Sunday, May 01, 2005

domingo a la noche (pilas, contra todo pronóstico)

Me pasé el domingo trabajando en propio y ajeno. Lo ajeno da para un supermercado y libros de saldo. Lo propio impide que todo se disuelva en los proyectos ajenos y en la amargura general.

Como regalo por haber mantenido la voluntad de no caer, pongo el tema de Magnolia, Save me, de Aimee Mann.

La música y la letra me retrotraen unos cinco años en el pasado. Quizás más. Es viernes. Yo salgo a las once de la noche de la facultad. Hace frío, hay una lluvia fina pero insoportable. Me cierro la campera y salgo. Camino cinco cuadras hasta Rivadavia. En la parada del colectivo pienso en la pésima clase que acabo de terminar. Un docente muy poco jugado, textos demasiado difíciles para contener algo que valga la pena. Ahora tengo que viajar casi una hora hasta un lugar al cual quiero llegar pero la lluvia la espera me retiene. Yo estoy resignado porque la campera aguanta y tengo no uno sino dos libros que me están gustando en la mochila.

Entonces, un auto para y el vidrio empieza a bajar con la suavidad regular de las ventanillas automáticas. Las gotas caen como hilanchas sobre la carrocería azul oscuro.
- ¿Hasta a dónde vas?- me pregunta una voz femenina desde andetro del auto. Era una pibe que había salido de la misma clase que yo.
- Subí que te llevo- me dijo y yo subí.

El interior ocuro del auto era otro universo. Había empezado a llover con más fuerza, pero adentro apenas se notaba en el ruido del agua. Ella me contó que era el auto del padre. Estaba seco y tibio. Las clases de los viernes tampoco le gustaban.
- No por el horario, si fueran buenas clases vendría con gusto.
Hice un chiste y se río. Manejaba bien. El auto era sólido y se deslizaba con una seguridad asombrosa por el asfalto mojado. Es algo muy particular que alguien te lleve en su auto, cuando afuera llueve y la radio suene a un volumen que no moleste en absoluto. Llegamos enseguida y hasta dio una vuelta de más para dejarme en la puerta. Nos despedimos con un beso y yo salí a la lluvia y retorné a mi vida. No me acuerdo el nombre de la chica y no la volví a ver en la facultad.

No hay necesidad de que te saquen de los colmillos de la muerte o la enfermedad. También vale la pena que te salven de vos mismo o del traqueteo insufrible y lento del 55.

"Cuando alguien me pide un consejo, yo le cuento una historia" dijo alguna vez Thomas Berhardt. La idea me deja fuer ade combate en el primer round. Sí. A veces la música sirve de concejo en ese sentido.

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