dos viejos amigos
Aunque los contendientes sean peso completo, las peleas, en la brillante zona literaria del mundo, siempre se dirimen antes del nocaut. Incluso si el ring side se arma entre el Nobel y el bestsellerismo, entre candidaturas presidenciales y novelas legendarias, el que besa la lona siempre tiene la posibilidad de levantarse. Y si hay épicas privadas, acusaciones y gesto ampulosos, las reconciliaciones nunca son tan difíciles ni tan excepcionales. Hasta los Sex-Pistols volvieron y tocaron en un Obras sorprendido con un Johnny Rotten excedido de peso, peinado a lo Bart Simpson.
¿Cómo Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa no se van a reconciliar si una efeméride lo exige? La pista de despegue está un poco bacheada, es verdad. Pero, ¿qué suman tres décadas en la perspectiva general de la literatura universal? Cada tanto una reyerta saca las ganas, delimita pertenencias y sienta bien. Pero después se hace el concierto reunión y la vida sigue. Cuando se llega a cierta edad, las heridas o se curan o se soportan. Si Gabo viaja a Cuba y sirve de mediador inteligente entre los arrebatos comunistas y los intelectuales críticos, si Varga Llosa apoya las intervenciones militares de los Estados Unidos en el mundo, no hay nada que la Real Academia Española o una importante casa editorial multinacional no puedan reparar con una buena ceremonia y una edición de lujo y tapas duras.
Pero que nadie piense que esto es por dinero. Para nada. En este plano astral hasta el más pintado de los escritores sabe que, a la larga o a la corta, los colegas son necesarios. Como en la historia china de la grulla y el tigre que pelean en la orilla del río sagrado del tiempo. El tigre ataca con furia y la grulla se defiende con paciencia. Ninguno de los dos escapa, ninguno de los avanza. Son rivales naturales y quieren la destrucción del otro, pero en lo más íntimo de sus vidas opuestas saben que se necesitan para existir.
(Publicado en perfil.com con título del editor.)
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