Thursday, August 24, 2006

una improvisación visceral

Si los últimos capítulos del largo y erudito ensayo sobre los viajeros argentinos a los Estados Unidos, De Sarmiento a Dios, ya exhibían cierta derivación hacia lo críptico, en Tartabul, o los últimos argentinos del siglo XX, David Viñas extrema esos procedimientos compositivos de una manera que, por lo menos, asombra. De allí que, lejos de una nueva fábula política, mezcla de prepotencia y capitalismo desgajado, Viñas ofrece algo mucho más caótico.
Lo primero que llama la atención es la prosa excesiva, una verdadera economía del gasto. Hay oralidad, regodeo en las sentencias, y un coloquialismo desmadrado, musical pero abrupto. Promiscuo, Viñas se corre al malentendido en cada frase y la asociación libre domina. Un fuerte y deliberado uso de la arbitrariedad bombardea constantemente el sentido que sale a flote, cuando puede, a base de una cadencia rítmica que lleva y trae.
En ese lodazal del lenguaje está el aire esquivo del que revisa la historia reciente. Así la novela narra en diagonal o por círculos, mientras las zonas epistolares clarifican un poco la trama. Y cada área tiene su tono y su tema. Pero algunas son más opacas o aburridas que otras. La estructura general del libro recuerda al free jazz. O mejor, suena a grabaciones piratas de solos larguísimos, o mejor aun, parece las transcripciones eruditas de improvisaciones viscerales.
Lo que Viñas propone, entonces, son los últimos treinta años de la Argentina en un palimpsesto abigarrado, un rompecabezas donde las piezas se repiten y se superponen. ¿Atrás hay un dibujo? Cuesta verlo sin ponerse a estudiar el texto con lupa y ánimo enciclopédico. No sin esfuerzo, vemos un grupo de personajes más o menos afines, el Chuengo, Tarta, Pity, el Griego, alias Piraña, entre otros, una barra con aires de militantes de la década del 60 que se van reacomodando según la época.
La parte dedicada a la Guerra de las Malvinas es clara, pero poco sutil. “El patriotismo argentino era un primer plano –escribe Viñas–. Y en la calle los porteños un ¡Viva la patria!. Arturo Capdevila se recitaba de pie en los cafés más turbulentos de la calle Corrientes. La Argentina era un 9 de Julio superpuesto con Navidad y un 25 de Mayo.” Lo demás es títulos y subtítulos, llamativos epígrafes firmados por los protagonistas de la novela, otros que son testimonios, retruécanos, telegramas, o incluso fragmentos adjudicados a Charles Maurras o Charles Fourier.
En definitiva, un sistema paratextual general exacerbado que recuerda, aunque la excede, la forma en que Viñas presenta sus textos ensayísticos. Como técnica, hay que decirlo, tiene unos ochenta años de atraso (si fijamos el nacimiento de la novela experimental moderna con la publicación del Ulises, aunque éste sea más bien su punto cúlmine).Dentro de lo narrado aparece el ajedrez, problemas con un hemistiquio, Cuba y Rodolfo Walsh; Ricardo Piglia es nombrado por sus reflexiones sobre las palabras y el dinero y más adelante Santiago Kovadloff es desafiado, con fecha diciembre de 1999, por su apelación a lo moderado.
Hay una celebración libidinal clase 90 donde se mezclan las siliconas, la gastronomía, Ambito Financiero y la Fundación Antorchas. Pero la novela, en general, oscila entre la libertad de escribir asociando y una lectura insostenible, que se disipa y se abre hasta perder su punto de referencia. Es como si el narrador estuviera de vuelta de todo, pasado de drogas o simplemente bordeando una locura, muy literaria, sí, pero locura al final.
Del desastre financiero de 1890 surgió un ciclo novelesco emparentado con la técnica naturalista. Al año siguiente de esa crisis y como parte de ese ciclo apareció La bolsa, novela de Julián Martel, seudónimo de José María Miró. Tartabul es ahí un bufón al que le pegan en la cabeza para que imite a los distintos oradores de la época como Alem o Mitre. El título de la novela alude a este personaje. Hay una escena en que el Tartabul de Viñas repite al Tartabul de Martel. Con el título de “Productos de venta restringida”, el Tarta, a pedido de la Pity, parodia a sus amigos. ¿Quiere decir Viñas que los últimos argentinos del siglo XX estuvieron condenados a la repetición y el caos multidireccional?
La parte titulada “Vaquillona loca y bermeja” abre con un epígrafe que señala: “Más precauciones tenés que tomar contra el verdadero suicidio que es sobrevivir después de la derrota”. La idea marca una clave de lectura. Macerada en la culpa de haber sobrevivido, Tartabul... es menos legible que sublime, más sonora que experimental o pícara, un verdadero objeto de estudio y un experimento tardío entre deformaciones y astucias, antes que una novela para transitar desprevenido.

3 Comments:

Blogger PaulValley said...

Muy buena la crítica, Terranova. La linkeé en mi blog. Y acá te mando un link a una crítica mía (más breve), por si te interesa: http://valleyoftears.blogspot.com/2006/07/notas-en-las-pginas-de-cortesa2.html. Gracias.

3:17 PM  
Blogger Terra said...

Estimado Pablo, ya antes de escribir mi reseña había visto tu crítica. Muy bueno tu blog.

4:19 PM  
Blogger PaulValley said...

Ah, muchas gracias. ¿No te asombra que aún haya gente que considere a Viñas un escritor "realista"? Se quedaron en Los dueños de la tierra.

11:40 AM  

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