Monday, July 31, 2006

i wish i had a real excuse

Hoy en el subte, que ya es una radio, dos personas a las cuales no les veo la cara hablan de brujería - Se comió un brujazo y quedó mal.
Hubiera preferido no escuchar esa conversación.
- No lo salvó ni la vela roja.
Llegamos a Piedras y bajé.

Dos horas después, como fichas de domino, empiezan los quilombos vía mail pero también en vivo y en directo. Y yo reacciono de la manera más imbécil. Pero no creo. Me resisto. Me acuerdo: "Ojalá tuviera una excusa real". O por lo menos creíble. Mínima. Pero no tengo. Es como volver a los doce años. ¿Por qué quemás las hormigas en el patio? Y que la boca, una vez más, diga cosas ajenas. ¿Por qué tanta vocación para el ridículo? Mañana, calzoncilos rojos.

Saturday, July 29, 2006

dark road

Ayer me esperaban en Ezeiza para cenar y llegué corriendo del centro pero no pude sacar el auto del garage porque del Parque Rivadvia para acá todo, y digo todo, estaba a oscuras. Caballito se había transformado en una pedazo del conurbano bonaerense. El subte llegaba solamente hasta Rio de Janeiro. La gente que caminaba por la calle se apuraba.

Apenas volvió la eletricidad, abrí el portón y manejé hasta la subida de Avenida de la Plata. Hice dos o tres minutos y ya a la altura de Flores de vuelta la negrura. Las únicas luces las ponían los autos. Desde arriba del autopista, la ciudad era una silueta contra el cielo y un pozo. Recorrí el dial de la radio, encontré Total eclipse of the heart y me acordé de Bruce Willis en Vida Bandida. Después me di cuenta de que parecía una broma. Hacía frío. Recién saliendo de la capital aparecieron las primeras lámparas encedidas. Y eso era una ironía.

Al auto lo agarró el granizo del otro día y lo tatuó en capot y baul con una prolijidad admirable. La chapa del techo aguanto mejor. Evidentemente es de mejor calidad.

Wednesday, July 26, 2006

peatonal


- A ver...
- Momentito.
- Frenando que pasan los muchachos...
- Estos gronchos se compran un Senda y se piensan que se pueden llevar el mundo puesto.
- Che, cuánto que te tarda en crecer el cuerno a vos, ¿eh?
- Y... Hay que tener paciencia.
- Si no frenaba le hacíamos cagar la pintura.

Monday, July 24, 2006

el arte del sensacionalismo



Editado en 2000 por Mondadori, New York Graphic, de Adam Lloyd Baker, retoma el clima del policial negro y cuenta la historia de Virgil, un fotógrafo free lance que recorre las calles de la ciudad retratando decapitaciones, asesinatos y accidentes de todo tipo. Su aspiración máxima es entrar en el diario que le da el título a la novela: “El Graphic estaba en la planta dieciocho del Metropolitan Plaza. Era el periódico sensacionalista de supermercado típico de Manhattan: una combinación de cotilleos de Broadway, escándalos políticos y fotoperiodismo lascivo. Un auténtico show de monstruosidades”.

Mientras corre por las noches escuchando la frecuencia policial, Virgil entabla una extraña relación erótica con una modelo de lencería HIV positiva, planea un robo que lo saque de la miseria y frecuenta a un viejo filósofo que vive atrás de un cine porno (“En la pantalla unos genitales, en plano tan corto que componía una imagen abstracta...”).

A medida que la lectura avanza, el escenario de la novela se va deformando y en la Nueva York alucinada de Baker las ratas son una plaga incontenible, abundan los sátiros y los misántropos y, cada tanto, un terrorista experto en explosivos que se hace llamar Vishnú Jones, el destructor, convierte algún edificio en escombros.Una vez un amigo me pidió que le recomendara un libro.
Cuando le pasé New York Graphic me preguntó con qué se iba a encontrar.
—Mitología urbana –le dije.
—¿Y con eso alcanza? –volvió a preguntar.
—Dicen que Baker estudió teología en Londres, trabajó en un casino de Atlantic City y ahora es proyeccionista.
Hubo un silencio en la conversación.
—O sea que éste es el libro de un tipo que pasa películas –agregó con una sonrisa.

New York Graphic
es algo tan simple y atractivo como una buena novela. Elijo una frase al azar: “Las historias raras deben ser ambiguas para ser creíbles”. Hace un tiempo se conseguía en las librerías de saldos de la calle Corrientes.

lánzame otro, Freddy, apenas uno más

Sunday, July 23, 2006

los límites del yo


Los límites del yo
no son nuestras limitaciones.
Cuando hablo en público
tengo que disociar mis ideas
porque el que habla es otro
y casi siempre paso vergüenza.
Pero después me calmo.
Nuestra incidencia
en lo que nos rodea
es muy relativa.
Este fin de semana
volvió el frío.

Friday, July 21, 2006

cumbre

Ayer me acosté muy tarde. A la noche, los bares estaban llenos por el día del amigo y no se conseguía taxi en la calle. Aunque estaba cansado, fui a jugar al fútbol y después me quedé leyendo. Hoy, sin embargo, me levanté por la transmisión de la cumbre desde Córdoba. Estaban todos, el dream team latinoamericano anti-imperialista completo. Agarré a Tabaré Vasquez por la mitad y citando al Che Guevara. Lo de Lula me gustó. Lo de Chavez también. Esto último me sorprendió. “¿Cuánto me queda Nestor? ¿Ya? Pero si recién estoy empezando”. Bueno, bueno. El Mercosur no está muerto. Todos pidiendo paciencia. Bachelet muy formal. Después, Celia se sentó en la cama para escuchar a Evo. “Tendría que estar tomado apuntes para un post” le dije Celia. Y a la mitad de la performance comunista del comandante salí tarde para el trabajo. En el subte pensé un poco en la célebre entrada del 2 de agosto de 1914 que escribió Kafka en sus diarios: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar".

Thursday, July 20, 2006

pan con aceitunas

"—¿Se fía usted de la gente a la que no le gusta comer?
—No puedo generalizar. Antes yo era muy dogmático en este sentido, hasta que descubrí anoréxicos maravillosos.
—¿Hay alguna comida de la que no pueda prescindir?
—En el fondo, uno puede prescindir de todo. Sin embargo, en la vida de todo escritor hay un Rosebud como el de Ciudadano Kane. Recuerdo un día que estaba sentado en el portal de mi casa, frente a la panadería, y vi salir a mi madre con un pan caliente y un cucurucho de aceitunas negras. Me dio un trozo de aquel pan con aceitunas. Eran los años cuarenta. Asocio el placer con el pan caliente y las aceitunas negras; es mi Rosebud."
(De una excelente entrevista que le hizo
Nativel Preciado a Vázquez Montalbán.)

conversación



- Ayer soñé con ella.
- ¿Y qué soñaste?
- Un sueño erótico.
- ¿Y cómo era?
- Nos dábamos un beso en un ascensor.
- Qué chancho.

Wednesday, July 19, 2006

Proyectos

"Si querés hacer reír a Dios, contale tus proyectos."

La frase funciona a nivel doméstico. Pero tiene sus vueltas. Supongamos que llama Nietszche. El tipo se ríe. Ok. Después llama Freud. El tipo se ríe, sí, pero después anota "No perder de vista, puede traer algún problema en el futuro". Un día llama Benito Mussolini. "Voy a reconquistar el norte de África para la Gloria de la patria Italiana" dice. Se escucha una risa. "Bueno, ahora no cortes que acá hay alguien que te quiere hablar también" dice Benito. "Heil, Ich bin Adolf, wie gets?" se escucha del otro lado. Dios, por supuesto, habla todos los idiomas.

noche de martes en el Rojas

Escribí este texto para el ciclo Confesionario, historia de mi vida privada que organiza Cecilia Szperling en el Centro Cultural Rojas. Primero leyó Marina Mariasch, después yo y cerró Florencia Abbate (los tres tironeados por las "nuevas tecnologías". La pasé bien. Hubo un par de preguntas sobre el final y de repente me encontré a mí mismo asegurando que no estamos a la altura de la “herramienta blog” y que esta “herramienta” (no me acuerdo si dije era “herramienta” o “género”) está hoy en día explotando su potencial apenas a un veinte por ciento. Después, cenamos un excelente calamar picante con unos antipáticos palitos de acero en Bi-wom, el restaurante coreano de Junín. Me gustó producir este texto y recomiendo el ciclo.

Una ligera adicción

Hay escritores con adicciones asombrosas. Drogas legales e ilegales de todo tipo, drogas naturales, drogas sintéticas, drogas caseras, alcohol, apuestas deportivas como los caballos, las cartas o la ruleta, sexo con mujeres, sexo con hombres, sexo con hombres y con mujeres, sexo con animales. La lista es larguísima y, a diferencia de lo que ocurre con otros oficios, no está mal visto que un escritor tenga adicciones. Más bien, todo lo contrario. Es como si la institución literaria universal dijera: “Ok, si no podés tener obsesiones, por lo menos tené adicciones”. Es fácil entender por qué. La clave es el deseo. El deseo tiene que circular por algún lado. Sin deseo, no hay escritor.

Hace dos años nos fuimos a una casa en la playa que no tenía electricidad. Cuando mi mujer me preguntó si extrañaba la computadora le dije que había entrado en un proceso de desintoxicación. Y era verdad. Me había convertido, banda ancha mediante, en un yonqui digital. Sin electricidad, las mañanas las pasaba bien. Pero a la noche me ponía un poco más ansioso. “¿Vas a recaer?” me preguntó ella cuando volvíamos. Le dije que sí. Soy de esos que se rescatan para después seguir consumiendo. Un vez leí que los médicos les dicen “adictos controlados”. Yo soy una especie de adicto controlado a Internet.

Me acuerdo que ese mismo viaje escribí a mano en un cuaderno un par de relatos sobre una pareja que va al mar y se desconecta de todo. Afilaba la punta del lápiz y escribía hasta que el trazo era tan grueso que no se me entendía la letra. Creo que hoy en día perdí hasta la capacidad de escribir a mano. Hace dos días tuve que copiar un mensaje en la libreta del teléfono y me descubrí una letra monstruosa, torturada, ajena.

Creo que la adicción empezó con el mail. Hoy chequeo me casilla más de diez veces por hora. Un domingo que estaba aburrido me dediqué a leer y responder mails. Fue como una explosión en cadena. Mi lista de contactos está llena de gente que, como yo, mira su casilla permanentemente. Y después llegó el chat. Chat nocturno, chat diurno, chat con amigos, chat con desconocidos, chat en grupos, largas sesiones existenciales de chat. Mi mujer me ve chateando y tiene ataques de celos.

Uno de los géneros fuertes de Internet es la poesía. El otro es el artículo o el fragmento. Una escena clásica: toda una noche de insomnio googleando nombres de escritores. Empezás con Sarmiento y terminás con Chuck Palahniuk. Bajarse libros enteros de Internet es algo raro pero también posible. Se parece a salir de caza por las lagunas de la provincia de Buenos Aires. Tanto cazar en esas lagunas desiertas como bajar libros de Internet es divertido y difícil, hay que aprender a hacerlo de a poco, tener paciencia para encontrar los lugares adecuados y, finalmente, hay que estar muy desesperado para, por ejemplo, comerse una avutarda o leerte un novela entera de la pantalla. Así y todo, hay gente que lo hace. Y muchas veces no es por desesperación sino por el hecho de probar algo diferente.

Los relatos que estoy escribiendo ahora cada vez se parecen más a lo que pongo en mi blog. Me di cuenta hace poco y me sorprendió que no me molestara. Digamos que en el blog, primero vacío baldes y después saco con cuenta gotas. Al blog le podés poner cualquier cosa y siempre se va a parecer a un blog. En esto compite con el género novela. Pero la novela necesariamente tiene un principio y un final. Es un ente cerrado. El blog es como el mito de Sísifo. No se termina nunca.

El síndrome de abstinencia digital es duro. ¿Quién no se quedó alguna vez sin computadora o sin Internet? Parece que está todo bien hasta que el vecino llama al jardinero y el jardinero corta las plantas del vecino y de paso también corta un par de cables. Y un día te sentás, pero ya no tenés conexión. Al principio es un malestar sin ubicación clara. Hay algo que falta en algún lado. Sentado en la computadora, abrís viejos archivos word y eso te deprime un poco. Las promesas de la empresa que suministra la banda ancha cada vez son más irritantes. Se pasa muy rápido de la ansiedad a la cólera. Una vez estuve una semana sin banda ancha. Era llegar a casa y salir para el locutorio. Los locutorios de Buenos Aires son como los antiguos fumaderos de opio europeos. Todos conectados, todo el tiempo, al mismo aparato, en el mismo lugar pero también viajando, abstraídos en su propio recorrido mental.

Hace un par de años trabajé en una empresa de software. Un piso entero en Rivadavia y Suipacha lleno de gente, cada uno con su máquina. Los que trabajaban ahí habían encausado su adicción y la habían convertido en su trabajo y en su forma de vida. Uno de los programadores me dijo una vez que había que escribir en la entrada: “El trabajo te hará libre”. No sé si me lo dijo en broma o en serio.

Hay sitios que son realmente adictivos. Tusecreto.com.ar, por ejemplo. La gente entra ahí y escribe en forma anónima sus secretos. El subtítulo de tusecreto.com.ar es “No se lo cuentes a nadie, contáselo a todo el mundo”. Uno se puede pasar todo el día leyendo cosas como “me lavo el culo con cif”, o “me gusta la papa cruda”, o “Perdoname, mamá, no fue el perro, fui yo el que hizo caca en el living”. Y después están las hazañas o las miserias sexuales, las fantasías homoeróticas y lésbicas, las masturbaciones alucinadas que rozan lo increíble. Los masturbadores son especialmente sorprendentes: “Me gusta masturbarme con el mango de la tijera”. Una vez un tipo confesó (secreto número 5556) que hacía tres horas que estaba leyendo secretos ajenos. Decía que tenía un examen, que se tenía que ir a estudiar, que le daba vergüenza, que le daba bronca, pero que no podía dejar de leer. “La droga es nada comprado con esto” escribió al final. Creo que exagera, pero no tanto. El secreto, sin duda, es un género fuerte.

Y después están los niños adictos de Alemania, gordos, cerebrales, casi albinos, internados a la fuerza por sus padres en campos de desintoxicación donde hacen vida al aire libre. Y está el programa de rehabilitación para adictos a Internet que se puede hacer on-line. Y está la inglesa de doce años que se pasaba quince horas por día en la computadora de la cocina de su casa y se escapó con un marine norteamericano de treinta y dos que conoció chateando.

Yo también paso mucho tiempo en la computadora. Ahí leo, escribo, navego, imprimo, corrijo, me comunico con el mundo, estoy conectado. Si la televisión es como mirar por una ventana, el monitor es entrar en una dimensión paralela. Por lo general, cuando apago la computadora y clausuro ese mundo son las tres o cuatro de la mañana. Así que hastiado, satisfecho y cansado, me pongo las zapatillas y salgo a correr. La calle está vacía, y sentir el cuerpo alejado de los cables y la electricidad se transforma en un rito de pasaje diferente. La ciudad, aunque dormida, es la misma. Pero la intemperie y el asfalto de la madrugada cuentan simplemente otra historia.

Monday, July 17, 2006

Entrevista con Ricardo Piglia













“Lo más interesante son los cruces.”


Una moneda que si es falsa es perfecta, un fotógrafo que reconstruye en la intimidad de su casa una réplica en miniatura de la ciudad, mareas de una ciénaga que ponen en marcha el mecanismo del recuerdo, la avenida Rivadavia. En el prólogo de El último lector, Ricardo Piglia enumera los elementos de una poética, pero sobre todo son la ciudad y sus lectores los que se vuelven centro de su atención.
“Hay una larga relación –escribe Piglia– entre droga y escritura, pero pocos rastros de una posible relación entre droga y lectura, salvo en ciertas novelas (de Proust, de Arlt, de Flaubert) donde la lectura se convierte en una adicción que distorsiona la realidad, una enfermedad y un mal.”
Con la última edición de Crítica y ficción daba la impresión de que cierta parte del recorrido público de Piglia se había cerrado. El libro recoge una serie de entrevistas que van de 1984 a 1998, ensayos, fragmentos de diarios. Esa miscelánea de textos que mapea la literatura argentina mientras conforma una especie de biografía intelectual de su autor se había ido ensanchando con las reediciones. Pero en la posdata de 2000 que cierra el libro se lee: “Supongo que ésta es la versión definitiva y que el conjunto puede ser visto ahora como la repetición imaginaria de una experiencia real”.
Desde la primera versión de ese libro, a cargo de la librería Fausto, pasaron muchísimas cosas y hoy en día entrevistar a Piglia resulta si no imposible, al menos complicado. Sus permanentes viajes de trabajo a la Universidad de Princeton agregaban un obstáculo insalvable. Sin embargo, desde hace unos días se encuentra en Buenos Aires. El motivo: la conferencia que el jueves 6 de julio ofreció en la Biblioteca Nacional sobre la obra de Juan José Saer.

Oralidad y escritura. El título de la disertación fue finalmente “Saer, la tradición del escritor argentino”, y el autor de La ciudad ausente retomó la relación del santafesino con la poesía y su extraordinaria capacidad para construir personajes inolvidables, como Pichón Garay y Tomatis. Entrando y saliendo de la teoría, citando a Sarmiento, recordando, narrando, tematizando la política, terminó respondiendo las preguntas del público y afirmando que “la tradición se encuentra entre la memoria y la historia”. “A nadie salvo en un caso muy específico e inocente de esquizofrenia –agregó sobre el final–, se le ocurre que la palabras pueden ser suyas después de haberlas usado. Los escritores padecemos en algún sentido de esa forma de esquizofrenia. La literatura consiste en la ilusión de convertir el lenguaje en un bien personal.”
Hay algo en la oralidad de Piglia que responde la pregunta que se formulan, cada tanto, los intelectuales argentinos: cómo hablar y pensar sin estridencias pero con matices, y al mismo tiempo avanzar sobre los núcleos de sentido que definen a un autor, una ciudad, un país o incluso un estilo. Y esa oralidad les transmite una frescura especial, reconocible y confiable, a su prosa y a su pensamiento. Pero quizá lo más asombroso de su obra sea su conectividad total. Respiración artificial, su ya mítica novela de tesis, reenvía a sus ensayos; Plata quemada retoma su tarea como lector del policial negro norteamericano en clave rioplatense; en Nombre falso el fino trabajo con el verosímil vuelve a teorizar sobre la circulación de los bienes simbólicos y materiales.
Como si fuera una televisión permanentemente encendida en el living-comedor de una casa en el suburbio o las pantallas de los monitores en un cibercafé del Microcentro, su escritura está todo el tiempo conectada y en funcionamiento. Ricardo Piglia es dueño de una obra que concentra pero también abre. Una vez dijo que se ganaba la vida leyendo, y es un hecho que más de una generación aprendió a leer con sus breves y precisos ensayos y la maquinaria excéntrica y lúcida de su ficción. Relajado, en el mismo lugar en el que días atrás había hablado sobre Saer, Piglia accedió a una entrevista exclusiva con PERFIL.
¿Cómo surgen sus ideas narrativas? ¿Hay algún proceso que se repite cuando se sienta a escribir?
En general empiezo con un personaje. Después la situaciones varían y cambian hasta que encuentro una historia, o varias, y el personaje se transforma a partir de ahí. Supongo que el héroe es lo que persiste en la tradición de la novela, más allá de todas las modificaciones. Eso es lo que tiene en común Joyce y Dickens, Puig y Cambaceres.
Teoría y narración tienen muchas cosas en común. Y es habitual que hoy en día se las asocie, e incluso se las mezcle, pero... ¿en qué se diferencian?
En un caso, se argumenta con conceptos, y en el otro, se argumenta con narraciones. Los relatos muestran lo que las teorías dicen. Fue Henry James el primero en establecer la diferencia entre mostrar y decir. En ese sentido, Wittgenstein hace filosofía desde la posición del narrador. Son dos modos de pensar, dos modos de ver. Desde luego lo más interesante son los cruces. Basta pensar en Macedonio Fernández. Y ya sabemos que muchos –entre otros Kierkegaard, Nietszche y Bajtín– han visto en los diálogos platónicos el verdadero origen de la novela.
Buenos Aires aparece a menudo en su ficción y en su ensayística. ¿Cómo es su relación con la ciudad?
Durante un tiempo pensé que no podía salir del centro de la ciudad: las fronteras eran el río por un lado, y Callao por el otro. Pero supongo que tenía esa sensación porque no había nacido en Buenos Aires. Nací en Adrogué, que es un suburbio, y después viví en La Plata y llegué aquí recién en 1965. Así que en un sentido soy un recién venido, un forastero, y por eso todo me parece –todavía– único en la ciudad. Me pasó con Buenos Aires lo mismo que me pasó con otras ciudades. Primero leí algunas novelas –de Onetti, de Arlt, de Kordon– y después vine a buscar lo que había imaginado. Supongo que por eso mi novela sobre Buenos Aireas se llama La ciudad ausente.
Los textos de La Argentina en pedazos y Formas breves no se expanden sino que, por el contrario, tienden a concentrar. ¿A qué se debe esa predilección por la síntesis?
Tengo la sensación de que en los ensayos argentinos se charla de más. Hay una combinación mortal de jerga y de entusiasmo (por las propias palabras). No digo que yo no cometa ese error, pero trato de abreviarlo siendo lo más conciso posible. Prefiero equivocarme en pocas líneas que persistir en el vacío durante páginas y páginas. Algunos ensayistas argentinos escriben como si les pagaran por línea. Lo que pueden decir en cinco páginas lo repiten en doscientas pero, eso sí, sin cambiar nada.
Roberto Arlt es un escritor que viaja mal. Como usted dijo, es “poco exportable”. ¿A qué cree que se debe? ¿Qué es lo que no leen los lectores extranjeros en Arlt?
Arlt forma parte de esa serie secreta de escritores que exceden la normalización generalizada de la cultura contemporánea. Son como los puntos de ruptura de la lectura media. Arlt es uno, Marechal es otro. Lo mismo podríamos decir de Gadda o de Arno Schmidt o de William Gaddis o de Raymond Queneau. No terminan nunca de ser asimilados. Quizá son los mejores, los que sólo sobreviven en su propia cultura. No tienen nada de color local (porque el color local es fácilmente exportable), nada típico y a la vez no se los puede entender fuera de su tradición, o fuera de la tradición a la que ponen en crisis. Arlt no parece argentino, en todo caso no parece latinoamericano, es una especie de escritor ruso del siglo XIX que localiza sus novelas en Buenos Aires. Pero en el Río de la Plata sabemos bien quién es Arlt porque conocemos su estilo. Si no se capta ese estilo, no queda nada.
Recuerdo que cierta vez usted contó que entrevistó a Rodolfo Walsh. ¿Cuándo y cómo fue esa entrevista?
Fue en 1970, me parece. En aquel tiempo yo dirigía un colección de narrativa y estaba publicando una serie de relatos y entrevistas a distintos escritores. Hice un volumen con La novia robada de Onetti y el siguiente fue Un oscuro día de justicia de Walsh, y por ese motivo lo entrevisté. Empezamos hablando de Joyce y terminamos hablando de la revolución permanente. Muy típico de aquellos años. Aunque la verdad es que yo sigo hablando de lo mismo. O al menos sigo interesado en eso mismo.
¿Lee poesía?
Leo mucha poesía, pero no escribo sobre poesía. Escribí sobre Carreira y sobre Leónidas Lamborghini y me gustaría escribir sobre Sergio Raimondi, que está haciendo una obra excelente y muy renovadora. Hay muy buena poesía argentina, los poetas son mucho mejores que los narradores para decir la verdad, aunque –por suerte para ellos– se habla poco de los poetas.
Usted escribió un prólogo sobre la obra de Ricardo Carreira, ¿cuál fue su relación con él?
Nos conocimos en la época del Di Tella. Carreira era muy amigo de Roberto Jacoby y nos veíamos siempre. Fue un artista excepcional, estaba todo el tiempo inventando situaciones, era un situacionista barrial, digamos, un inventor de realidades. Estaba en la tradición de Xul Solar y de Macedonio Fernández, pero también de Guy Debord. Tenía un lenguaje muy preciso, escribía como si las palabras fueran objetos radiactivos que habían sobrevivido a una catástrofe nuclear y al mismo tiempo no paraba de hablar, uno entraba en la frecuencia Carreira y él estaba ahí, transmitiendo. Me hacía acordar a esos radioaficionados que le hablan al mundo, solos en la noche, desde un garaje, conectados a sus aparatos caseros de onda corta.
¿Cuál es su relación con las llamadas “nuevas tecnologías”?
Me intrigan. Me parece que todavía no han descubierto cómo ganar plata con Internet y el asunto se les fue de las manos. Estamos en la etapa del comunismo primitivo, una especie de socialización rara de los medios de producción. Cualquiera puede entrar y salir, abrir su página, hacer su blog, armar redes, difundir información alternativa, ir a un ciber si no tiene computadora. Cuánto va a durar eso, no lo sé. En algún momento van a inventar un candado pero por ahora todo está disponible, no existe la propiedad privada.
(Publicado en el suplemnto Cultura de Perfil)

espuma



- Vení, melena, vení que te muestro lo que es bueno.
- Dejalo, Freddy, ese es pura es espuma.

(Estos gordos me tienen las pelotas por el piso...)

Sunday, July 16, 2006

Socorro Chet



Esta mañana, después de hojear el diario y encontrarme con tanta necedad imbécil y alcahuetería decidí que necesitaba algo dulce. “Es –pensé– cuestión de salvar el domingo”. Así que desempolvé un viejo disco de Chet Baker escuchado mucho hace años. La base simple de blues, trabajando como le gustaba a él desde el vacío hacia la sutileza. Georges Avanitas en piano, Daniel Humair en batería y un sigiloso y preciso Guy Pedersen en bajo. A mediados del ´63 grabaron en París una Porgy and Bess suite llena de rincones donde buscar refugio. Los motivos de Gershwin van y vienen, y al final, todo parece una excusa para improvisar un poco a medio tiempo.

Cuando terminó pensé que podía ponerme a escribir algo sobre Como si tuviera alas, unas "memorias perdidas" que publicó Mondadori en las que el trompetista cuenta su vida europea y algo de su paso por California. Pero ya se había largado a llover y empezó esa versión virtuosa y ligeramente lúgumbre de Stella By Starligth en la que la trompeta se abre camino acompañada sólo por el bajo de Larry Ridley y la batería de Ray Mosca. Sin piano y con un cambio de ritmo interesante en el medio, lo grabaron en el Nice Jazz Festival del ´75. No sé si Mosca, pero Chet y Ridley demuestran que se saben los acordes de punta a punta.

En el libro Baker cuenta que cuando estuvo preso en Italia por un asunto de drogas su mujer de entonces le mandaba la Playboy. Yo lo único que voy a leer hoy son blogs. Y por ahí, con suerte, también chequeo los mails.

Saturday, July 15, 2006

martes de confesión en el Rojas



Este martes 18 de julio a las 20 hs.
voy a estar en el Rojas en el ciclo "Confesionario".

Quedan todos invitados.

Friday, July 14, 2006

Por los barrios de Rio

Desde hace rato que vengo con ganas de hacer un libro sobre los barrios de Buenos Aires. Lo cien barrios porteños por cien escritores porteños. (Algún bonaerense de ley, como el Tigre Oyola, podemos poner, obvio.)

La respuesta, sin embargo, la dieron antes los escritores de la otra ciudad importante. Prosas Cariocas, uma nova cartografia do Rio de Janeiro reúne textos de diecisiete narradores que escriben sobre Rio y desde Rio. A continuación traduje las breves palabras introductorios que el mago Ruy Castro le dedicó al proyecto.

(¿Y para cuando volver al Morro Santa Teresa? ¿Caminar de nuevo hasta Caneco, descubrir una nueva librería, visitar el último lugar de Flavio que quería ser diplomático y amaba Leblon donde vivió siempre? Cuántos recuerdos. Nostalgia de nada y tanto dolor. Chau de nuevo, Flavio, cuando pienso en París también pienso en vos. A tu familia le debo una visita y mucha alegría.)

Una literatura que se escribe con las piernas
Ruy Castro
Que nos perdonen las ciudades sin horizonte, aquellas en las que llueve o hace mucho frío y las que, por falta de paisaje o escenario, estimulan excesivas o altas prosopopeyas. A los largo de los siglos, Rio ha construido un tipo de prosa que no se parece a la de esos lugares donde la vida se da del ombligo para adentro. Al contrario, la prosa carioca acostumbra escribirse del ombligo hacia afuera.
De Manuel Antonio de Almeida para acá, el gran desafío de los escritores de Rio es llevar adelante las directivas del Leonardo de Memorias de un sargento de milicias, adaptar su inocencia y malicia las transformaciones de ciudad y convertir en palabras el gesto de moverse por ella que, en el sentido real o figurado, es pura danza.
Y una literatura que se escribe con las piernas. Es una literatura de personajes que no precisan parar para pensar, que piensan andando, porque Rio invita a eso. Cada barrio o calle tiene su rasgo distintivo que parece definir el carácter de esos personajes –y la gran hazaña de la literatura de Rio es la de pese a situar la acción en lugares tan específicos, conseguir un carácter nacional.
Están ahí Joaquim Manuel Azevedo, Aluisio Azevedo, João do Rio, Lima Barreto, Ribeiro Couto, Theo-Filho, Luís Martins, Aníbal Machado, Marques Rebêlo, Nelson Rodrigues, Silveira Sampaio, Elsie Lessa, Millôr Fernandes, Vinicius de Moraes, Stanislaw Ponte Preta, Carlos Heitor Cony, Marcos Vasconcellos, Rubem Fonseca, Ivan Lessa, Aldir Blanc, Heloisa Seixas, Luiz Afredo Garcia-Roza, romancistas, contistas, cronistas, poetas, dramturgos, –nacidos en Rio o no, pero todos de pura cepa carioca y literaria– que pusieron al carioca a andar por la literatura.
¿Existe el brasileño que desconoce la mística de la calle Ouvidor, de Vila Isabel, de Tijuca, de Lapa, de Catete, de Botafogo, de Copacaba, de Arpoador y, últimamente, de Leblon y de la Barra? (La mística de la belleza, del peligro, de la sorpresa.)
Duda: ¿fueron los escritores los creadores de esa mística – o fueron ellos apenas los instrumentos de la excitante magia que esos lugares exhalan? La respuesta puede no estar en esta reunión de nuevos cuentistas y cronistas que exploran cada tanto Rio – pero Prosas cariocas prueba de nuevo que, si existe ciudad más inspiradora que Rio, todavía no pintó en los mapas.
Como ya decía Carmen Miranda: “París, je t´aime/ Pero a mí me gusta mucho más Leme”.

Thursday, July 13, 2006

whatever the people say...


...That´s waht I´m not.

Toquen algo, che.

De un mail

"Hola Juan, ¿Cómo andás? Te salvaste el otro día de salir a caminar en busca de algo por San Telmo y ser perseguido en cámara lenta por un taxista igual al personaje siniestro de Carretera Perdida que nos quería llevar a los cinco, por poca plata, a un cabarute de la zona. O te lo pediste, vaya uno a saber."
Vaya uno a saber.

Wednesday, July 12, 2006

hoy es miércoles

Si había mar cerca,
los griegos,
aunque no hablaran el idioma,
siempre se daban a entender.
Mi patria es la Avenida Rivadavia
y la música.

Tuesday, July 11, 2006

un libro sobre el parque



Sobre
La desplaza, biogeografía del Parque Rivadavia

de Julián D´angiolillo. (Asunto Impreso ediciones)

Como su título lo indica La desplaza, biogeografía del Parque Rivadavia de Julián D´angiolillo es el producto de una mezcla deliberada de géneros. Al principio, fue un diario, después se transformó en un recorrido híbrido de pulcro diseño. Aunque el formato apaisado sea raro, los dibujos se disfrutan, los recortes y noticias impresionan, los mapas causan curiosidad y las fotos renuevan el interés en cada página. Articulando el material gráfico, el relato comienza con el descubrimiento del vallado del Parque después de la feria de la crisis del 2001.

La pregunta “¿por qué se cierra una parque?” da pasó a “¿Qué es un Parque?”, o con más precisión “¿Qué y cómo es el Parque Rivadavia?”. El segundo capítulo se abre con el Parque antes del Parque y la famosa quinta de los Lezica. En una foto miembros de la familia posan frente al casco de la estancia acariciando sus vacas. El recorrido histórico que propone D´angiolillo es ameno y riguroso. Entre jardineros, directores de paseos y citas de Carlos Thays, nos enteramos de la donación, de los problemas para zonificar y de los primeros usuarios (“En esos años una colonia de calabreses que trabajaban para el Ferrocarril del Oeste”).

El extenso anecdotario se va completando. Pasan proyectos que nunca se concretaron como el de Centro Cívico Municipal, que unía el Parque Rivadavia con el Parque Centenario por medio del Boulevard Campichuelo, retomado en 1933 con el nombre de Proyecto Otaola. Se presentan personajes célebres, como Conrado Nalé Roxlo, que escrutaba la zona con un telescopio desde su departamento en la esquina de Rivadavia y Balcarce, o Roberto Arlt que eligió el Parque como escenario de su encuentro con el diablo.

El libro está lleno de hallazgos que se sobreimprimen a la experiencia cotidiana. Así la gestación del emblemático monumento a Bolívar con su Arco del Triunfo blanco coincide con la feria de los filatelistas enfrentada a la de revistas y libros de aventuras, que después se transformaría en la actual Feria de Libros usados. Si en los textos de La desplaza aparece la primera persona es porque D´angiolillo narra su historia al mismo tiempo que cuenta la historia del parque. “El algún momento de dogmatismo caballitense –escribe–, pensé que se podía hacer este libro con material exclusivamente hallado en el parque. Algo perfectamente posible.”

Más cercanos en el tiempo se recuerda el destino de permanente reciclaje al que fue sometido el Minibanco de la Ciudad inaugurado en 1988, el mismo año del “affair Beauchef”, ingenuo intento de estirar la calle desde Rosario hasta Rivadavia. Todavía más acá en la cronología, la muerte de un neonazi durante un recital contra la represión se resalta con un titular del diario Clarín que informa: “Los punk piden calma”.

Tratando el “enjaulamiento del parque”, motivo recurrente dentro del libro, D´angiolillo se deja impregnar por una idea demasiado progresista de la libertad, como si las rejas actuales fueran definitivas. Es evidente que esa “fuerza entrópica”, que tanto cita el libro, terminará por doblegarlas. Aunque abusa, por momentos, de la teorización, La desplaza, biogeografía del Parque Rivadavia nunca deja de contar buenas historias, reinstaurando al Parque Rivadavia en el mítico lugar que se merece.

(Publicado en el número 95, julio, 2006, de Llegás a Buenos Aires)

Sunday, July 09, 2006

cine en la arbitrariedad (reunido)

Aunque en "el pozo" dicen que si la pelota cruza la mitad de la cancha yo ya grito “¡Es gol!”, le voy a dedicar a Pablo de Deportes esta recopilación de intervenciones críticas absurdas. Si la vida me sonríe al menos un poco, jamás tendré que hacer críticas de cine para vivir. Mientras tanto, fíjense que estreno sección sobre la derecha, reflotando enumeraciones pasadas de este blog.

nueve piezas



Un rompecabeza de nueve piezas.
A ella le gustan de tres mil.
Más, dice, me mareo y tardo mucho.
Es una fiebre.
Yo podría esconderle los bordes,
que son los que se arman primero.
Pero hoy es domingo y estoy cansado.
A lo sumo, busco la caja de fotos
y me pongo a mirar
las que sacamos juntos en la playa,
el año pasado,
cuando todos estos problemas
no existían.

Saturday, July 08, 2006

sábado

Hoy, cansado de la tensión de la redacción, me fui a cambiar un libro que me habían regalado. Estuve dando vueltas en el Yenny de Caballito sin encontrar nada que me gustara. O no tenían, o era muy caro, o no lo supe encontrar. Terminé poniendo cinco pesos y me llevé una novela Anagrama de las amarillas. En la caja, me preguntaron: "¿Te ayudó algún vendedor?". Estuve tentado de decirle: "No, más bien, trataron de disuadirme". Lobotomía de sábado también para los vendedores del Yenny de Caballito, entonces. Después, tirado en la cama, un trueno larguísimo me ayudó a sentirme mejor.

Tuesday, July 04, 2006

Periodismo puro sin firmas

No firmamos para que los lauchas que dirigen Perfil nos suban el sueldo.

Si podés, linkiálo.

***

Y por otra parte pero en la misma línea:
Escolastica Peronista Ilustrada (Tomo Uno)
Por Carlos Godoy.

Yo lo leí dos veces.

la prodigiosa aventura de la experiencia



El domingo 2 de julio de 1961, el escritor se levantó temprano. Su casa de Ketchum, Idaho, estaba en silencio. Cuando encontró la escopeta, se encerró en su estudio, cargó el arma, se puso el caño en la frente y se voló la cabeza. El estampido despertó a su cuarta y última esposa, la periodista Mary Welsh, que dormía en el piso de arriba. Mary ya había tenido que lidiar con otros intentos de suicidio, pero éste fue exitoso y, en tiempos de paz, nada puede prevenir a una mujer que duerme contra el sonido de un arma de fuego.

Hace cuarenta y cinco años, apenas unos días antes de su cumpleaños número sesenta y dos, se suicidaba Ernest Miller Hemingway. Algunos de sus biógrafos proponen elaboradas teorías psicológicas y literarias como motivo. Se dijo que el mito lo atormentaba y lo devoraba, que la fama lo oprimía, que no soportaba la vejez y que su coraje se había acabado. La verdad es que estaba muy mal de salud, tanto física como mental.

Aterrizajes de emergencia, violentos accidentes automovilísticos y conmociones cerebrales habían minado su físico de peso pesado. Largas borracheras habían desgastado sus riñones y su hígado. Sus ojos, que nunca habían sido buenos, le impedían leer o escribir con normalidad y para completar el cuadro clínico empezaban a asomar signos de diabetes. Por otra parte, sufría de ataques de paranoia, llegando incluso a desvariar en sus peores días. Hemingway, sin embargo, no era viejo. De hecho, muchos escritores alcanzan el reconocimiento a esa edad. Pero su cuerpo padecía las marcas de una exigida vida de acción. El problema no era el modelo, sino el kilometraje.

Lectores y lecturas. En 1954, el mismo años que Hemingway recibía el Nobel, Italo Calvino le dedicó un breve ensayo “Hemingway y nosotros”. El artículo, recopilado póstumamente en Por qué leer los clásicos, despliega, con estilo comprensivo, una posición que intenta ser imparcial. Si lo compara con D´annunzio también aclara que “escribe seco, no se babea nunca, no se hincha, tiene los pies en el suelo”; si habla de “sus eternos turistas, erotómanos y borrachines”, concede que para su generación el autor de Adiós a las armas fue un referente obligado.

Sin embargo, cuando el análisis se desliza hacia lo político, Calvino resbala. “El héroe de Hemingway–escribe–, a pesar de haber visto abrirse la gran alternativa de Octubre, acepta el mundo del imperialismo y se mueve entre sus masacres, librando él también con lucidez y distancia una batalla que sabe perdida desde el comienzo.”

Faltaban, por supuesto, más de diez años para la Primavera de Praga, la Doctrina Brezhnev no había tenido que justificar ninguna invasión y defender el pacto de Varsovia sería por mucho tiempo un gesto progresista en Occidente. Por otra parte, Hemingway hacía gala de un antifascismo declarado que podía ser confundido con una militancia real (hoy en día está claro que sus convicciones políticas eran un exótico trampolín para la aventura).

Y sin embargo, visto desde el presente, lo que Calvino le critica se parece mucho a una serie de aciertos y virtudes. Hemingway siempre fue un tipo práctico, que difícilmente accedía a encolumnarse, un individualista integrado pero arisco que se adelantó a describir, con ambigua mirada, a esa masa de turistas americanos, cazadores, soldados, hombres duros, que viajan por el mundo buscándose a sí mismos.

Temprano, entonces, aparece en Clavino un rechazo que, por motivos políticos o estéticos, sobrevoló la segunda mitad del siglo XX. La relación que mantuvieron los escritores con Hemingway fue de conflictiva admiración. ¿Qué raro prejuicio esconde la lectura de Calvino, más allá de las brumas políticas? ¿Por qué lo que hacía Hemingway era y es tan incómodo para algunos?

Contar una vida. De los numerosos trabajos biográficos de los cuales Hemingway fue objeto, el breve ensayo de Anthony Burgess, titulado Hemingway, es el más difundido en lengua española. En este libro –la edición de Salvat todavía se consigue en librerías de viejo– Burguess recorre con síntesis y precisión el amplio abanico del escritor. Sus cuatro mujeres, sus amigos, sus colegas, y sobre todo sus lugares. París, África, España, Cuba, los lagos de Michigan y los Cayos de la Florida, en los libros de Hemingway, fueron, más que escenarios, personajes privilegiados. Pero, aunque intenta esconderlo, el viaje incomoda Burguess como al sirviente que, superado por el peso de las valijas y caminando atrás de un amo demasiado vital, apenas logra levantar la cabeza para disfrutar del paisaje.

Burgess recuerda a los intelectuales argentinos que se juntan en el Club de Cultura Socialista a negar “el mito”, dibujando sobre sus bordes una idea de sentido viciado, al mismo tiempo que demuestran una clara imposibilidad de abandonarlo como tema de discusión. Mientras critica Papa Hemingway, la biografía de A. E. Hotchner, porque recoge charlas de bar y anécdotas, el autor de La naranja mecánica admite haberla usado una o dos veces como fuente. Así, el Hemingway que nos presenta es un escritor trágico o frívolo según le conviene y aunque el libro es completo, la subestimación de la dialéctica entre obra y vida es evidente.

Intentando ser justo, lográndolo a duras penas, y sin dejar de atender la campana de la rivalidad, Burguess termina concediendo que Hemingway fue un escritor que marcó el siglo XX, “pese a que las carencias del hombre mutilaron su trabajo”. Así y todo, sin embargo, como al descuido, deja caer una clave para entender su propio prejuicio. En el capítulo titulado “Entre la pesca y las corridas de toros” escribe que a Hemingway “le entusiasmaba que le tomaran por cualquier cosa excepto por un escritor”. ¿Es este renegar del oficio lo que rechaza Burguess? ¿Es este desplante gremial lo que articula su queja, que muchas veces alimenta una moral más bien ridícula?

James Joyce, que compartió con Hemingway el París de los años veinte, dijo que “nunca hubiera escrito su obra si su cuerpo no le hubiera permitido vivirla.” Pero la frase también se puede invertir y es posible pensar que Hemingway nunca hubiera salido a cazar leones, si la aventura no hubiera contemplado de entrada la escritura de un libro. Y lo mismo puede decirse del box, de la ambulancia que manejó en la Primer Guerra Mundial o de la pesca en alta mar. ¿Se trata de una nueva versión del huevo o la gallina? Más bien es otro eslabón de la larga y laboriosa conversación entre la experiencia y la letra.

Ironía y reediciones. Por estos días, Mondadori esta distribuyendo en la Argentina ediciones de bolsillo de sus novelas más conocidas. A las elegantes tapas con fotos sepia se le agrega que cada libro viene prologado por el escritor argentino Rodrigo Fresán. La combinación es, por lo menos, llamativa. Si en la Argentina son contados los escritores que reconocen su deuda con Hemingway, Fresán copia la idea general de Burguess y toma distancia (también copia textualmente muchas de sus frases sin reconocer la cita). Como Calvino le recrimina “el lugar común y vulgar del turista bestial y absurdo”, sacando la mano cuando quema y enfriando cuando el entusiasmo se vuelve inevitable.

Pese a esto, los prólogos logran despertar interés. La prosa fluida de Fresán se mezcla con aportes de la correspondencia de Hemingway, nunca traducida al español, y el resultado es cálido. Después de las excelentes presentaciones que hizo de John Cheever, es posible que el lector argentino se quede con ganas de más. Vale tener en cuenta que mientras Cheever es un irónico caballero de los suburbios del este, Hemingway es un duro self made man del medio oeste. Con él, las cosas siempre son más difíciles.

No deja de ser curioso que sea un español el que haya doblegado el mito, poniéndolo a trabajar en su propio sistema. Enrique Vila-Matas encuentra a Hemingway en su terreno y nos ofrece un viaje doble. Primero, titula su libro París no se acaba nunca, tomando el nombre del último capítulo de París era una fiesta, ese delicioso fetiche narrativo donde los años veinte brillan entre la nostalgia y la vitalidad. Segundo, propone un ir y venir mítico: de la Belle Epoqué y los personajes de la Generación Perdida a sus propias memorias de los años setenta, producto del viaje iniciático a la ciudad luz.

No sin insolencia, no sin admiración, Vila-Matas confirma a Hemingway, al mismo tiempo que ironiza sobre él y sobre sí mismo. Si el norteamericano dice que en París fue “muy pobre y muy feliz”, el español reescribirá la frase confesando que en esa misma ciudad, cincuenta años después, fue “muy pobre y muy infeliz”. De la mano de esa ironía, a veces tierna, a veces ácida, Vila-Matas logra colarse con una sonrisa ambigua en la fotografía que Hemingway tomó de sí mismo.

Un camino. Escritores hijos hablan mal del escritor padre o juegan con picardía a esconderle el reconocimiento. No es algo muy atípico después de todo. Frente a tanta potencia, se hace comprensible la zancadilla, el equívoco y la desconfianza. Escribir a la sombra de ese Hemingway altanero que con mirada despectiva escupe sin sacarte los ojos de encima es posible, siempre que uno se resigne al segundo lugar. Para matizar la fuerza del personaje, se lo tildó de deportista, crítica que implica no sólo la banalización de sus pasiones sino también el desmerecimiento del deporte como productor de sentido literario. Ciertas normas de etiqueta intelectual impulsan la pacífica idea del creador sedentario, y él era un escritor de “el aguante”, de “ir al frente”, tanto en el sentido barrial como en el sentido militar de la expresión. Muchos, entonces, escribieron con soltura sus diatribas, pero muy pocos son los que se hubieran animado a decírselas en la cara, ni siquiera con una reja de por medio.

El único que se acercó a algo parecido, siempre en el plano literario y por carta, fue Scott Fitzgerald que en junio de 1926 le escribió a Hemingway desde Juan-Le-Pins dándole consejos sobre el manuscrito de Fiesta. “Ernest –dice Fitzgerald–, no puedo explicarte la decepción que me dio ese principio, con su gracia elefantina” y luego agrega que lo mejor sería, no “podar”, sino directamente “arrancar lo peor de las escenas”. Tres años más tarde, en junio de 1929, le escribe sobre Adiós a las armas: “Nuestra vieja y golpeada amistad probablemente no sobreviva a esto, pero ahí va... Mejor yo que algún desconocido de la crítica literaria, al que no le importe tu futuro” y enseguida le dice que una de las escenas, “tal como está, me parece una vergüenza”. Aunque esta última carta se conserva con la respuesta “bésame el culo” escrita a mano por Hemingway, al parecer en las dos ocasiones puso en práctica varios de los consejos de Fitzgerald.

En todo caso, criticar cualquier arrogancia es fácil pero muy diferente es abandonar el escritorio y ponerse los guantes de box, pelear una guerra, salir a buscar un pez vela en un bote de pesca y después contarlo todo en una obra trascendente, aguerrida y sutil.

Porque finalmente, matar un león es matar un león. Hay que estar ahí con el acero del arma en las manos. Escuchar el rugido. Apuntar y disparar. Sentir como la bala impacta y penetra la piel y trae la muerte. Pero la experiencia no solamente esta compuesta por ese momento de gloria y sentido. Al instante épico hay que sumarle mosquitos, mala comida, poco confort, costos absurdos, robos en los aeropuertos y largos momentos de aburrimiento que ponen a prueba la voluntad más recia.

¿Qué tiene para darnos hoy Hemingway? Dentro de su credo de contrastes y vitalidad, los adjetivos sobran y son los verbos los que hablan. Sumados al mandato primordial de construir “una frase verdadera, sencilla, explicativa” forman un camino lleno momentos útiles y luminosos. Sin embargo, mejor todavía es el consejo de salir al sol y contemplar las transformaciones del mundo, pero no como un pálido observador, sino como un engranaje más en la máquina del mundo.

Monday, July 03, 2006

todo lo sólido se pudre



El tiburón que el artista británico Damien Hirst encriptó como una obra conceptual titulada La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo ha comenzado a transitar el irreversible camino de la entropía y el polvo, y está dando signos de deterioro físico.

Hace dos años la pieza se vendió por 9,5 millones de euros. Y según la revista británica The Art Newspaper, ya era de dominio público que el tiburón, de más de cuatro metros de largo, presentado en un tanque sellado con transparente de aldehído fórmico se hallaba en muy mal estado. El representante legal de Hirst declaró a la revista que, de no mediar inconvenientes, el animal será sustituido por un nuevo ejemplar. Para ello, ya se están llevando a cabo conversaciones con el millonario estadounidense Steve Cohen, actual propietario de la obra.

El tiburón es uno de los íconos del llamado Arte Joven Británico de la década de los 90, y se deteriora rápidamente debido a la manera en que lo conservó el artista en 1991. El compuesto químico empleado era demasiado débil y Hirst no inyectó correctamente los conservantes para un animal de ese peso.

La polémica está en puerta. Por una lado, los expertos ociosos cuestionan la sustitución del tiburón ya que esto influiría en la originalidad de la obra. "Si alguien pinta sobre un Rembrandt, el cuadro no sigue siendo un Rembrant" dicen algunos. Larry Gagosian, de la londinense Galería Gagosian, que actuó como intermediario en la venta, afirmó previsiblemente a The Art Newspaper que "el tiburón es una obra conceptual y el hecho de sustituirlo por otro de igual tamaño y aspecto no altera la pieza".

Mientras tanto, el propietario de la obra está de acuerdo con la sustitución, pero teme que esto devalúe su elevado precio actual. Hirst, de cuarenta y un años, sometió a una oveja al mismo procedimiento. Pero ésta todavía se mantiene fresca.

Sunday, July 02, 2006

otra mirada

El Terranova del oeste cuenta otra historia.
El economista te infla el pecho.

Y yo, que en mi vida fui a recibir a nadie a Ezeiza, soy capaz de ir esta vez con una bandera que diga "gracias".

Saturday, July 01, 2006

autos

Ya nos empezamos a preparar para el verano cambiando baterías y revisando motores.
Mientras tanto subimos fotos.

Actualización: Mi viejo: "Poné la que estás con el celeste." Yo: "Pero ya la linkié cuando la subiste vos, pa." Insitiendo: "Dale, ¿qué te cuesta?".

Ahí va. (Después de todo fue un gran viaje.)

Website analytics