tan lejos como bulgaría
Domingo a la noche. Antes de cenar, vemos la tele y yo capto, en un breve segundo, la cara de una de las violinista de la orquesta que acompaña a los futuros ídolos. No está tocando, tiene el violín apoyado en la falda en forma vertical, el pelo recogido. No toca porque el que canta es el rockero Bo Bice y el tema es un cuadrado hit de County Crows o algo así. Celia está cansada, no ve la cara y dice: “Va a terminar ganando este, que es un boludo, le dan mucha manija”.
Me importa poco. Me quedo con la cara, un signo de pregunta. Mientras suena la música ella pensando: “¿Cuándo fue que llegué a esta situación?”. Qué historia, Dios mío, qué historia.
Ella tenía un sueño. Todos lo tenemos. Tocar el violín en forma profesional. Estudo con diferentes maestros. Cuando llegó la técnica, faltó el sentimiento. Igual, armó un repertorio esmerado. Le gustaban los románticos y hasta tocaba una sonta para Violín y piano de Beethoven. Pero Los Ángeles no queda tan lejos, la Industria le cayó encima y de repente estás tan lejos como Bulgaria.
Si no tenés la fuerza para rechazar el poder hipnótico de American Idol, más vale que sepas como manejar tu resingación para que no te muerda.
Me importa poco. Me quedo con la cara, un signo de pregunta. Mientras suena la música ella pensando: “¿Cuándo fue que llegué a esta situación?”. Qué historia, Dios mío, qué historia.
Ella tenía un sueño. Todos lo tenemos. Tocar el violín en forma profesional. Estudo con diferentes maestros. Cuando llegó la técnica, faltó el sentimiento. Igual, armó un repertorio esmerado. Le gustaban los románticos y hasta tocaba una sonta para Violín y piano de Beethoven. Pero Los Ángeles no queda tan lejos, la Industria le cayó encima y de repente estás tan lejos como Bulgaria.
Si no tenés la fuerza para rechazar el poder hipnótico de American Idol, más vale que sepas como manejar tu resingación para que no te muerda.
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