la inauguración de Lichtenstein en el MALBA. La verdad es que no hay mucho para contar. Estaba Eduardo Constantini con una corbata azul marino con rayas blancas y Marcelo Pacheco recorrió la muestra con los periodistas. El cálido Daniel Molina se acercó a saludar y dado mi estado de salud, agradecí la brevedad de los discursos y el juego de naranja que sirvieron en la entrada.
Ya sabemos que el MALBA es confortable y la muestra está bien colgada. Para recorrerla hay que tener en cuenta que Lichtenstein vendió mucho y muy bien en vida y lo que tiene en su poder la Fundación está más cerca de “lo que quedó”. Esto es: una serie de dibujos en lápiz, algún collage interesante, los famosos brochazos y una buena sección de desnudos. Si uno busca Hollywood –lo cual después de todo es esperable si se va a ver a Lichtenstein– quizás se decepcione.
Pero si se toma la muestra como una viaje tangencial al taller del artista, la variedad de bocetos y épocas se vuelve interesante. Rescatemos también el libro del evento que, editado con síntesis y criterio, vale la pena. Es el registro más completo y elegante del primer paso de Lichtenstein por Buenos Aires.
Con estas deficiencias me presenté el jueves en la inauguración de Lichtenstein en el MALBA. La verdad es que no hay mucho para contar. Estaba Eduardo Constantini con una corbata azul marino con rayas blancas y Marcelo Pacheco recorrió la muestra con los periodistas. El cálido Daniel Molina se acercó a saludar y dado mi estado de salud, agradecí la brevedad de los discursos y el juego de naranja que sirvieron en la entrada.
Ya sabemos que el MALBA es confortable y la muestra está bien colgada. Para recorrerla hay que tener en cuenta que Lichtenstein vendió mucho y muy bien en vida y lo que tiene en su poder la Fundación está más cerca de “lo que quedó”. Esto es: una serie de dibujos en lápiz, algún collage interesante, los famosos brochazos y una buena sección de desnudos. Si uno busca Hollywood –lo cual después de todo es esperable si se va a ver a Lichtenstein– quizás se decepcione.
Pero si se toma la muestra como una viaje tangencial al taller del artista, la variedad de bocetos y épocas se vuelve interesante. Rescatemos también el libro del evento que, editado con síntesis y criterio, vale la pena. Es el registro más completo y elegante del primer paso de Lichtenstein por Buenos Aires.
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