Cartas del poeta a su madre
Las Cartas a la madre que Charles Baudelaire escribió a ritmo sostenido entre 1833 y 1866, difieren mucho de sus cartas a amigos, artistas o editores. ¿Cuál era el diálogo de un poeta tan atormentado y voluptuoso como Baudelaire con su madre? ¿Qué extraño formato edípico podría destilarse de esos intercambios? Cerca de una descarnada autobiografía espitolar, el centro vital de estas cartas es la existencia material del poeta. El vocabulario aquí se vuelve cada vez económico a medida que los años pasan. Se habla, así, de préstamos, de recompensas, de cobros, y sobre todo de endeudamientos.
La dura subsistencia del poeta –que siempre debe, que siempre necesita dinero– se traduce en esta antología de una forma palpable, develando el contexto de escritura de muchos de sus poemas. El mito se ve entonces abordado doblemente desde su obra y desde esta frágil intimidad, más utilitaria y transparente pero no por eso menos confiable. ¿Hasta que punto Baudelaire se retrata a sí mismo sufriendo el hastío? “Mi mesa, desde comienzos de mes, está repletas de pruebas de imprenta hasta las que ahora no he tenido el valor de meter mano, y siempre llega el momento en que hace falta, con gran sufrimiento, salir de estos abismos de indolencia” escribe el 25 de diciembre de 1857. El conjunto encuentra su breve pero intenso climax en la trastienda política del juicio que el poeta sufrió por la publicación de las Flores del mal: “Todos me instan a que no abra la boca durante la vista de la causa por temor a que me deje llevar por uno de esos accesos de cólera míos”.
El libro lo edito Mondadori con traducción y notas de Roberto Mansberger en su colección El espejo de tinta, nombre horrible pero con títulos impresionantes como las Cartas a Stalin de Gulgákov y Zamiatin o los dos tomos de Diarios íntimos de Virginia Woolf. Creo que muchos de ellos, incluido Cartas a la madre (1833-1866), todavía se consigue en las librerías de saldos de Corrientes.
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