Thursday, September 14, 2006

Soiza Reilly

(Esto fue lo que leí ayer en el Rojas)
1. Los libros
Me siento con los libros de Soiza Reilly que tengo y los miro uno por uno. Soiza ponía excelentes títulos. Pecadoras, La ciudad de los locos, La escuela de los pillos, Criminales (almas sucias de mujeres y hombres límpios), La mujer que pecó inocentemente. El alma de los perros me gusta menos pero el principio tiene una fuerza envidiable. Todos los principios de Soiza tiene esa misma fuerza. Escuchen:

“Este es un libro de rezos prohibidos. No son rezos para goces de labios. Son rezos para fruición de aquellos corazones en cuyo fondo viven, graznan y se inmortalizan los justicieros buitres del odio. El odio es la única virtud que ha inspirado este libro... Afortunadamente, la muchedumbre, con tajante ademán de guillotina, ha de excomulgarlo por inútil. ¡Afortunadamente! Ese será un buen augurio de sol... El silencio de los bosques de carne haré germinar el triunfo de este libro infecto de blasfemias... ¿Blasfemias? Sí. Blasfemias prohibidas por los muy ilustres monseñores del abecedario, que habiendo digerido leyes –leyes de gramática, de sentido común, de honestidad–, vense obligados a defecar decálogos de literatura, de geometría moral y de opiniones... ¡Sabios! Mis vértebras no aprendieron en la escuela de la vida ninguna genuflexión para esos sabios.”
2. Tatuajes
Tengo una amiga poeta que me cuenta que, cada tanto, sueña que se encuentra a Roberto Arlt en la calle. En la calle, o en un gimnasio. En la calle Arlt va caminando. En el gimnasio está haciendo pesas y ella lo mira, y él la lleva al vestuario que está vacío. Mi amiga poeta sueña que Arlt se desnuda y le muestra el cuerpo llenos de tatuajes y le dice: “Me tatuaron en la guerra”. Mi amiga le pregunta dónde, en qué parte del cuerpo. Y Arlt le muestra los brazos y la espalda.
Mi amiga me cuenta que después cambia la escenografía del sueño y están en una celda. Arlt y ella en la cárcel. Y Arlt dice “me encerraron por los tatuajes”. En la cárcel, cada tatuaje tiene el nombre de un crítico que escribió sobre él.
— Che, ¿y estos dolieron?— le pregunta ella.
— ¿Vos no tenés tatuajes?— le responde Arlt.
Y ella le dice que no.
— Siempre duelen—agrega él.
Cuando me cuenta este sueño mi amiga agrega que también sueña con Benicio del Toro. Un gimnasio, duchas con agua caliente, vapor, una celda.
— ¿Y los tatuajes?— le pregunté— ¿Cómo funcionan con Benicio del Toro?
— Él tiene un tatuaje por cada fanática, tatuajes con forma de boca abierta, de labios húmedos.
Por el contrario, Soiza Reilly tiene pocos tatuajes. Una marca acá, allá, un moretón, una cicatriz. Tatuajes sin elaborar. Un ancla. Un barco. Una serpiente. Él nunca podría aparecer en el sueño de mi amiga. Era un tipo más bien grueso, retacón, anteojos, gabán, bastón, el estilo de Joyce, pero más altivo, más teatral. En las pocas fotos que se consiguen se lo ve sonriendo, luciendo un aire de indiferente dandismo. Es la cara del resignado que dice: “La vida no es tan complicada, señor mío” y después agrega “disfrútela”.
Si me pongo a pensar, los tatuajes del sueño de mi amiga seguramente recopilan las firmas de los mejores ensayistas argentinos: David Viñas, Noe Jitrík, Jorge Rivera, Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, Eduardo Romano, Jaime Rest, Horacio González, Alan Pauls. Cada uno firma su tatuaje que reivindica a Roberto Arlt sobre la piel de Roberto Arlt. Oscar Massota escribió un ensayo paradigmático sobre él. Y Cesar Aira, que parecería no creer en nada, lo reverencia.
Mi sensación en este sentido es muy clara. “Listo –pienso–. Es de ellos. A Roberto Arlt hay que leerlo en silencio.” Estoy parado en uno de los pasillos de la Facultad de Filosofía y letras de Puán. Quiero ser escritor. Leo por quinta vez El Jueguete Rabioso. Me gusta. Pero, ¿cómo reinvidicar eso, reinvidicado mil veces? “Es una gran pérdida” pienso. Pero las marcas en el camino son demasiado profundas. En el sendero de la literatura argentina demasiados transitaron esas huellas, haciéndolas con cada paso más profundas, deformando recorrido. Y entonces ahí aparece Soiza, que en mucho sentidos es mejor que Arlt.
Lo leo por primera vez y muy poco tiempo después descubro que es su maestro. Soiza Reilly, maestro de Roberto Arlt. Y Soiza habilita la escritura. Se planta y patea al arco. No ataja, patea. Y hace goles de todos los ángulos y libera la narración. De golpe comprendo, en los libros de Soiza Reilly no existe la posición adelantada. Nadie ni nada queda en off-side.
3. Diario de un morfinómano
Se dice que Roberto Arlt escribió en su primera juventud un Diario de un morfinómano que se perdió publicado con el soporte de esas novelistas-folleto que Beatriz Sarlo trabaja en El imperio de los sentimientos. Ese texto perdido de Arlt, ese texto donde la influencia de Soiza se haría más patente, es el eslabón perdido de la literatura argentina. No sé porqué pero tengo la sensación de que Diario de un morfinómano es lo que intento escribir cada vez que me siento en la computadora: un falso diario de una falsa adicción cuyo destino es perderse.
Una cosa más sobre la relación entre Soiza y Arlt. En 1918, Arlt publica su primer cuento Jehová, en la Revista Popular número 26 del 24 de junio de 1918. En ese momento, la revista la dirige Juan José de Soiza Teilly.

4. Bibliografía
Ahora repaso la bibliografía que tengo sobre Soiza. Me llama la atención la desproporción. Por un lado, una pila de libros, los originales marcados por el tiempo y las fotocopias, lo que encontré de sus cuarenta y dos libros publicados y su inestimable cantidad de artículos aparecidos en diarios y revistas. Por el otro, apenas un par de muescas críticas. Cristina Ferrer en un exaltado artículo publicado en la revista La Caja lo sale a defender pero escribe mal su nombre. Escribe "Souza Reilly". Martín Prieto en su excelente Breve Historia de la Literatura Argentina lo define como “cronista” y escribe mal el nombre en el cuerpo del libro, pero aparece bien escrito en los créditos bibliográficos.
En el voluminoso, exagerado y apasionante libro de Josefina Ludmer, donde todos los escritores son criminales, los libros, manuales del crimen y la literatura argentina un permanente desafío a la ley, Soiza recibe su lectura más completa. Todo lo cual no me inhibe de preferir el gesto de María Moreno, su descendiente en la práctica, la que mejor escuchó esa música. La gente de los medios, es sabido, se entiende al toque, casi por señas. Alan Pauls dice en un artículo sobre María Moreno:
“María Moreno podría bajar del cielo de la teoría para divertirse un poco en la tierra; podría dejar a Luce Irigaray y a Hélène Cixous para embarrarse alegremente las patas chapoteando en Fray Mocho o De Soiza Reilly. Pero no. Eso sería hacer del periodismo una excepción reconfortante, un tour oxigenador, un pasatiempo popular que los ricos se conceden para variar un poco. No: el campo de Moreno es un campo de inmanencia, un solo y mismo lodazal donde todos chapotean con todos, “democráticamente”, y la retórica de los posfeminismos o la teoría queer no brilla más que los giros atorrantes que suministran las hablas, las conductas o las invenciones de “la calle”. Moreno es De Soiza Reilly (o la Djuna Barnes que entrevistaba a Joyce para la sección Sociedad de algún periodiquito de principio de siglo) y Luce Irigaray, pero no como Jeckyll y Hyde, que para hacer sus cosas se turnan, sino al mismo tiempo, interfiriéndose, saboteándose, parodiándose mutuamente.”

Dicen que Fray Mocho inventaba noticias y que por eso lo rajaron de varios diarios. El procedimiento de Soiza, como el de María Moreno, es más sutil. El autor convierte en noticia sus impresiones literarias.
5. Dos señalamientos
El Primero. Ernesto Vallhonrat me contó una vez que Soiza Reilly fue el introductor de los anteojos de sol en la Argentina. Volvió de Europa y la gente decía cuando bajó del barco: “¿Qué trae Soiza Reilly en la cara?”. Y eran anteojos de vidrios oscuros. No creo que la anécdota sea cierta. Pero es verosímil. Mientras Arlt fue hasta África. Soiza como bon vivant viajó a todas partes. La hija de Soiza me dijo una vez en un pensionado de Palermo. “Hizo plata, pero se la gastó. Vivía muy bien.”

El segundo. Soiza Reilly es el precursor argentino de la web, de la red de redes. Su pluma es internética. Todo el tiempo encontramos comas entre sujeto y predicado, anacolutos, digresiones que se abren y no vuelven, hay títulos, subtítulos, epígrafes, autocitas, fetiches berretas, personajes unidimensionales hasta el absurdo, descontrol narrativo, sensiblería cursi, crudeza, contemporaneidad, impacto, sangre. Releyéndolo pienso que la forma de escribir de Soiza, antes que a otra cosa, remite al chat y al blog.

6. Un loco en La Boca
Hace un par de años escribí un ensayo sobre Soiza Reilly y lo titulé El escritor perdido. Yo era en ese entonces intelectualmente bastante sangriento. La hipótesis central decía que Soiza se había extraviado en los meandros de la historia por la incapacidad de los lectores argentinos eruditos para ver el talento en los medios de comunicación y por fuera de las normas explícitas del bueno gusto literario. Hoy pienso que a la idiosincrasia elitista de los críticos argentinos se debe un parte de la poca difusión actual de Soiza Reilly. Pero el gran culpable de su no reedición, de su falta de las librerías, está en otro lado.
El albaceas de Soiza, el que quedó en plena posesión de los derechos de publicación de esos cuarenta y dos libros es el sobrino de su hija, la que todavía vive en un pensiona en Palermo. Dicen que este tipo vive encerrado en una casona de La Boca y espera salvarse vendiendo los derechos de la obra de tío abuelo. Cada tanto sale, viaje, por ejemplo, digamos, no sé, a Miami y los ofrece pero, por supuesto, nadie lo escucha. Dicen que tiene la rara edición israelí de Alma de los perros, con letras doradas en la tapa.
Entonces, un loco, en La Boca, sentado sobre los libros, esperando salvarse y diciéndole a todo el mundo que su abuelo era un genio. ¿Logrará que reediten al menos una novela y llorará por el adelanto que inevitablemente le resultará mísero? ¿O terminará quemando los libros y él saldrá desnudo corriendo a los gritos por la calle Montes de Oca? Es una buena historia. Digna de ser contada por Soiza.

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