Wednesday, December 21, 2005

Presentación

Ayer se hizo la presentación de la colección Laura Palmer no ha muerto del sello editorial Gárgola. Los dos primeros libros de la colección son Siete y el Tigre Harapiento de Leo Oyola y El Pornógrafo, mi tercera novela. Hubo vino, tango de la mano del Duo Estático (Marco Bellini, señores, simplemente la rompió cantando) y yo leí este texto.

Víctor me llamó y me dijo que necesitaba contarme algo. Así que cuando terminé lo que estaba haciendo pasé por su casa, le toqué timbre, bajó y fuimos al bar de siempre. Había una mesa cerca de la ventana y yo ya me estaba sentado cuando vi que él se alejaba y descorría una silla bastante más atrás.

Me contó de sus problemas de pareja, de sus problemas laborales, de sus problemas en general y después, cuando ya había terminado de descargarse, me preguntó, al pasar, en qué andaba. Era obvio que no le importaba, pero le conté igual.

— Estoy escribiendo una novela.
— ¿Tema? — preguntó Víctor.
— Quiero escribir sobre pornografía.
— Es buen tema— dijo él.
— Sí —respondí yo.
— Un tema complejo.
— Muy complejo.

El bar estaba vacío. Era casi mediodía. Le gente pasaba caminando. Se había nublado. Era viernes. Enseguida la conversación derivó en otra cosa. Hablamos de nuestros respectivos acercamientos al mundo de la pornografía. Comprar una revista en el parque Rivadavia, ver una película en la casa de un amigo. Cuando nos despedimos en la puerta del bar había empezado a llover.

— No creo que puedas escribir algo bueno— me dijo cuando nos volvimos a ver.
El seguía con sus problemas de pareja, con sus problemas laborales, con sus problemas en general, etcétera. (Sus problemas laborales se había vuelto especialmente centrales en su conversación porque se había quedado sin trabajo.) En un momento pensé que me iban a empezar a supurar las orejas. Y fue entonces cuando volvimos a mi novela sobre la pornografía y él dijo:
— No creo que puedas escribir algo bueno.
— ¿Por qué?— pregunté.
— El tema es muy difícil— respondió.
Esta vez eran las seis o siete de la tarde y habíamos pedido una cerveza.
— Contra todo pronóstico —dijo Víctor— le gente no tiene idea de qué es la pornografía.
— ¿Y entonces?
— Cuando vos le prometés pornografía las fantasías se disparan al infinito.

Me quedé en silencio. Desde donde estaba podía ver un perro viejo y sucio, de pelo largo. El dueño tenía la correa en la mano mientras esperaban para cruzar.

— ¿Y cuál es el problema si la gente tiene fantasías?
— Nunca ningún libro estuvo a la altura de las fantasías sexuales de la gente.
— ¿Nunca?—pregunté.
— Nunca— respondió él.
Era un buen punto. Había que tenerlo en cuenta.

A partir de esa segunda conversación con Víctor todo se hizo mucho más difícil. El desafío creció en mi cabeza como una esponja. Yo quería escribir una novela ágil sobre dos amigos que cambian ideas sobre pornografía y mujeres en el Buenos Aires de hoy. Después de la conversación con Víctor empecé a ver películas compulsivamente. Producciones norteamericanas, europeas, brasileñas, argentinas. Cuando salía a la calle, compraba revistas. Me di cuenta de que la pornografía tenía un secreto. Llegué a alquilar porno gay, porno travesti, porno con animales. Mi vida cambió. Me fui poniendo ojeroso.

Un sábado a la mañana prendí la televisión mientras me preparaba el desayuno. Hacía calor, el cielo estaba abarrotado de nubes. En la pantalla, terminaba una carrera de autos. El ganador agitaba el champán en el podio y después, una de las promotoras que lo acompañaba, se ponía de rodillas y le practicaba una felación. Cambié de canal justo para ver como el Coyote lograba agarrar al Correcaminos y lo sometía sexualmente. Una voz en off decía que el Correcaminos se había dejado agarrar. Vi un poco más. Un partido de tenis que no terminaba solamente con un buen apretón de manos, un talk-show donde famosos de cabotaje se desvestían en vez de responder las preguntas, un programa de cocina de bajo presupuesto donde el camarógrafo dejaba la cámara fija y entraba en cuadro.

Tardé tres años en escribir mi novela sobre la pornografía.
Cuando volví a ver a Victor, no hablamos de sus problemas. Me preguntó directamente por la novela.

— Está terminada —le dije.
— Quiero leerla— me respondió.
Se la pasé. Un jueves a las tres de la tarde sonó el teléfono.
— Escribiste una novela de amor— me dijo.

Yo había saturado la narración de historias y todavía pensaba que me habían quedado corto. La mezcla era interesante, los sex-shops de calle Lavalle y gente que viaja a Japón por negocios, Buenos Aires después de medianoche y muñecas inflables importadas de Suecia.

Me despedí de Víctor. Había vuelto a trabajar y tenía problemas con los horarios. En la televisión, el noticiero transmitía en vivo y en directo desde mi cabeza el encuentro recurrente entre la luz de neón y el asfalto.


Diciembre, 2005.-

4 Comments:

Blogger Sparhawk said...

Buena reseña, Terra. Te felicito por un buen trabajo. No es fácil ser escritor.

Luis

9:51 PM  
Blogger Molina said...

Me quise matar cuando, esta madrugada, llegué a mi casa, busqué las llaves en mi morral y caí en la cuenta de que no tenía el ejemplar de El Pornógrafo que había comprado unas horas atrás. Si alguien lo tiene en su poder y quiere devolverlo a su legítimo dueño, puede mandar un mail a ignaciomolina22@hotmail.com. Como rasgo distintivo del ejemplar, en la dedicatoria manuscrita figura mi apellido. Muchas gracias.

10:30 PM  
Blogger Terra said...

No sean garcas, che. Devuélvanle el ejemplar a Molina.

10:42 PM  
Blogger Sparhawk said...

Juro que yo no fui!! Tengo una buena coartada... :-)

L

10:46 PM  

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