Tuesday, February 06, 2007

no me hables tanto del mundo (segunda parte)


El título es malo porque la patria de Kurt Vonnegut es, entre Mark Twain y la Segunda Guerra Mundial, entre Indianapolis y Dresde, un lugar muy claro, lúcido y frecuentado dentro de la narrativa americana del siglo XX. Y desde ya, Un hombre sin patria no es su mejor trabajo. Son las novelas –Payasadas, Hocus Pocus, Pájaro de Celda y Matadero Cinco– esos libros que se atesoran y a los que se vuelve siempre.Pese a estar organizado en capítulos numerados, lo que presenta Un hombre sin patria son artículos y ensayos breves, la mayoría sesgados por la opinión política.
Si no dejan de incluir el tan rendidor cruce, y sus irremediables contrastes, entre historia política e historia personal, tampoco encajan del todo en la tradición de narrador experto en la que Vonnegut se acomoda con naturalidad. Pese a todo, los temas recurrentes del autor de Barbazul siguen ahí: El humor, su mecanismo y sus límites; la soledad y la disolución de las familias numerosas; la sorpresa y el Sermón de la Montaña (“Por algún motivo, los cristianos que más se hacen oír entre nosotros nunca mencionan las Bienaventuranzas.”).
Los mejores momentos del libro llegan en un interesante análisis de la frase de Marx “la religión es el opio de los pueblos” y el destructivo malentendido stalinista: “Con esa frase no hacía más que constatar; no condenar, el hecho de que la religión también podía reconfortar a los desfavorecidos económica o socialmente. Era un comentario despreocupado, no un máxima”; y se completan con algunas ocurrencias ingeniosas sobre la política estadounidense, como el aterrador reality show “Los estudiantes mediocres de Yale” y la teoría de que los psicópatas hechos y derechos son consecuencia lógica de la evolución en el área de Washignton.
Una lección de escritura creativa no del todo irónica, un comediante que improvisa monólogos durante el fin del mundo y la glosa de las cartas que Vonnegut recibe de sus fanáticos y detractores cierran lo mejor del libro.Mientras tanto, las opiniones sobre medioambiente que inundan Un hombre sin patria no pasan de la catequesis trivial del ecologista: “Estamos acabando con este planeta como sistema sustentador de vida con el veneno que produce nuestra euforia termodinámica por la energía atómica y los combustibles fósiles, y todo el mundo lo sabe pero a nadie le interesa.”
Sin embargo, la idea de la adicción petrolera es buena: “El gobierno ha declarado la guerra a las drogas, ¿no? Pues que vayan a por el petróleo, ¡eso sí que es un colocón destructivo! Con un poco de esa mierda que te metas en el coche puedes ir a ciento cincuenta por hora, atropellar al perro del vecino y cargarte la atmósfera”.
El texto que empieza hablando del ludismo es quizás el peor trabajo de toda su carrera como escritor. Vonnegut cuenta una excursión a la librería y al correo como algo simple y tonificante. El narrador conoce el barrio, saluda a los vecinos, compra estampillas y confundiendo todo, termina con esta idea: “Está claro que las comunidades electrónicas no construyen nada. Al final uno no se queda con nada. Nosotros somos animales bailarines... Qué maravilloso es levantarse y salir a hacer cosas.”
La reinvindicación llega con la desmentida de la existencia de un aurea aetate y esta afirmación: “Creo que las novelas que obvian la tecnología falsean tan gravemente la vida como lo hacían los victorianos al obviar el sexo.”Si el storyteller se desdibuja un poco entre tanta denuncia y rechazo a los poderes republicanos, el “estilo Vonnegut” de reminiscencias orales, simpático y entrador, sigue activo.
Su prosa todavía es liviana, inteligente, resignada y seductora. Al mismo tiempo declararse socialista en los Estados Unidos es una afirmación fuerte. Y Vonnegut lo hace mezclándolo con su lugar de origen: “Yo formo parte de la gente de los Grandes Lagos de Estados Unidos, gente de agua dulce, gente no oceánica sino continental. Por eso cuando nado en el mar siempre tengo la sensación de bañarme en sopa de pollo. Igual que yo, muchos socialistas estadounidenses eran gente de agua dulce.”
Mientras otros escritores se van volviendo reaccionarios con el tiempo, a Vonnegut le sucede lo contrario. En su vejez, el contexto histórico y sus preocupaciones lo empujan a hablar un trillado dialecto “progre”. Por supuesto, la comparación con Michael Moore que se hace en la contratapa es imbécil y relajada. Vonnegut es uno de los grandes narradores norteamericanos del siglo XX, no un arribista torpe que sabe editar sus ideas sin consecuencias políticas reales. La diferencia es simplemente abismal.

1 Comments:

Blogger tino said...

LISTEN:
BILLY PILGRIM has come unstuck in time.

9:34 PM  

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