Diario de la mudanza (VII)
La sensación de que recién llegamos no se me va. Esta mañana me quedé en la cama leyendo. Celia levantó la persiana. El gato dormía. Una de las tácticas preferidas de los soviéticos era el derroche de vidas. Sobre el principio de la guerra, sin embargo, el asunto fue especialmente ridículo y trágico. En las batallas defensivas al oeste del río Don, el Ejército Rojo mandó tres batallones, sin armas ni raciones, a pelear contra la 16ª División Blindada Alemana. La mayor parte de los efectivos iba a pie.
— ¿Sabés lo que dijeron los que sobrevivieron a esa batalla?
— ¿Qué?
— “Si nos salvamos de esta, pasamos la guerra.”
— ¿Y?
— Algunos lo lograron.
La invasión a la Unión Soviética fue una cruzada ideológica. Comunistas y nazis eran enemigos naturales. Como la rata y el perro. Según el ministerio de propaganda alemán, los bolcheviques habían logrado construir un sistema que reducía a los eslavos, de por sí inferiores, a bestias asesinas sin honor militar, orgullo nacional ni sensibilidad de ningún tipo. Y dado que la URSS no había participado de la Convención de La Haya ni había firmado el Tratado de Ginebra, había que olvidarse del código militar y aplicar una máxima crueldad. Las SS iban atrás del ejército asesinando y deportando gente. Del lado soviético, a los prisioneros alemanes los llevaban a pie hasta Siberia.
— Ya estás por terminarlo— me dijo Celia señalando el libro.
— No, todavía me falta un poco.
— Te gustó escribir sobre la etapa africana de la Segunda Guerra.
— Sí— le dije.
— Entonces, tendrías que hacer un libro sobre Stalingrado también.
Me quedé pensando.
— ¿Sabés lo que dijeron los que sobrevivieron a esa batalla?
— ¿Qué?
— “Si nos salvamos de esta, pasamos la guerra.”
— ¿Y?
— Algunos lo lograron.
La invasión a la Unión Soviética fue una cruzada ideológica. Comunistas y nazis eran enemigos naturales. Como la rata y el perro. Según el ministerio de propaganda alemán, los bolcheviques habían logrado construir un sistema que reducía a los eslavos, de por sí inferiores, a bestias asesinas sin honor militar, orgullo nacional ni sensibilidad de ningún tipo. Y dado que la URSS no había participado de la Convención de La Haya ni había firmado el Tratado de Ginebra, había que olvidarse del código militar y aplicar una máxima crueldad. Las SS iban atrás del ejército asesinando y deportando gente. Del lado soviético, a los prisioneros alemanes los llevaban a pie hasta Siberia.
— Ya estás por terminarlo— me dijo Celia señalando el libro.
— No, todavía me falta un poco.
— Te gustó escribir sobre la etapa africana de la Segunda Guerra.
— Sí— le dije.
— Entonces, tendrías que hacer un libro sobre Stalingrado también.
Me quedé pensando.
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