Wednesday, May 09, 2007

Versiones de un continente


Sobre La idea de Europa de George Steiner y Mi Europa, dos ensayos sobre la Europa Central de Yuri Andrujovich y Andrzej Stasiuk.
La idea de Europa es un volumen breve publicado en coedición por Siruela y Fondo de Cultura Económica. En sus magras setenta páginas, sin embargo, entran una conferencia que George Steiner dio en el Nexus Institute de Ámsterdam, un prólogo de Mario Vargas Llosa, una introducción de Rob Reiner, director del instituto, y una buena porción de añejo eurocentrismo intelectual. Mientras Vargas Llosa y Reiner se regodean en enunciados fáciles como “Europa es el lugar de la memoria, y América, el de las visiones y utopías futuristas” y “La obra de George Steiner puede verse, entre otras cosas, como un código moral intelectual”, el mismo Steiner es más refinado, pero no por eso menos contundente.

Delimitando un geografía canónica, el ensayista marca cinco rasgos que ve como esenciales a la constitución del continente: los primeros cuatro “axiomas” son más simpáticos y comprobables que exclusivos. Steiner señala la gran cantidad de cafés donde poetas y políticos europeos de todos los tiempos modernos escribieron, debatieron y conspiraron; la escala humana del paisaje y la posibilidad, casi una invitación, de la geografía europea al paseo y la excursión propicia a las divagaciones metafísicas; el hábito de nominar calles y plazas con nombres de científicos y escritores, y una doble ascendencia –sobre la que el académico siempre parece insistir– en Atenas y Jerusalem. El quinto concepto, menos enfático, es definido como “ese famoso crepúsculo hegeliano, que ensombreció la idea y la sustancia de Europa incluso en sus horas de mediodía”.

Un poco nostálgico, un poco oxidado, bordeando la tautología, Steiner esboza situaciones narrativas o teóricas pero no las desarrolla. Cuando escribe: “En un café de Génova escribe Lenin su tratado sobre empirocriticismo y juega al ajedrez con Trotski”, el lector asiste a un íntimo hecho crucial del siglo XX. Pero es como si mirara una instantánea que rápidamente se desvanece. Si La idea de Europa no es la intervención más feliz de Steiner, cuya producción crítica puede ser considerada fundamental, los textos publicados por Acantilado en Mi Europa, dos ensayos sobre la Europa Central se presentan como un interesante revés de la trama.
La primera línea de Revisión centroeuropea del ucraniano Yuri Andrujovich puede leerse como una respuesta a la intervención de Steiner: “Desde la infancia me he sentido atraído por las ruinas”. Impresionista, divagante, siempre sensual en sus recorridos, Andrujovich describe ruinas industriales, derruidos castillos de la edad media y unidades habitacionales cuya pintura se descascara. Su reflexión es también una autobiografía y una genealogía. “El viaje centroeuropeo es siempre una huida” escribe y el inventario familiar lo corrobora. El polaco Andrzej Stasiuk es más directo en su Diario de bitácora. Describiendo llanuras llenas de ventiscas y largas noches invernales, piensa la geografía ubicándola por sobre la política, la economía y la historia.
A la sólida propuesta de Steiner y sus clásicos, Stasiuk responde, casi bíblico, con liviandad: “Sí, mi Europa se compone de todo esto. De detalles, de pormenores, de sucesos que duraron apenas unos segundos y parecen cortometrajes, de retales abigarrados que dan vueltas en mi cabeza como las hojas barridas por el viento, y a través de este vendaval de episodios se traslucen un mapa y un paisaje”.
Hay muchos puntos de contacto entre Stasiuk y Andrujovich: La cuenca del Danubio como referente ineludible, ocupar el centro geográfico de Europa y ser la otra Europa, llamar Galitzia a la actual Polonia Menor Oriental, la transición al capitalismo y la irrupción de la televisión satelital en las aldeas. Nacidos ambos en 1960, desconocidos para el lector argentino Andrujovich y Stasiuk encarnan una verdadera conciencia crítica actual, aunque muy probablemente ellos nos suscriban esa nominación.

Menos utilitaristas, más sensibles a la realidad y manteniendo a raya la tradición y cierta idea enrarecida de destino –de la mano de la cual Berlín y Moscú construyeron más de un patíbulo–, volando sobre todo fuera del radar de Steiner, ellos también constituyen Europa, pero su prosa está llena de ricas ambigüedades y trayectos personales. La pregunta clave sobre dónde termina el continente choca en estos ensayos confesionales contra lo híbrido, lo mestizo, las fronteras donde la frase “Vodka barato” se escribe en tres idiomas con tiza en un poste. Ellos encarnan con sabia y vital resignación antes que con flema pomposa el desgarro del poscomunismo y eso que llamamos, a falta de un nombre mejor, verdad narrativa.

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