un intelectual ambicioso
Mario Vargas Llosa cumple setenta años y, a diferencia de Gabriel García Márquez, su antiguo compañero del boom latinoamericano, que declaró haber abandonado la escritura, sigue produciendo. Mientras sus extensos y muchas veces famosos libros de ficción siguen siendo leídos, una reciente colección de crónicas políticas titulada Isarel/Palestina - Paz o guerra santa se acaba de publicar en Buenos Aires, mientras la editorial Alfaguara relanza, en la colección que lleva su nombre, El pez en el agua, hasta ahora su único libro de memorias.
El discurso de Vargas Llosa frente al periodismo es monolítico y rara vez dice, en una entrevista, algo importante o digno de ser recordado. Frases como “soy un liberal”, “amo profundamente la libertad” o incluso “me considero un ciudadano del mundo” se repiten una y otra vez. Esta libertad, en todo caso, no es una libertad que se libre a sí misma. “Naturalmente, cuando hablamos de libertad –declaró hace poco– no podemos olvidar la legalidad, sin la cual la libertad se vuelve libertinaje. Yo creo que esa combinación armónica de libertad y legalidad es el motor de la civilización.”
Vargas Llosa es, sin dudas, un intelectual ambicioso que no resigna ninguna aventura y no evita ninguna transformación. Sin ser negativa ni positiva en sí misma, la exposición pública a la que se somete determina su manera de ser escuchado y leído. Su lugar de referente, a veces moral, a veces ético, se asemeja al de un aguerrido jugador de tenis que –aunque muchas vayan a la red– devuelve todas las pelotas que le tiran. Vargas Llosa puede opinar sobre Borges, Internet y los libros, Bill Gates, la guerra en Irak, Marcel Proust y el destino de la novela en la Unión Soviética, pero también sobre Nelson Mandela, la angustia existencial del hombre moderno y Fidel Castro. Los temas van cambiando según la época y él, acertado o errado, todo lo dice siempre con una seguridad envidiable. El entrevistador puede pasar de preguntar: “¿Hay un componente violento en la naturaleza humana?” a pedir precisiones sobre la elegancia sin que el entrevistado se inmute.
En La tentación de lo imposible, el libro que le dedicó a Víctor Hugo, dijo: “El de Los miserables es un mundo de personas confinadas en sus discursos, seres a quienes el frenesí oratorio ha vuelto solipsistas”. La frase, apenas distorsionada, podría aplicarse al mismo Vargas Llosa.
La excursión política. Si como entrevistado es aburrido, poco preciso e incluso banal, no se puede decir que Vargas Llosa rechace el entusiasmo o la acción directa. Más bien todo lo contrario. El autor de La ciudad y los perros es uno de los pocos que, pasado el caótico frenesí de los 60, hizo política de primera línea, poniendo incluso su propio cuerpo. A fines de los 80 lideró un partido y se candidateó a la presidencia del Perú, su país de nacimiento. Perdió con Alberto Fujimori, quien diez años más tarde –después de huir a Japón sospechado de diversos delitos en ejercicio de sus funciones– podría confundirse con los personajes de sus novelas. Vargas Llosa suele recordar a su padre como una figura autoritaria y conflictiva que le despertó, desde su juventud, una definitiva aversión a la restricción de las libertades personales. Sin embargo, su participación política, breve pero contundente, no parte del mismo punto.
¿Qué empuja a un sólido novelista a cambiar el escritorio de la meditación por el de la negociación partidaria? Quizás una de las claves para entender su deambular ideológico sea el Perú mismo, permanentemente jaqueado por altos niveles de miseria y corrupción, el caos social, los narcos y la imperecedera guerrilla de Sendero Luminoso.
El escritor aseguró más de una vez, con certeza, que su tránsito de los matices de la izquierda a un liberalismo de línea directa con Washington fue la evolución política de toda su generación. “No volveré a participar nunca en política activa. Voy a seguir participando como escritor”, dijo en 2001. La declaración, lejos de simplificar su figura, la vuelve todavía más compleja. Porque la excursión política de Vargas Llosa terminó de definirlo como un intelectual de los llamados “orgánicos” que superó la ilusión de las izquierdas y siguió participando más allá del fraude de la sociedad perfecta.
En muchos aspectos, y no sólo porque El pez en el agua se parezca en léxico, ideas y contenidos a Recuerdos de provincia o incluso al Facundo, Vargas Llosa parece más un escritor del siglo XIX que del XX. Folletinista y político, periodista y docente, viajero y dramaturgo, del didactismo pasó, sin pudor y siempre que quiso, a la más profunda sensualidad de la narración.
El arte de contar. De su ansiosa producción intelectual, la extensa obra narrativa de Vargas Llosa se lee lejos y en conflicto con su personaje público. ¿Por qué? Apoyándose en el escritor, el intelectual se borra el suelo a sí mismo. Pero nunca es tanta la distancia como para que el oficio del constructor de mundos y personajes se pierda. Puntualmente, las novelas siguen apareciendo. Y pese a las cargas que su autor les impone, difícilmente las vemos derrapar. Recordar el proyecto de la “novela total”, cuya consecuencia directa fue La ciudad y los perros a principios de los 60, ayuda a percibir la capacidad de Vargas Llosa para dejarse transformar por la realidad circundante. Como era previsible, al énfasis inicial, deudor de teóricos absolutos como Luckács, le siguió un período más descontracturado, pero no menos comprometido.
¿Qué cambió en su manera de pensar lo relevante en el terreno de la narración desde, por nombrar un título, Conversación en la Catedral, hasta La tía Julia y el escribidor, dos retratos acabados y puntuales, pero muy diferentes, del Perú y sus habitantes? Puestas en orden, cada una de sus novelas marcan inflexiones como si fueran eslabones de una cadena que vibra. Pero hay momentos donde la comparación es más fuerte o la sacudida, más nítida. Pantaléon y las visitadoras, de 1973, marcó una transformación.
Con un protagonista tan coral y asombroso como un ejército de prostitutas, Vargas Llosa rediseñaba su idea de realismo, desguazaba la prosa lineal multiplicando las voces y sondeaba con éxito innegable la potente idea de construir un pelotón de “visitadoras”, que llevaba sosiego a los destacamentos perdidos de la selva y las fronteras. En ese delirio acotado parece entrar el Perú entero. Desde el regocijo en la humedad, la gastronomía y la exuberancia amazónica hasta el funcionamiento moderno de la prensa sensacionalista; desde la correspondencia secreta del ejército hasta las quejas de un capellán con rango militar; desde la violencia de un nuevo profeta partidario de la crucifixión voluntaria hasta el sueño masoquista y anal donde Pantaleón recuerda su operación de hemorroides, la historia del ascenso y fracaso de este proxeneta institucional y sus planes de organización libidinal no deja esfera pública y privada sin retratar.
Un año antes, en una entrevista que le hizo Ricardo Cano Caviria y que Anagrama publicó como El buitre y el Ave Fénix, Vargas Llosa ya relativizaba la función política de la literatura. Después de señalar que los revolucionarios pregonan una literatura crítica dentro de la sociedad burguesa, pero no así en una sociedad socialista, dijo: “Nada nos impide pensar que en una sociedad justa, organizada equitativamente, renazca una literatura eminentemente erótica o mística”.
La sociedad no cambió, pero la historia de amor entre un niño y una mujer adulta de Elogio a la madrastra allanó, sobre la década del noventa, el camino que terminaría por derivar en Los cuadernos de Don Rigoberto, donde el juego del exceso y la sensualidad producidos por el cruce entre imaginación y realidad exhibía un Vargas Llosa maduro, relajado y experto. Es muy visible que la relación entre el deseo y la libertad, que tanto lo obsesiona, está mejor tematizada y, sobre todo, mucho mejor resuelta - o habría que decir, no resulta- en sus novelas que en sus textos ensayísticos.
La posibilidad de ser ambiguo, que rara vez se permite si no es en el territorio de la ficción, hace del autor de La casa verde un narrador de peso, enigmático y seguro en el armado de las tramas y la construcción de personajes. Mientras cae directamente en la docencia más ramplona cuando se trata de, por ejemplo, artículos periodísticos, Vargas Llosa es un generador experto de climas, al mismo tiempo, verosímiles y asombrosos y de resoluciones expertas.
Estas condición de narrador excepcional, muy poco discutible, no alcanza para relativizar que el encuentro de su literatura y su personaje público sigue resultando incómodo en el ambiente intelectual porteño, que insiste con la idea de que autoproclamarse “de izquierda” implica, sin ningún otro esfuerzo, solidaridad y humanismo, cuando no directamente inteligencia y sensibilidad.
El inequívoco liberalismo de Vargas Llosa, incomprendido, demonizado y permanentemente acusado “de derecha” no es excepcional en el mundo de las letras. Pero resulta especialmente poco redituable en un campo intelectual dominado, puertas afuera, por un progresismo delicado que poco y nada sabe de la configuración política en Perú y de los alucinados planes estatizadores de Alan García. Pero mucho menos conoce la “economía informal”, motor vital del país, cuya integración a la legalidad estatal define el proyecto, ingenuo quizá, pero definitivamente modernizador, que Vargas Llosa impulsaba.
Más allá de las antipatías, los guiños y las diferencias, Mario Vargas Llosa sigue escribiendo a los setenta años. Su obra, compleja y arrebatada, continuará narrando el destino latinoamericano, y las generaciones venideras bucearán en ella para ver, algunas veces con claridad, los reflejos opacos de su rostro.
(Publicado en el Cultura de Perfil)
4 Comments:
Excelente artículo, Juan.
Vargas Llosa tiene algo que de a ratos pareciera una virtud en decadencia: la maestría en la artesanía del relato. No cae en la tentación de poner en cuestión el arte que se está practicando, y entonces, todos sus esfuerzos quedan puestos en la tarea de decir -de contar -todo lo posible y lo imposible también dentro de un género -la novela -que está claro que no está agotado.
En el artículo no decís nada ni de "La guerra del fin del mundo" ni de "Historia de Mayta", dos novelas de Vargas Llosa que no leí pero que les tengo muchas ganas.
Saludos
excelente y clarísimo análisis terra, felicitaciones
¨Sin ser negativa ni positiva en sí misma, la exposición pública a la que se somete determina su manera de ser escuchado y leído¨¿?
este es 1 enunciado casi sin lógica, juan, sobre todo después de mostrar cómo de repite y se estanca a nivel periodistico, justo lo q decis sobre el mundo de los miserables. No termino de entender dentro de la nota tu posicion como entrevistador.. ¿moderarar? Resaltar la obvia necedad de quien anula su obra por su ideologia. Y segun tu disc, ¿Cuál es esa politica de ¨1era linea¨? (pienso un poco bardera, en Asis con Menem) Es evidente la autonomía de todo texto, pero desde sus intervenciones pateticas contra Fuentes, en el debate de los `60 sobrel boom hasta hoy, me parece bastante perjudicial su imagen publica p su dignidad literaria...digo, acaso sea el personaje publico el q estorba al escritor , sino organicamente, a nivel de los efectos y prejuicios en la lectura
sdos
antipatias, ¨guiños¨???
turismo literario
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