breve historia ilustrada del horror
(Sobre Maus I y II de Atr Spiegelman)
Estructurado a base de superposiciones, Maus cuenta muchas historias. En primer plano y como marco general, encontramos la relación entre Artie Spiegelman, un dibujante de cómics neoyorquino, y su padre, Vladek Spiegelman, inmigrante polaco sobreviviente de los campos de concentración europeos. En una segunda instancia, la de la evocación, se recorre el trágico destino de una rica familia judía de Polonia.
Articulando el relato en una serie de visitas de Artie a su padre, con dibujos rudimentarios pero virtuosamente expresivos, Spiegelman logra un retrato a la vez histórico y personal del Holocausto, inédito por su frescura y precisión. Empezando por la glamourosa etapa de entreguerras y descorriéndose lentamente a los rebusques del mercado negro y la primera vez que vio flamear la esvástica, Vladek le cuenta a su hijo cómo conoció a Anja, su madre. En el primer tomo de la serie, el breve servicio de Vladek en el frente polaco, su captura y posterior liberación de un campo de prisioneros son precedidos por la invasión alemana y la lenta pero inexorable marginación de los judíos.
La situación rápidamente se deteriora y los alemanes cuelgan en la calle a cuatro judíos por vender y comprar alimentos sin autorización. “Quedaron colgados ahí una semana –cuenta Vladek–. Cohn tenía un almacén. Era conocido en todo Sosnowiec. Solía venderme tela sin cupones. También le compraba a Pfrfer, un joven excelente, sionista. Recién casado. La mujer gritaba en la calle.” En la siguiente viñeta, Vladek, subido a la bicicleta fija, se señala su ojo de vidrio: “Ach. Todavía lloro al pensar en ellos... Mira, hasta del ojo que no tengo me caen lágrimas”.
Así, la familia empieza un periplo que incluye marchas al gueto de Srodula (en un cartel se lee “Recompensa. Por cada judío no registrado, un kilo de azúcar”) e intentos de esconderse hasta que los contrabandistas que debían llevarlos a Hungría los traicionan y los entregan a las SS. El segundo tomo describe la vida en Auschwitz y las diferentes etapas del penoso cautiverio. Vladek narra, entre muchas atrocidades, cómo desfiló desnudo dos veces frente a Mengele y la caminata diaria sobre los cadáveres del tifus para llegar al baño.
Después de doce meses, el avance de los rusos lo lleva a ser uno de los tantos prisioneros que desmantelaron los hornos y a ser uno de los últimos liberados por los soldados norteamericanos.Un amplio abanico de recursos –como historieta dentro de la historieta, cambios de registro y punto de vista– hace que Maus tenga un ritmo sostenido, más allá del grosor innegable de la historia que se narra.
La autorreferencialidad constante le permite a Spiegelman una plasticidad muy atractiva. Que el proyecto y las posibilidades del libro sean siempre discutidos por los personajes dentro del libro mismo reafirma la verosimilitud de lo que se narra. Vladek roba toallas de los baños públicos, cuenta los clavos y los fósforos y obliga a su hijo de treinta años a que termine la comida de su plato. En un momento, Artie se dibuja a sí mismo en la cocina de su padre diciendo: “Hay algo que me preocupa sobre el libro que estoy haciendo sobre él. Se parece demasiado a la caricatura racista del viejo judío avaro”.
El uso de animales que Spiegelman hace para retratar las nacionalidades (y la imbricada trama de relaciones que esto suscita) merecería un detenido estudio sobre la concepciones, imaginarios, prejuicios y virtudes de las naciones. Los judíos son ratones; los nazis, gatos. Los polacos son cerdos y los estadounidenses, perros. ¿Es Maus una adaptación trágica y en blanco y negro de Tom y Jerry?
El epígrafe del segundo tomo es elocuente. Extraído de un artículo periodístico alemán circa 1935, opera sobre la tradición del cómic y la elección de retratar a los judíos como ratones: “El Ratón Mickey es el ideal más miserable que jamás haya habido... Las emociones sanas le indican a cualquier joven independiente y muchacha honorable que esa sabandija inmunda, el mayor portador de bacterias en el reino animal, no puede ser un tipo ideal de personaje...”.
Sin escapar al retorcido reparto de responsabilidades, culpas y sensaciones que acosan tanto al sobreviviente como al hijo del sobreviviente, Maus es un relato ilustrado ágil, sintético y muy bien documentado. Más allá de la metáfora simple del juego de los gatos y los ratones, sin relativizar la eficiente traducción de César Aira, Maus no es un libro bizarro. Contar una historia con animales antropomórficos es algo muy viejo y ya es un lugar común citar la pregunta de Adorno sobre la posibilidad de la existencia de la poesía después de Auschwitz. Maus deja claro que si la poesía quizá quede corta, la historieta sí está a la altura del desafío.
1 Comments:
¿Hay una edición argentina? ¿Se consigue fácilmente en Buenos Aires? Hace tiempo pedí a un familiar que me lo traiga de Valencia, España y le fue imposible encontrarlo.
Post a Comment
<< Home