sábado a la tarde (volviendo una y otra vez)

Hoy después de la siesta me puse a pensar que es una lástima que los escritores de mi edad que son mediocres sean a la vez tan chupamedias de, por ejemplo, los viejos de mierda como Noé Jitrik, David Viñas o Miguel Bonasso. Los que tiene algo bueno publicado son mucho más piolsa, no entran tan rápido en el elogio y en la genuflexión. Supongo que, aunque, repito, es un lástima, no deja de ser coherente.

Lo indisociable de esos dos conceptos, mediocridad literaria y arribismo lastimoso, me hace cometer errores. Me pone violento, de alguna desprestigia mis opiniones y mi escritura. Pero también siento que me pone a salvo. Todavía no comprendo de qué, quizás algún día...

La caza de caranchos es un deporte peligroso. Nadie te ayuda a levantar la escopeta y los amigos, sabios o cobardes, no te acompañan. A lo sumo te miran como a un loco y se enojan. No los culpo. Las cosas se ponen todavía más feas cuando cae la tarde y el sol es fuego en el horizonte y uno tiene las botas llenas de barro y la bolsa, resumen del día, está llena de plumas sucias.

"Pero si yo metí mucho acá..." piensa uno. El refugio tiene que estar cerca entonces y adentro el fuego tiene que estar encendido. Pasar la noche a la intemperie se vuelve todavía más difícil. Cuando la caza termina y uno vuelve a la ciudad, pasan quizás semanas o meses hasta que alguien se acerca y dice que aquello tuvo algún valor. Ahí es donde se comprueba que no se trata apenas de un deporte, y que de algo sirve levantarse a las cinco de la mañana, salir de la cama, abrigarse y enfrentar el aire frío y el rocío helado que empieza a brillar en el campo.