Tuesday, March 01, 2005

Aunque usted no lo crea

Robert Ripley nació en California y tuvo que empezar a ganarse la vida muy joven. Su padre murió cuando él tenía apenas seis años. Sabía dibujar bastante bien y, aunque no era perezoso, poseía un innato poder de síntesis.

Apenas salido de la adolescencia, un diario deportivo de San Francisco lo tomó como dibujante. Cuando lo despidieron por pedir aumento de sueldo, se dirigió a Nueva York y logró entrar en el matutino The Globe.

Un día de 1918 Bobby llenó un blanco con dibujos que representaban a un atleta que había hecho la carrera de los 90 metros en 14 segundos corriendo para atrás. El editor le rebotó el primer título, el segundo, el que quedó, decía “Aunque usted no lo crea.”

La innovación se transformó en una sección que salía dos veces por semana. Ripley tuvo que ponerse a buscar rarezas fuera del campo de los deportes. Al año, las viñetas de “Aunque usted no lo crea” eran diarias. Llegó a tener su propio personal compuesto de dos secretarias, un investigador y un tipo que contestaba los millares de cartas que llegaban semanalmente. El investigador no era un pichi, había trabajado como referencista de la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. 1923 el equipo pasó al Post. Cuando entró a trabajar en el King Features Syndicate, Ripley era el dibujante periodístico mejor pagado del mundo.

Después llegó la radio y la televisión. (Mi generación no llegó a conocer el "Aunque usted no lo crea Show" conducido por su anfitrión original. Jack Palance había tomado su lugar. Era un tipo soberbio, y aunque no lo vi en muchas películas más, una vez de cowboy y otra de vampiros, siempre fue para mí un actor de peso.)

Como Ripley era un fanático de la autenticidad, cada detalle debía ser comprobado, testificado y certificado. Se cuenta que una vez un griego que trabaja en un restaurante de New York le contó a Ripley de un monasterio en la isla de Chipre. Como quedaba en una montaña sobre el mar, sólo era posible acceder a él haciéndose izar 300 mts. por un acantilado en un cesto de mimbre. Ripley viajó hasta allí para verlo por sí mismo. La verdad es que hizo cosas muy absurdas, y algunas veces, incluso peligrosas, como transmitir desde un pozo lleno de serpientes.

Ripley nunca dejó de trabajar. El martes 24 de mayo de 1949 apareció como de costumbre en su programa semanal de televisión. El viernes 27 mayo murió en su casa de 29 habitaciones.

El Reader´s que consulto (la edición de octubre del 59) reproduce sus últimas palabras al aire. Ripley tenía entre manos una bola de mármol cantonesa, era una esfera perfecta llena de filigranas que se superponía y se cruzaban formando un dibujo infinito. Su tallado ocupaba la vida entera de un artesano chino.

Ripley decía: “Parece imposible que alguien haya hecho, y sin embargo está aquí. Hace cien años un hombre resolvió consagrar toda su vida a la ejecución de esta obra de arte. Son esas cosas las que me impulsan a seguir trabajando, para probar que lo imposible puede suceder y que sucede cada día a nuestro alrededor”.

El remate eran esas palabras capaces de hacerte sentir bien en cualquier momento de tu vida, un poco porque la traducción al español acentúa la cortesía, un poco porque afirma que la narración, y no lo inexplicable, sucede a pesar de todo.

La frase ya es un clásico en sí misma, como un cuento de Poe o una sonata de Mozart: “Aunque usted... no lo crea”.

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