diario de la mudanza (XII)
Ayer estaba en la computadora y sentí que Celia corría al baño. Entré en la habitación y había vomitado en la alfombra.
— Pensé que eso pasaba en los tres primeros meses—le dije.
—Yo también— me respondió.
Limpié la mancha pero el olor quedó. Después, volvimos a hablar sobre el prestigio. Una vez más. No sé por qué.
— No creo que te dejen pagar en Carrefour con el prestigio.
El prestigio ni siquiera te consigue un trabajo hoy. Conozco gente muy prestigiosa que todavía hace cosas horribles por dinero. Quizás en otra época el prestigio te daban algo. Así me dijeron. Yo no conocí esa época.
Cuando nos fuimos a dormir y la habitación tenía olor a micro de larga distancia.
— Ahora entiendo algunas cosas—le dije a Celia en la oscuridad. Ya habíamos apagado la luz.
Ahora escucho el ruido del agua. Celia se está bañando. El tiempo que enseñé en la facultad, los alumnos se complotaron. Todos juntos, o por separado, quién sabe, se dedicaron a hacer las preguntas más idiotas. Creo que incluso había un concurso. No fui un mal profesor. Ni siquiera me enojaba. Y ellos aprendían. El mejor profesor es el que se arremanga y responde todas las preguntas. La cinta de cassette se rebobina hasta el fondo y vamos de nuevo. No, no fui un mal profesor. La pregunta es si puedo ser un buen padre. En la cama, le acaricio la panza a Celia. Es redonda y grande. Y la piel es suave.
— Me gusta que me acaricies— me dice.
Ayer jugaba al poeta maldito. Hoy voy a tener una hija. El gato se mete en los placares. Empuja las puertas y las bisagras rechinan.
— Está explorando su nuevo habitad— dice Celia. El asunto parece una versión doméstica del Discovery Channel.
Un día estás sentado escuchando un disco y haciendo tiempo para ir a trabajar. Acto seguido, tu mujer sale del baño y dice que está embarazada. Y eso ya es todo un tema. Pero lo mejor es que pestañás dos veces y recorrés tu infancia y tu adolescencia como si fuera una película en blanco y negro. Lo triste y lo feliz que fuiste. Y, por supuesto, no vas a trabajar. Y volvés a pestañar y ya pasaron ocho meses. La panza está enorme.
Nunca pero nunca va a dejar de asombrame la constancia del tiempo. No hay forma de ganarle. El tiempo es todavía más duro que la muerte. A veces trabaja para ella, pero entonces pasan unos días y todo empieza otra vez. Llega la muerte. Golpea la puerta. Entra. Aplasta las flores, toca a los animales y los animales se desploman como si fueran piedras. Pero después todo vuelve a empezar. Ya es tarde. Me tendría que ir a dormir. Quizás estas sean las reflexiones más banales del mundo. Se escucha el silencio de la calle vacía. Miro por la ventana. El viento mueve las hojas de un árbol. Entonces, vamos al ginecólogo y el tipo mirando un monitor con imágenes completamente ininteligibles te dice que es una nena.
— Está claro— señala— Es una nena.
La película pasa una y otra vez en blanco y negro. Y Celia sonríe.
— Pensé que eso pasaba en los tres primeros meses—le dije.
—Yo también— me respondió.
Limpié la mancha pero el olor quedó. Después, volvimos a hablar sobre el prestigio. Una vez más. No sé por qué.
— No creo que te dejen pagar en Carrefour con el prestigio.
El prestigio ni siquiera te consigue un trabajo hoy. Conozco gente muy prestigiosa que todavía hace cosas horribles por dinero. Quizás en otra época el prestigio te daban algo. Así me dijeron. Yo no conocí esa época.
Cuando nos fuimos a dormir y la habitación tenía olor a micro de larga distancia.
— Ahora entiendo algunas cosas—le dije a Celia en la oscuridad. Ya habíamos apagado la luz.
Ahora escucho el ruido del agua. Celia se está bañando. El tiempo que enseñé en la facultad, los alumnos se complotaron. Todos juntos, o por separado, quién sabe, se dedicaron a hacer las preguntas más idiotas. Creo que incluso había un concurso. No fui un mal profesor. Ni siquiera me enojaba. Y ellos aprendían. El mejor profesor es el que se arremanga y responde todas las preguntas. La cinta de cassette se rebobina hasta el fondo y vamos de nuevo. No, no fui un mal profesor. La pregunta es si puedo ser un buen padre. En la cama, le acaricio la panza a Celia. Es redonda y grande. Y la piel es suave.
— Me gusta que me acaricies— me dice.
Ayer jugaba al poeta maldito. Hoy voy a tener una hija. El gato se mete en los placares. Empuja las puertas y las bisagras rechinan.
— Está explorando su nuevo habitad— dice Celia. El asunto parece una versión doméstica del Discovery Channel.
Un día estás sentado escuchando un disco y haciendo tiempo para ir a trabajar. Acto seguido, tu mujer sale del baño y dice que está embarazada. Y eso ya es todo un tema. Pero lo mejor es que pestañás dos veces y recorrés tu infancia y tu adolescencia como si fuera una película en blanco y negro. Lo triste y lo feliz que fuiste. Y, por supuesto, no vas a trabajar. Y volvés a pestañar y ya pasaron ocho meses. La panza está enorme.
Nunca pero nunca va a dejar de asombrame la constancia del tiempo. No hay forma de ganarle. El tiempo es todavía más duro que la muerte. A veces trabaja para ella, pero entonces pasan unos días y todo empieza otra vez. Llega la muerte. Golpea la puerta. Entra. Aplasta las flores, toca a los animales y los animales se desploman como si fueran piedras. Pero después todo vuelve a empezar. Ya es tarde. Me tendría que ir a dormir. Quizás estas sean las reflexiones más banales del mundo. Se escucha el silencio de la calle vacía. Miro por la ventana. El viento mueve las hojas de un árbol. Entonces, vamos al ginecólogo y el tipo mirando un monitor con imágenes completamente ininteligibles te dice que es una nena.
— Está claro— señala— Es una nena.
La película pasa una y otra vez en blanco y negro. Y Celia sonríe.
6 Comments:
Felicitaciones.
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Esto no tiene que ver con el post, pero me parece importante: el bicarbonato de sodio quita el olor a vómito. Se moja la punta de un trapo (mejor pañales de gasa) en agua, se pasa por el bicarbonato, y luego por la mancha. Esto le servirá a Celia para cuando nazca el bebé también. Mis hijos fueron vomitadores de bebés. El vómito de leche materna no tiene feo olor, pero el de mamadera es espantoso. Y los chicos vomitan en cualquier momento y en cualquier lugar. Así que yo iba a todas partes con un poco de bicarbonato en un frasquito negro de rollo de fotos, y siempre algún pañal de gasa encima.
De nada.
Gracias, lo vamos a tener en cuenta.
""Nunca pero nunca va a dejar de asombrame la constancia del tiempo. No hay forma de ganarle. El tiempo es todavía más duro que la muerte. A veces trabaja para ella, pero entonces pasan unos días y todo empieza otra vez. ""
Otra observación muy interesante. Hay una canción de Juan Gabriel, para mi la mejor que escribió y canta, que se llama "Abrazame muy fuerte". A lo mejor la escuchaste antes, a lo mejor un montón de veces, o quizás no sea algo que escucharías, lo que me llama es que parte de la letra dice:
"Abrázame que el tiempo pasa y ese no se detiene.
Abrázame muy fuerte amor que el tiempo en contra viene.
Abrázame que Dios perdona pero el tiempo a ninguno.
Abrázame que a él no le importa, saber quién es uno.
Abrazame que el tiempo pasa y ese núnca perdona.
Ha hecho estragos en mi gente como en mí persona.
Abrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigo."
Lo que escribiste me hizo acordar a la canción.
Me alivia no ser el único que no entiende absolutamente nada en las ecografías. Me avergonzaba confesarlo. La doctora decía "Les presento a su hijo" y yo sólo alcanzaba a ver una fría masa blancuzca, palpitante y ligeramente amenazadora. Fingía, por supuesto. Tiraba un: ¡Que lindo, movió la manito! y otras frases por el estilo. La doctora se daba cuenta de que mentía y me miraba medio mal.
Felicitaciones por la nena.
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