Thursday, October 06, 2005

Del diario de la mudanza (III)

Hoy me desperté tarde y cansado. No tenía por qué levantarme antes. Prendí la televisión desde la cama y la apagué enseguida. El gato dormía. Celia se había ido a trabajar. No era la mejor manera de empezar el día. “No hay novela en el horizonte” pensé. Si estoy escribiendo tengo un norte. Si no, la corriente me lleva. “Una buena playa con arena y sol” pensé. Sí, necesito eso. Pero eso lo necesito siempre. Me preparé un café. La mitad de la casa estaba en las cajas.
— Lo único que te importa son los libros— me dijo Celia.

No es cierto. Pero lo libros me impotan mucho. Siento que les debo algo y los quiero tener cerca. Ahora estoy sentado en la computadora. Es de noche pero no sé qué hora es. Dejo caer el ancla. Escribo y releo lo que escribo. Aguanto el peso de la corriente dando brazadas profundas. Un esfuerzo más para llegar a la orilla. Un buen libro también sirve. Empecé uno mientras desayunaba. Sobre la batalla de Stalingrado. Pero sonó el teléfono. Un amigo que es arquitecto quería saber cómo estábamos y preguntó por Celia.
— Nos queremos mudar antes de que nazca la nena— le explico.

Cuando corté y entré en la habitación el gato me miró como diciendo: “¿De verdad no vamos?”. A veces me da la sensación de que entiende. Entonces volvió a sonar el teléfono. Era un editor que hace libros por encrago. La gente va con su manuscrito a verlo y él les cobra. No sé si es un oficio honrado, no sé nisiquiera si es un oficio. Supongo que sí. Por mí, que siga adelante.
— Tengo un libro de cuentos.
— Te felicito.
— Son realmente muy malos.
— Suele pasar.
El tipo tiene buen humor. Sabe soportar mi excentricidad.

— Necesito que le hagas un editing.
“Hacer un editing” significa emprolijar, recortar lo que sobra, ajustar los tronillos.
— La autora está apurada por salir...
— ¿Cuántas páginas?
— Ciento veinte páginas.
— ¿Para cuándo?
— Cuanto antes, mejor.
Una verdadera urgencia editorial. Alguien se desangra en la calle.

— Bueno, alguna fecha estimativa tiene que haber.
— Este lunes.
— Te va a salir caro.
— ¿Cuánto?
Los editores son rápidos. Son rápidos para las cuentas mentales, miran rápido, te acarician y se van con otro. Hay que tener cuidado. La práctica te da alguna ventaja. Muy poca, en realidad. A los más tiernos se los comen y escupen los huesos. Si tienen dinero, los hacen pagar. Cultivan el entusiasmo ajeno. Eso no es bueno, pero supongo que ellos les resulta útil. A mí me mordieron un par de veces. La herida no se infectó. En todo caso, el trato que le dan a un “autor” es diferente. Acá, yo estaba sacando las papas del fuego.

— Quinientos — le dije.
— A ver... No sé.
Antes yo ponía el hombro, empujaba por la literatura. Ahora voy a tener una familia. Tengo que pensar con la cabeza, no con el culo.
— Bueno, me llamás.
— No, esperá. Trescientos.
— Cuatrocientos.
— Está bien.

Cuatrocientos por leer ciento veinte páginas de mala literatura. Sigue siendo un buen negocio. Hace un tiempo la editorial que publicó mis libros recibió un mensaje de una editorial grande. Querían leer algo mío. Así que me mandaron los datos y llamé. Primero, no atendía nadie. Después, escuché la voz grabada de una telefonista un par de veces. Al otro día mandé un correo electrónico. Me dijeron que pasara por la editorial. Fui y hablé con una chica de mi edad.

— ¿Por qué no publican a nadie de mi generación?—le pregunté.
— No, no es eso —dijo ella—. Buscamos una buena novela.

Le dejé un trasto de doscientas páginas. Buscamos una buena novela. La impresora había transpirado la camiseta a casi sesenta pesos el recambio de tinta para imprimirla. Dos meses más tarde me dijeron que el libro les había gustado pero que no podían publicarlo porque ya tenían todo contratado. Buscamos una buena novela. Me miré en el espejo. Buscaba alguna pista. No la encontré. Pero el asunto no termina ahí. Cuando intenté recuperar el original no me respondieron. Insistí durante quince días y tampoco hubo suerte. La editoriales son lugares peligrosos. Lo digo en serio. Buscamos una buena novela. A los escritores les empiezan a sudar los pies cuando hablan de las editoriales. Es la condición de la existencia. Dios estirando el dedo para tocar a Adam. Es así. Finalmente, después de insistir un poco más, me dijeron que habían picado mi libro. El mail lo escribía una persona importante, una persona con poder. Y decía: “No sé que decirte”. Leí y releí el mail. Por atrás se escuchaba una risa. Un risa grabada, de programa de televisión.

No mucho más tarde me contraron exactamente para hacer ese trabajo en otra editorial, también multinacional.
—¿Para qué necesitan un escritor?—pregunté— ¿Es una demostración de poder? ¿Hay algún elemento sadomasoquista en el asunto?
Me había llamado una mujer. El mundo editorial está lleno de mujeres. Lleno. Cuidado, no es una denuncia, es una obersavación. Pagaban bien y acepté. Era lo que había quedado de un concurso anual de novela. Pilas y pilas de novelas por duplicado. La editorial hacía el concurso, la gente mandaba el cajón lleno de imaginación, un jurado votaba y no se devolvían los originales. Luego, había que llamar a alguien para que limpiara. La máquina de picar trabajaba rápido. Era eficiente. Convertía en finas tiras de papel gruesas pilas de doscientas páginas. El plástico de las tapas resistía apenas un poco más. Al principio, me daba un poco de vértigo. Era como trabajar en una especie de Auschwitz literario. Yo solamente seguía órdenes.

Pusieron un plazo de dos días, lo que resultaba excesivo desde todo punto de vista. Así que aproveché para leer un poco. Un poco, nada más. Leí los títulos. No recuerdo que ninguno me haya gustado. La mayoría eran títulos largos y pomposos. También leí los principios. Si se podía, avanzaba por la primera página. No sé por qué lo hacía. Aprendí que el primer párrafo vale mucho. Ya lo sabía, pero lo volví a aprender. No se puede disparar al aire. O das en el blanco, o te mandan de cabeza a la picadora. Es una regla clara.

Mientras tanto, leía y destruía. Al mediodía salí a comer. Me convertí en un carnicero. Los párrafos malos me ayudaban a trabajar con más tranquilidad. Después de todo, no había tantos párrafos buenos.

Ahora se está haciendo tarde. Se escuchan cada vez menos ruidos. Alguien se durmió con la televisión prendida. Una vez también fui a una entrevista de trabajo en un diario. Eso fue todavía más interasante que el matadero de novelas inéditas. El que me entrevistaba era un tipo de unos cincuenta años. Jeans celestes y en mangas de camisa. Es posible que usara zapatos náuticos. No recuerdo. Cuando hablaba impulsaba hacia adelante un aire de persona cálida y comprensiva, un verdadero veterano de los medios gráficos. Estoy seguro que sus hijos lo odiaban.

— Me parece que vos no querés ser periodista— me dijo después de hacerme algunas preguntas. Me hubiera gustado decirle: “¿Y entonces? Explíqueme por qué estoy acá”. Pero me quedé callado. Básicamente tenía razón. O, en realidad, creo que nunca llegó a decir la frase. La sentí como si me la transmitiera por telepatía. La cola de los que esperaban afuera era larga. Algunos estaban nerviosos. Creo que fue una suerte que no me llamaran. Me hubiera vuelto loco. Mi viejo siempre me dice: “No vayas donde no te llaman” y yo inevitablemente siempre me quedo pensando. Hay algo dudoso en la frase y también hay algo cierto.


4 Comments:

Blogger Sparhawk said...

Cuando hablaba impulsaba hacia adelante un aire de persona cálida y comprensiva, un verdadero veterano de los medios gráficos. Estoy seguro que sus hijos lo odiaban.

Genial!!

10:24 PM  
Blogger Miguel P. Soler said...

Excelente post, casi un cuento de terror para escritores sumergidos. Que contraten a otro escritor como picadero. . . bueno, suena perverso, al menos en tu texto. Como esa máquina de La Penitenciaria de Kafka, pero envés de "imprimir" con cuchillas la sentencia en el culpable, "desimprime" con cuchillas en la ausencia del culpable.
La efectividad de la 1° página para un concurso (en el de planeta, ni siquiera estoy seguro de ello) es crucial y fatal. Lo sé de buena fuente . . .

Saludos.-

PD:(Te debo un café; pero vengo enquilombado con horrores cotidianos como los de una mudanza)

10:44 AM  
Anonymous Anonymous said...

Este es el mejor post que lei en los ultimos meses.

1:31 PM  
Blogger Jody Dito said...

Escribir es un oficio raro, escribir se convierte en el oficio más antiguo del mundo -claro, desde que se invento la escritura, ya hace años- y este antiguo oficio se hermana con el otro oficio más antiguo del mundo; -la prostitución-

Ambos se parecen, no solo en la antiguedad, sino que se parecen como un par de hermanos gemelos. Ambos se hacen a cambio de un pecúnio, los dos se venden al mejor postor.
Y después, cuando todo ha acabado te queda un regusto de inquietud, no se sabe si se ha hecho bien o mal. Unicamente se tiene claro el contenido de tu bolsillo. Y te alegras, pero también te entristeces por esa relación de servicio que existe en el escribir.

¿rendrían que ser gratis los libros? ¿se tendrían que regalar?

En fin!!, solo se que Terranova está en el círculo polar ártico, ¿o en el antártico?, fijate ni en eso hay certeza concluyente.

Gracias por el post.

9:42 AM  

Post a Comment

<< Home


Website analytics