Wednesday, January 31, 2007

postales de Oz



Una mañana nublada de agosto, cinco mil bailarines de tap se juntaron después de tres semanas de ensayo en Manhattan para festejar los cincuenta años de El Mago de Oz y entrar en el libro Guiness de los récords. Una nena rubia de diez años dice a cámara: “Tengo la película en video y la vemos, por lo menos, una vez por día con mi hermana”. Es la introducción a The wonderful wizard of Oz: the making of a movie classic, un documental de 1990 que abre con esta frase: “Como una mancha de aceite, la fabulosa historia del Mago de Oz se propagó de pueblos a ciudades y naciones hasta alcanzar el mundo entero”.
¿Exageración? Hoy los del Oz Club, dueños de www.ozclub.org ofrecen membresias de quinientos dólares y te mandan el guión de la película a tu casa por correo. En el año 1988, el baterista Txus Di fellatio, que había estado jugando en el Real Madrid desde 1980, forma un grupo de Heavy Metal con influencias celtas y le pone Mägo de Oz, así, con diéresis. El grupo llegó a grabar varios discos en un “marcado estilo urbano sinfónico” y entre sus proyectos alguna vez figuró hacer una ópera rock basada en el Nuevo Testamento. "Elegí este nombre para el grupo –explicó Di Fellatio– porque, como en la película, la vida es un camino de baldosas amarillas, en la que andamos en compañía de otros buscando nuestros sueños".
No todas las películas y libros exitosos desencadenan una serie de subproductos destinados a aprovechar las subidas de la marea comercial. Cuando eso pasa, la palabra “fenómeno” empieza a sonar y despierta un interés que muchas veces se retroalimenta y no muere, como la hidra de siete cabezas. El Mago de Oz ocupa un lugar tan central en la cultura universal como La guerra de la Galaxias –generador eléctrico de películas y series de televisión plagadas de una multitud de falsos Luke Skywalkers– y El señor de los anillos –un libro y una película tardía que generaron una verdadera industria alrededor de mazmorras y dragones.
De allí que a medio camino entre los hobbits y los munchniks, en alianza fuerte con la web, es que instala su base de operaciones el astuto Darren Reid. Autor de novelas “fantasy” como The Lord of Darkness and Shadow, Reid anunció, el pasado 12 de enero en su sitio personal, el lanzamiento de The Sword of Oz, “la primera de una serie de precuelas a los libros originales de Baum” con una bajada que dice “antes del mago, había una espada”. Reid presenta The Sword of Oz como un libro electrónico interactivo donde los lectores “experimentarán la primera guerra contra las brujas malas en el capítulo más oscuro de la historia de Oz”.
La oferta no es, después de todo, tan original: capítulos en Internet, un sistema al estilo Elige tu propia aventura, mucho reciclaje y un grosero trabajo con el nicho de mercado. En el primer capítulo que hay colgado en Internet da la sensación de que la idea es convertir la prehistoria de la Ciudad Esmeralda en Camelot con caballeros armados en lugar de Dorothy y Toto.
La apuesta de Joshua Patrick Dudley es bastante menos extravagante y un poco más honesta. En Lost on Oz, con salida programada este año, manda cuatro niños al país del mago, y a ver qué pasa. Como experimento no es malo. (¿Se animará a cargar el formato con traumas actuales, el flagelo de la droga y los conflictos de la soledad?) El final feliz de la ecuación sería un libro de iniciación por un lado y, por el otro, cincuenta mil ejemplares vendidos en las primeras dos semanas.

La fortaleza de los lugares comunes. El mago de Oz es una gran película y sus entretelones se abren como un laberinto interminable. En la superficie, hay cuentos clásicos y anécdotas que repetidas mil veces no se vuelven triviales. Ternura, magia, infancia y leyendas urbanas. Frank Baum fundió la cadena de teatros que heredó de su padre y se recuperó haciendo de los doce libros de Oz, una pequeña industria.
¿Es verdad que los productores decidieron fajar a Judy Garland para ocultar sus senos? Judy estaba en una edad en la que Breatney Spears ya decía “La soledad me está matando” con jumper y cara de chica traviesa del Bronx. ¿Los zapatos de rubí aludían a la primera menstruación? En el original no eran de rubí, sino de plata (y acá se anota un punto la adaptación de Noel Langley por el cambio). Y todavía queda la famosa y seductora frase “Toto, tengo la sensación de que no estamos en Kansas” (Inexistente en el libro original y cuya reescritura más potente la hace Cipher en Matrix cuando le dice a Neo una frase que se podría traducir como “ajustate el cinturón, Dorothy, que Kansas se está despidiendo”.)
¿Es verdad que Buddy Ebsen, el Hombre de Hojalata original, casi se muere cuando usaron polvo de aluminio para maquillarlo? ¿Una de las levitas del Profesor Marvel fue descubierta entre el vestuario de Frank Baum a su muerte? Y después están las coincidencias con El Lado oscuro de la luna de Pink Floyd que dan para un libro.“¿Por qué Dorothy quiere volver a Kansas, un lugar gris con una tía que se viste mal si puede quedarse en Oz con zapatos de rubí, monos alados y leones gays?” se pregunta John Waters en Memories of Oz, un documental del 2001.
El mismo espantapájaros le desliza, en el libro, la inquietud a Dorothy, abriendo un pequeño pero significativo duelo: “No comprendo por qué deseas irte de este hermoso país y volver a ese lugar tan seco y gris al que llamas Kansas”. A lo que Dorothy responde: “No lo comprendes porque no tienes sesos. Por más triste y gris que sea nuestro hogar, la gente de carne y hueso prefiere vivir en él y no en otro sitio, aunque ese otro sitio sea muy hermoso. No hay nada como el hogar.” Lejos de aflojar, el Espantapájaros redobla la apuesta. “Si las personas –dice– tuvieran la cabeza rellena de paja, como lo está la mía, probablemente vivirían todas en lugares hermosos y entonces no habría nadie en Kansas. Es una suerte para Kansas que tengan ustedes cerebro.” Así el libro se mueve en una ambigüedad que la película –cuya adaptación, huelga decirlo, es impecable– no acata.
Salman Rushdie, en su lúcido ensayo sobre el film, es taxativo al respecto: “«No hay lugar como el hogar» es, no me cansaré de repetirlo, la idea menos convincente del film: una cosa es que Dorothy quiera regresar a casa y otra muy distinta que sólo pueda hacerlo ensalzando el sitio ideal que el Estado de Kansas obviamente no es”.
Si la respuesta es verdadero amor al terruño o mensaje patriótico subliminal de cara a la expansión del fascismo en Europa – la película se filmó en el 38 y se estrenó en el 39–, no es ese el enigma más profundo. La pregunta que nadie puede terminar de responder es ¿por qué El Mago de Oz se convirtió en El Mago de Oz?
Nosotros, los enanos. El technicolor, una historia simple y equilibrada, personajes de antología, la creación de una cosmogonía antes de que las cosmogonías llegaran a Hollywood, las canciones simpáticas y pegadizas: cada respuesta, un universo. La mía es los enanos. Más allá de la increíble eficiencia con la que los documentales sobre la película supieron recuperar la parte mítica del film, imprescindible para su canonización, los enanos están en el centro del éxito.
Cerrando la introducción y abriendo la película, los munchniks aparecen en el momento justo y constituyen núcleo adelantado porque de ahí en más lo único que tiene que hacer los personajes es descorrerse con suavidad por el camino de ladrillos amarillos. Si es verdad o no que los enanos cortejaban a la Garland durante el rodaje, es apenas un detalle a la hora de juntar las historias que protagonizaron. Para empezar, la idea original de la Metro Godwyn Mayer era superar la exitosa Blancanieves de Disney. “Si ellos tenían siete enanos de jardín dibujados, nosotros vamos a tener ciento cincuenta de carne y hueso” debe haber razonado el productor Mervyn LeRoy. El problema era de dónde sacarlos. Diez enanos se consiguen en cualquier lado, pero ciento cincuenta ya es otro tema... Se recurrió a las agencias de Los Ángeles, pero ninguna podía proveer más de veinticinco actores de baja estatura. Los representantes empezaron a competir. De repente, los enanos se habían convertido en una valiosa moneda de cambio en Hollywood.
La solución la dio un actor enano conocido como el Comandante Doyle que prometió trescientos cincuenta. Los trajo del Oeste en autobuses y los presentó como “los enanos cantores”. Muchos, sin embargo, trabajaban en circos o en ferias ambulantes y en más de una ocasión salieron a relucir cuchillos o se vieron puñetazos en el set a causa de temperamentos artísticos encontrados. El mismo año que se rodó El Mago de Oz, usando quizás esa espectacular mano de obra ociosa, los estudios de la Columbia reflotaron un viejo proyecto del productor y empresario Jed Buell: un western musical protagonizado por enanos. Para Buell, la aventura era el nacimiento de un verdadero género y estaba dispuesto a explotarlo al máximo.
El resultado fue The terror of Tiny Town, un western hecho y derecho cuyo escenario ideal hubiera sido la Ciudad de los Niños de La Plata. Whiskey, peleas, tiros, cowboys en ponys y protagonistas petisos que paran la trama para cantar. (En youtube.com se puede ver el bizarrísimo trailer de la película.)
¿En que se cimienta la leyenda de un munchnick que enamorado y no correspondido se colgó de uno de los árboles parlantes del decorado y el oscilar del trágico cuerpo puede verse en la película? ¿No es en la necesidad de que aflore en el mundo de la alegría alguna opacidad? ¿De donde viene el extraño placer que produce la noticia de que la pareja de enanos que interpretaban a Hans y Frieda en Freaks de Tod Browning, eran en realidad hermanos y fueron habitantes de munchnikland? ¿Es Freaks, con su lodo y su violencia, sus carromatos oxidados y su decadente ambiente deforme, la otra cara de Oz?
La respuesta al triunfo, como es usual, se mueve entre las sombras. Nos seduce y nos alivia confirmar que donde hay luz también trabaja el dolor. Por eso las palabras de Jack Haley, el definitivo Hombre de Hojalata, nos reconfortan: “No fue divertido, trabajamos duro de cinco de la mañana a nueve de la noche, y a veces incluso fue peligroso”. Los cimientos de Oz no pueden estar igual de limpios que las calles de la Ciudad Escarlata. Necesitamos comprobar que hay grasa en la maquinaria que mueve los decorados con la misma intensidad con la que sabemos que si la bruja muere, nunca es una muerte definitiva. En la sospecha de lo siniestro, que, arriesgo, el film deja entrever, se funda la atracción irrefrenable que producen los colores de Oz y esos cuatro tiernos personajes cantando juntos en el camino de ladrillos amarillos.

5 Comments:

Blogger Gogui said...

Impecable terra, aunque admito que solamente vi "The Dark Side of the Rainbow", la versión que circula en el e.donkey y otros P2P que es la película sin sonido, y la música de Dark Side... acompañando la peli, para chekear la leyenda de las coincidencias entre las dos obras.
De todos modos, el trabajo visual por sí solo es increíble, más allá de los guiones. Es inconcebible que eso se haya filamdo en 1938, año en que inventaron a Superman, por cierto.

10:24 AM  
Blogger SL said...

muy buena nota sobre una enorme película terra pero ojo que son munchkins, no munkckh&k%ins

6:01 PM  
Blogger Terra said...

Es verdad que salió errado reiteradas veces el nombre de los enanos, lo que sí no recuerdo haber escrito munkckh&k%ins en ningun lado... (Por otra parte, en el pasquín de las erratas todo es posible.)
Gracias por el comentario.

2:15 PM  
Blogger Maggie said...

muy bueno lo suyo terra
mis sinceras congrats
saludetes!
ps: me olvide de agradecerle, todas sus recomendaciones para mi viaje con El Manchego a BA fueron altamente exitosas.

8:15 AM  
Anonymous Anonymous said...

Guapísimo el artículo, muy bueno y con detalles superdesconocidos. ¡Enhorabuena! he encontrado tu post porque he creado una página monográfica sobre "El mago de Oz" y estaba buscando cosas para poner. A ver si consigo más fotos de esas de Vogue. La página es ésta

Ozmanía no place like Oz

5:20 PM  

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