novelita china en verso
Sobre Señores Chinos de Sergio Pángaro
La amabilidad del señor Tao, dice Sergio Pángaro, muchas veces es sólo una sonrisa. Parafraseándolo, podríamos decir que la elegancia de Señores Chinos también lo es: una sonrisa amable, ligeramente enigmática. Un pintor irascible y occidental cuenta la historia de su desengaño amoroso. El Señor Tao se presenta como su amigo y confesor y el señor Wu es su sirviente. El Señor Kono, un comprador de arte indeseado.
Al ritmo de versos sueltos, el libro comienza con una teoría del amor en relación a los sabores y se extienden en discusiones sobre la belleza y el dolor en el arte moderno. Las metáforas de Pángaro exploran a conciencia la sensualidad de lo simple –"El Dolor es como un funcionario metódico./ De nada sirve decirle que ya no es necesario"–, para construir un entramado que se enrarece a medida que la acción avanza. Si el Tao Te King, también conocido como "el libro del camino y su virtud", está en la base de Señores Chinos, no hay burla y sería forzado hablar de parodia. Lo que sí encontramos es una reescritura piadosa que retoma el estilo de la síntesis y la máxima.
Sin embargo, pese a la calma y al equilibrio, los momentos de violencia suceden: El Señor Tao le regala al pintor una imagen de jade donde dos dragones feroces despedazando una paloma. Criados suspicaces, leones de piedra, parques chinos, los lentos y parsimoniosos movimientos que les suponemos a los orientales, entonces, están aquí. Pero aparecen cortados, sesgados, sin un rigor que pondría pesados pruritos. No hay misticismo o encandilamiento, menos aun respeto por la tradición a priori, en estos Señores Chinos. El tiempo del relato es el hoy y el ahora. Como si Pángaro advirtiera que en la actualidad y en la Argentina la seducción de la placidez todavía sigue siendo posible y no es patrimonio privativo de Oriente.
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