Friday, March 31, 2006

made in china

"Cuatrocientos mil gansos chinos ordenó el emperador pasar a degüello para satisfacerme."

En su blog, Fucking Falco construye La Saga China.

los del oeste somos así

Si Chuck Palahniuk hubiera caido en la Argentina, viviría en el oeste y escribiría en sobre el plato que no se sirve ni en la terminal. Pero, ojo, no sería el mejor esta barra de materia grasa.

Thursday, March 30, 2006

los gestos del escándalo

En el número 83 de la Punto de vista (Diciembre, 2005), Martín Kohan firmó un artículo titulado Más acá del bien y del mal - La novela hoy. En la página 11, se lee: “Las provocaciones literarias de Fogwill a veces contienen aportes críticos de importancia (es fácil copiarle el tono de las bravatas, pero la inteligencia crítica no.)”

En la última edición de Ñ, Kohan hace hablar al autor de Vivir afuera sobre Malvinas, el menemismo y el filicidio, entre otras cosas. (Es curioso que todo el tiempo le diga “vos esto”, “vos lo otro”, tratando de definirlo, más que de escucharlo y en todo caso repreguntar. Si fuera una pelea en un ring, diríamos que a Fogwill le sobran piernas y a Kohan le cuesta mucho alcanzarlo.) En un momento, surge el tema de los “jóvenes escritores”. El diálogo es así.

—¿Y el lugar que te dan a vos? Por momentos tengo la impresión de que te empiezan a copiar los gestos del escándalo.
— Está bien. Dejalos, les va a salir como el culo.
—Pero entendés a qué voy. Que en un punto, es más fácil retomar tu gestualidad de figura de escritor, que rastrear dónde está la recuperación de tu literatura, de tu escritura.

A esto último Fogwill le responde cualquier otra cosa. Una de dos, o no entiende a qué va, o no le importa. (Me inclino por lo segundo.)

¿Qué significa estas dos insinuaciones? ¿En qué y en quiénes piensa Kohan? Lo que se trasluce es el consejo paternalista, la envidia, incluso el sermón. La tesis es simple: si la bravata no tiene aportes críticos, es impugnable, no dice nada. “Copien lo bueno, no lo malo, niños” o “Piénselo dos veces antes de pegar el grito, porque les puede salir mal”.

Kohan, un crítico prolijo y esmerado, aparte de un narrador con evidentes limitaciones creativas, es obsecuente, y al final, verticalista. (La literatura, a diferencia de la academia y y los medios de comunicación, no suele tratar bien a los que detentan estas características.)

Ahora, que empiece a delimitar dos zonas dentro del catálogo del escándalo es muy torpe. Este sí, porque genera “aportes críticos de importancia”. Y estos no, porque son incorrectos, vacíos, no tienen “mensaje”.

¿No es contradictorio este bosquejo del escándalo? ¿Dónde está la vitalidad? ¿No es aquel escándalo, que no puede ser reducido, el más productivo, el que más sentido genera? Quizás sí, quizás no. En todo caso, los viejos que saben, que realizan “aportes críticos de importancia”, versus los jóvenes que no respetan, que son improductivos: es la historia más conocida del mundo...

Escuchar a Fogwill con ese nivel de agresividad y arbitrariedad siempre es estimulante. En el medio, Martín Kohan se hunde, un poco perdido, un poco dogmático, y ya sin el amparo de la fraudulenta etiqueta “promesa de las letras argentinas” comienza a impugnar para abajo. Su palabra nunca tuvo fuerza. No creo que en el futuro nos sorprenda.

Tuesday, March 28, 2006

Chat con rayolínea

rayolinea dice:

Es de derecha... pero escribe bien (un amigo cuando levanta la sección de Cultura del Perfil el Domingo a la tarde)

Juan dice:

Y bueno, se es lo que se es.

Juan dice:

Yo, en todo caso, lo que no soy seguro es de izquierda

rayolinea dice:

que, se prefiere a un mal escritor pero de izquierda? le respondí

Juan dice:

Ehhhhhhh, Pero sos un grosero

rayolinea dice:

y si, negro, eso me lo dijo: sos un reaccionario

Juan dice:

Si ser reaccionario es reaccionar, lo soy

Juan dice:

si hay algo que no me gusta son las ovejas que balan todas iguales, básicamente porque o se las come el lobo o se las achuran los carniceros

rayolinea dice:

esa es una buena

rayolinea dice:

volviendo: solo los porteños tienen ese concepto de Vargas Llosa?

Juan dice:

No sé, decime vos que no sos porteño

Juan dice:

Creo que cae mal en todos los lugares progresistas del mundo

rayolinea dice:

afuera es peor...

rayolinea dice:

pero es un acierto ya que no metes a todo un país en la bolsa

Juan dice:

Es una buena pregunta: ¿cómo se lo lee en Francia, por decir?

rayolinea dice:

no se ahora con tanta revueltas...

Juan dice:

Mirá, yo soy porteño a conciencia. No me da decir "Argentina". Si yo lo único que conozco de primera mano es Buenos Aires...

Juan dice:

Ahora le queman el auto

rayolinea dice:

cambio: sigo con el Pornográfo

Juan dice:

Pero, por favor...

rayolinea dice:

me dicen: no pasa más que de una charla de café...

Juan dice:

Es posible

rayolinea dice:

pero en el café uno no se confiesa con tanta sinceridad: Vera se va al Tigre con ex novio un fin de semana, eso es ser recontra gorreado, ya sabemos que eso no nos los permitimos aunque lo somos

rayolinea dice:

solo en la net lo podes decir

Juan dice:

Sí, yo tengo una lectura así también: en la net, en el café, ahí está la papa, ahí se dirimen las cosas. Y si no te gusta, andá a leer novelas históricas

rayolinea dice:

yo nunca se lo diría a un amigo, en la cara

Juan dice:

Bueno, esa es tu teoría, la de que en el chat salen cosas más pesadas, que las cosas se alivianan

rayolinea dice:

vovemos a la relación que solo funciona en el chat. segundo: en el chat las conversaciones son dinamicas

Juan dice:

Vargas Llosas me gustaba más como tema

rayolinea dice:

pero me metí en esta...

Juan dice:

Igual, te digo, hoy me imagino una novela. Y me la imagino con forma de mail, de chat, de blog. Si me la imagino así, la veo como si la estuvieran dando en la televisión. Me la imagino muy desprolija, pero me la imagino.

rayolinea dice:

es dinamica porque uno tira un tema, el otro no esta informado, lo normal seria que esa persona sea el canal para informarse, pero en la net dicen: me fijo en Google... y ya está, el otro aporta un punto de vista...eso se puede en un café? a mnos que sea el café de una biblioteca, y se tarda en encontrar... eso te lo permite la net

Juan dice:

Si, claro se juegan muchas cosas diferentes, aparte uno puede conversar mientras hace otra cosa

rayolinea dice:

si, queda feo que estes un café y te rasques un huevo...otro cosa que me llamó la atención en el Perfil: el guaso esté, el vasco, es una pelotudes pensar que la novela como género está muerta

rayolinea dice:

por suerte los contemporaneos me demuestran lo contrario

Juan dice:

Bueno, tomo lo que me corresponde del piropo

rayolinea dice:

creo que tiene algo que ver con la tecnología o la modernidad, mientras eso siga en curso las historias también

Juan dice:

Claro, el fin de la historia, flor de verso libre

Juan dice:

Yo estoy pegado a la tecnología, pero cuando pienso en un género, pienso en la novela

rayolinea dice:

pobre ponja, ya le dierón bastante

Juan dice:

sí, la verdad, se tuvo que pasar a lo de los geomas, porque con las predicciones no iba a ninguna parte.

un intelectual ambicioso

Mario Vargas Llosa cumple setenta años y, a diferencia de Gabriel García Márquez, su antiguo compañero del boom latinoamericano, que declaró haber abandonado la escritura, sigue produciendo. Mientras sus extensos y muchas veces famosos libros de ficción siguen siendo leídos, una reciente colección de crónicas políticas titulada Isarel/Palestina - Paz o guerra santa se acaba de publicar en Buenos Aires, mientras la editorial Alfaguara relanza, en la colección que lleva su nombre, El pez en el agua, hasta ahora su único libro de memorias.
El discurso de Vargas Llosa frente al periodismo es monolítico y rara vez dice, en una entrevista, algo importante o digno de ser recordado. Frases como “soy un liberal”, “amo profundamente la libertad” o incluso “me considero un ciudadano del mundo” se repiten una y otra vez. Esta libertad, en todo caso, no es una libertad que se libre a sí misma. “Naturalmente, cuando hablamos de libertad –declaró hace poco– no podemos olvidar la legalidad, sin la cual la libertad se vuelve libertinaje. Yo creo que esa combinación armónica de libertad y legalidad es el motor de la civilización.”
Vargas Llosa es, sin dudas, un intelectual ambicioso que no resigna ninguna aventura y no evita ninguna transformación. Sin ser negativa ni positiva en sí misma, la exposición pública a la que se somete determina su manera de ser escuchado y leído. Su lugar de referente, a veces moral, a veces ético, se asemeja al de un aguerrido jugador de tenis que –aunque muchas vayan a la red– devuelve todas las pelotas que le tiran. Vargas Llosa puede opinar sobre Borges, Internet y los libros, Bill Gates, la guerra en Irak, Marcel Proust y el destino de la novela en la Unión Soviética, pero también sobre Nelson Mandela, la angustia existencial del hombre moderno y Fidel Castro. Los temas van cambiando según la época y él, acertado o errado, todo lo dice siempre con una seguridad envidiable. El entrevistador puede pasar de preguntar: “¿Hay un componente violento en la naturaleza humana?” a pedir precisiones sobre la elegancia sin que el entrevistado se inmute.
En La tentación de lo imposible, el libro que le dedicó a Víctor Hugo, dijo: “El de Los miserables es un mundo de personas confinadas en sus discursos, seres a quienes el frenesí oratorio ha vuelto solipsistas”. La frase, apenas distorsionada, podría aplicarse al mismo Vargas Llosa.

La excursión política. Si como entrevistado es aburrido, poco preciso e incluso banal, no se puede decir que Vargas Llosa rechace el entusiasmo o la acción directa. Más bien todo lo contrario. El autor de La ciudad y los perros es uno de los pocos que, pasado el caótico frenesí de los 60, hizo política de primera línea, poniendo incluso su propio cuerpo. A fines de los 80 lideró un partido y se candidateó a la presidencia del Perú, su país de nacimiento. Perdió con Alberto Fujimori, quien diez años más tarde –después de huir a Japón sospechado de diversos delitos en ejercicio de sus funciones– podría confundirse con los personajes de sus novelas. Vargas Llosa suele recordar a su padre como una figura autoritaria y conflictiva que le despertó, desde su juventud, una definitiva aversión a la restricción de las libertades personales. Sin embargo, su participación política, breve pero contundente, no parte del mismo punto.
¿Qué empuja a un sólido novelista a cambiar el escritorio de la meditación por el de la negociación partidaria? Quizás una de las claves para entender su deambular ideológico sea el Perú mismo, permanentemente jaqueado por altos niveles de miseria y corrupción, el caos social, los narcos y la imperecedera guerrilla de Sendero Luminoso.
El escritor aseguró más de una vez, con certeza, que su tránsito de los matices de la izquierda a un liberalismo de línea directa con Washington fue la evolución política de toda su generación. “No volveré a participar nunca en política activa. Voy a seguir participando como escritor”, dijo en 2001. La declaración, lejos de simplificar su figura, la vuelve todavía más compleja. Porque la excursión política de Vargas Llosa terminó de definirlo como un intelectual de los llamados “orgánicos” que superó la ilusión de las izquierdas y siguió participando más allá del fraude de la sociedad perfecta.
En muchos aspectos, y no sólo porque El pez en el agua se parezca en léxico, ideas y contenidos a Recuerdos de provincia o incluso al Facundo, Vargas Llosa parece más un escritor del siglo XIX que del XX. Folletinista y político, periodista y docente, viajero y dramaturgo, del didactismo pasó, sin pudor y siempre que quiso, a la más profunda sensualidad de la narración.

El arte de contar. De su ansiosa producción intelectual, la extensa obra narrativa de Vargas Llosa se lee lejos y en conflicto con su personaje público. ¿Por qué? Apoyándose en el escritor, el intelectual se borra el suelo a sí mismo. Pero nunca es tanta la distancia como para que el oficio del constructor de mundos y personajes se pierda. Puntualmente, las novelas siguen apareciendo. Y pese a las cargas que su autor les impone, difícilmente las vemos derrapar. Recordar el proyecto de la “novela total”, cuya consecuencia directa fue La ciudad y los perros a principios de los 60, ayuda a percibir la capacidad de Vargas Llosa para dejarse transformar por la realidad circundante. Como era previsible, al énfasis inicial, deudor de teóricos absolutos como Luckács, le siguió un período más descontracturado, pero no menos comprometido.
¿Qué cambió en su manera de pensar lo relevante en el terreno de la narración desde, por nombrar un título, Conversación en la Catedral, hasta La tía Julia y el escribidor, dos retratos acabados y puntuales, pero muy diferentes, del Perú y sus habitantes? Puestas en orden, cada una de sus novelas marcan inflexiones como si fueran eslabones de una cadena que vibra. Pero hay momentos donde la comparación es más fuerte o la sacudida, más nítida. Pantaléon y las visitadoras, de 1973, marcó una transformación.
Con un protagonista tan coral y asombroso como un ejército de prostitutas, Vargas Llosa rediseñaba su idea de realismo, desguazaba la prosa lineal multiplicando las voces y sondeaba con éxito innegable la potente idea de construir un pelotón de “visitadoras”, que llevaba sosiego a los destacamentos perdidos de la selva y las fronteras. En ese delirio acotado parece entrar el Perú entero. Desde el regocijo en la humedad, la gastronomía y la exuberancia amazónica hasta el funcionamiento moderno de la prensa sensacionalista; desde la correspondencia secreta del ejército hasta las quejas de un capellán con rango militar; desde la violencia de un nuevo profeta partidario de la crucifixión voluntaria hasta el sueño masoquista y anal donde Pantaleón recuerda su operación de hemorroides, la historia del ascenso y fracaso de este proxeneta institucional y sus planes de organización libidinal no deja esfera pública y privada sin retratar.
Un año antes, en una entrevista que le hizo Ricardo Cano Caviria y que Anagrama publicó como El buitre y el Ave Fénix, Vargas Llosa ya relativizaba la función política de la literatura. Después de señalar que los revolucionarios pregonan una literatura crítica dentro de la sociedad burguesa, pero no así en una sociedad socialista, dijo: “Nada nos impide pensar que en una sociedad justa, organizada equitativamente, renazca una literatura eminentemente erótica o mística”.
La sociedad no cambió, pero la historia de amor entre un niño y una mujer adulta de Elogio a la madrastra allanó, sobre la década del noventa, el camino que terminaría por derivar en Los cuadernos de Don Rigoberto, donde el juego del exceso y la sensualidad producidos por el cruce entre imaginación y realidad exhibía un Vargas Llosa maduro, relajado y experto. Es muy visible que la relación entre el deseo y la libertad, que tanto lo obsesiona, está mejor tematizada y, sobre todo, mucho mejor resuelta - o habría que decir, no resulta- en sus novelas que en sus textos ensayísticos.
La posibilidad de ser ambiguo, que rara vez se permite si no es en el territorio de la ficción, hace del autor de La casa verde un narrador de peso, enigmático y seguro en el armado de las tramas y la construcción de personajes. Mientras cae directamente en la docencia más ramplona cuando se trata de, por ejemplo, artículos periodísticos, Vargas Llosa es un generador experto de climas, al mismo tiempo, verosímiles y asombrosos y de resoluciones expertas.
Estas condición de narrador excepcional, muy poco discutible, no alcanza para relativizar que el encuentro de su literatura y su personaje público sigue resultando incómodo en el ambiente intelectual porteño, que insiste con la idea de que autoproclamarse “de izquierda” implica, sin ningún otro esfuerzo, solidaridad y humanismo, cuando no directamente inteligencia y sensibilidad.
El inequívoco liberalismo de Vargas Llosa, incomprendido, demonizado y permanentemente acusado “de derecha” no es excepcional en el mundo de las letras. Pero resulta especialmente poco redituable en un campo intelectual dominado, puertas afuera, por un progresismo delicado que poco y nada sabe de la configuración política en Perú y de los alucinados planes estatizadores de Alan García. Pero mucho menos conoce la “economía informal”, motor vital del país, cuya integración a la legalidad estatal define el proyecto, ingenuo quizá, pero definitivamente modernizador, que Vargas Llosa impulsaba.
Más allá de las antipatías, los guiños y las diferencias, Mario Vargas Llosa sigue escribiendo a los setenta años. Su obra, compleja y arrebatada, continuará narrando el destino latinoamericano, y las generaciones venideras bucearán en ella para ver, algunas veces con claridad, los reflejos opacos de su rostro.
(Publicado en el Cultura de Perfil)

Saturday, March 25, 2006

ayer en la plaza

Ayer, al final el llamado de la historia me pesó y fui a la plaza. No me costó llegar, casi entusiasmado, a la derecha del palco. Eran las seis de la tarde y había mucha gente pero no se agrupaba en forma compacta. Una banderas negras, sí, negras, con letras blancas y la cara del Che me llamaron la atención y empecé a tomar notas. No había palos ni encapuchados como en lo de Martines de Hoz. Y sí había pibes de todas las edades, madres con sus hijos, gente que esperaba.

Los del escenario, parados como los niños cantores de Crónica, arengaban a los gritos a la multitud. Eso fue lo primero que me molestó y curiosamente casi lo único. “30.000 detenidos desaparecidos, ahora y siempre, presentes”. El “fuera yanquis de Irak y de América Latina” era mucho más aplaudido. Las entrañas abiertas del progresismo argentino sonaban como la versión amplificada de un volante universitario. Las caras eran de cansancio.

Todos los que estaban ahí sabían por qué estaban ahí. ¿Había necesidad de desgarrarse a ese volumen? El infaltable toque telúrico. Cuando estaba pensando que lo más probable era que no pasara nada, un grupo irrumpió directamente frente al escenario. Traían una bandera enorme, celeste y blanca, que decía “Juventud Peronista” y parecía confeccionada para la ocasión. En otra se leía “Peronismo Independiente”, más atrás “Agrupación universitaria Megafón”.

A la gente del palco no le gustó y enseguida empezaron a pedirles que se corrieran. Mientras tanto seguían las declaraciones. “Porque reivindicamos sus ideales y continuamos su lucha...” (Paréntesis obvio: ¿Perdón? ¿Reivindicamos los ideales de quién? ¿De los desaparecidos? ¿De los montoneros desaparecidos? ¿De los de la Juventud Peronista? Me hice estas preguntas, obvio, pero hasta a mí mismo me resultaron remanidas.)

Después, en la misma bolsa y con los mismos gritos se juntaban Cromañón y Las Heras. El pedido de apertura de los archivos fue la única consigna con la que me identifiqué. “Abran todo” pensé, “pero ábranlo en serio, a ver qué bichos saltan”.

La mujer del palco seguía quedándose afónica: “30.000 detenidos desaparecidos, ahora y siempre, presentes”.

La cabecera de Derechos Humanos –Madres, Abuelas e Hijos– no llegaba a la plaza. Los Ex combatientes CECM de La Plata que me rodeaban, también a la derecha del escenario, miraban como saltaban los del medio. Alguien pidió un médico.

Y ahí vino el primer roce, que gracias a Dios no fue físico: “Vamos a suspender el acto hasta que se desocupe el centro de la plaza” se escuchó. “Hay que hacer espacio para que entre la columna de Derechos Humanos. Ellos son el centro de la marcha”.

Los del PCR, muchas banderas rojas con letras amarillas (Hoz y martillo, cara de Mao muy parecida a la de Warhol), les empezaron a gritar que se corran. Desde el palco intentaron hacer prender la de “el pueblo las abraza, Madres de la plaza”, pero ni los “peronistas independientes” se movían, ni la gente coreaba, aplastada por el sonido. Ahí me agarró el efecto tunel de tiempo y volví a 1991, cuando se hacían las marchas por la ley de educación, o algo así, ya ni me acuerdo. “Si vuelvo a la década del ochenta con treinta años...” pero no, no había suficiente energía.

Por allá atrás otra bandera que no decía nada: “Movimiento de integración porteño”. Más a la derecha todavía, y abajo de su bandera los Desocupados de la CCC Matanza, esperaban tranquilos. Muchas familias. Muchos pibes.

“Vamos a leer la carta abierta a la Junta de Rodolfo Walsh”. Un tipo con una remera negra que tenía la cara de Olmedo gritó: “Ese era peronista, la concha de tu madre”.

Del palco seguía el tema de correrse y se empezó a hablar de la comisión de seguridad. También pidieron que no empujaran. El vallado se había hecho a la altura del subte y la mitad de la plaza no llegaba a contener a toda la gente que venía de Congreso.

Retrocedí hasta la puerta del Cabildo y abajo de una bandera larguísima que decía “Encuentro por la unidad latinoamericana” me encontré una amiga nacida en 1980. Me dijo “No hay unidad”.

Pasó un pibe de doce años, no más, con una remera pintada a mano que decía “30.000 sueños sepultados”. Los del MST que venían prendieron una bengala. Alguien reaccionó: “Estamos al aire libre, no hay problema”.

El problema del palco seguía, pero la columna de Derechos Humanos se había empezado a acomodar. “Tengo que vencer mi elemento posmoderno para venir acá” me dijo la chica de la facultad, mientras miraba su celular y le mandaba mensajes de texto a una amiga que estaba llegando.
— Ese es un problema que yo no tengo— le dije.
— ¿Cuál?
— Vencer mi elemento posmoderno.
— Bueno, vos tenés que relativizar tu elemento reaccionario.

Del celular le colgaba un muñequito de Hello Kitty. Me daban ganas de abrazarla. Pero cuando la chica posmoderna empezó a hablar con un anteojudo de rulos decidí que era hora de irme. El Chacho Álvarez alguna vez confesó en una entrevista que, en sus tiempos, después de las marchas, los telos se llenaban. Pero, insisto, era otra energía, era otra época, otros ideales. Aunque irse es lo más difícil sobre todo cuando no pasó nada, retrocedí por Diagonal Sur y pude ver que con percusión, murga y pirotecnia, bien ordenado, el MAS llegaban tarde.

A la altura de Alsina había vendedores de banderas argentinas. A las ocho, ya de vuelta en la redacción le ofrecí al editor de política una columna. “Mirá –me dijo–, el domingo esto ya va a ser viejísimo”. Después, por televisión, me enteré de la desorganización y los problemas y roces que hubo durante el acto. Cuando salí a la calle, llovía, pero sentir el agua en la espalda y en el cuello fue un sensación inesperadamente agradable.

Carlos Godoy, mucho gusto

"tampoco hay que tener la cara de culo de rivera
que se parece
al busto de sarmiento
que está junto a la escalera
en el mariano moreno"

Hoy sábado, no me gustan los títulos que CArlos Godoy les pone en Córdoba los textos que sube a su prolijo blog. Pero los textos en sí, hermano, es como si me estuviera leyendo la mente y al mismo tiempo cagándose de risa de lo que encuentra. Pese a la tonadita esa que dice que Rosario está cerca, lo que está cerca es Córdoba.

Friday, March 24, 2006

feriado

En vez de estar en casa, escuchando una selección de arias, empezando por La forza del destino, donde Caruso se toma en serio a sí mismo y te trasmite una sensación de inevitabilidad total, estoy en la redacción, a metros de Plaza de Mayo, donde un puñado de encapuchados sopesan sus muy televisivos palos con la cara tapa y todos esperan que aparezca la clase media argentina para evitar el desastre y los gases lacrimógenos. (Lo único que acusa recibo del feriado en mí es que me puse una remera en vez de una camisa de mangas cortas.)

Tendría que levantarme, caminar hasta le hall, tomar el ascensor, bajar a la calle y escribir una crónica de este asunto extraída de un merodeo torpe por la plaza. Quizás lo haga, quizás no. (Lo que sí me tienta mucho revisar esos papelitos que vi recién pegados en las paredes y en el suelo de un microcentro vacío. No necesito verlos para saber qué dicen. La curiosidad la genera el cómo lo dicen, o mejor cómo lo siguen diciendo.)

Guillermo Piro me acaba de mostrar su ejemplar de Cómo hacer el amor igual que una estrella porno, la autobiografía de Jenna Jammeson. ¿Por qué todavía no lo compré? ¿Por qué no estoy leyendo en la cama? Para colmo todos los locales de comida de la zona están cerrados. Alguien me pasa una papas fritas frias que le sobraron. “Es lo que hay” me dice. Las como resignado mientras TN trasmite en vivo y en directo.

Thursday, March 23, 2006

fragmento

La paranoia es económicamente muy redituable.

Wednesday, March 22, 2006

edición

Funes vende sus cuentos recubiertos de suplemento cultural.

rugby

Ayer me acordé no sé por qué de los cuatro años y pico que jugué al rugby. Había empezado primer año y un día fui con mi hermano y mi primo, no sé quién nos llevó ni por qué, hasta el Club San Martín (nombre completo: Club Atlético Ferrocarril San Martín). Encajamos enseguida. Al mes ya teníamos la remera tricolor (blanca, verde y azul) y jugábamos los domingos.

Ignacio y Fede todavía no habían crecido, estaban en sexto grado, así que los juntaron con los wines y a correr. Pero yo ya era bastante alto. Un segunda línea clavado. Siempre tuve hombros grandes. Cuando los aprendí a usar, desparramaba. Y en el line ganaba fácil. Aunque era lento, me sobraba aire. Sobre el final, el único que empujaba era yo y con eso alcanzaba. Si salía un scrum sobre la hora, era trie seguro.

Al full back titular le decíamos Michigan. No sé por qué. Tacleaba bien, abajo, y corría que daba miedo. Así que ese año los barrimos a todos. Los únicos que nos ganaban en los Duendes de Rosario. Fuimos hasta allá y perdimos los tres partidos que jugamos. Me acuerdo que hacían algo que nosotros no hacíamos: amagar a pasar la pelota y ¡tac!, te quedabas clavado. Y también pateaban en juego, algo que a nosotros no nos habían enseñado y medio que nos lo tenían prohibido.

Uno de los últimos partidos que jugué en San Martín fue contra Daom en el Bajo Flores. Domingo, diez de la mañana. No había nadie. En la tribuna visitante, apenas tres tablones, tan vacía como la de los locales, mis viejos se reían y aplaudían. Íbamos perdiendo por poco y me cayó la pelota en las manos. Si yo servía para lo bruto, no era tan bueno para juntarme con la pelota. Cuando me llegó, empecé a correr y crucé la línea. No fue difícil. Mientras corría sentí que había gente que intentaba pararme, pero eran manotazos.

El único festejo que me permití fue levantar el puño izquierdo y mirar a mis viejos cuando volvía trotando a mi posición, mientras el pateador se preparaba para tirar. Ahí mi viejo se paró y riéndose me gritó: "Saludá con la derecha, boludo". Después del verano, pasé al Club Italiano, que era el lugar donde tendría que haber empezado desde el principio. Pero el Italiano no había desarrollado bien las inferiores. No había suficiente gente y creo que no tenía ni remera oficial. A veces, cuando terminaban los entrenamientos, se armaba un seven. Pero no era lo mismo. Le faltaba fricción y yo siempre llegaba tarde.

aforismos

"15 días escribiendo un poema sobre una pala y 340 elaborando una epistemología de la derrota."

Se destapó el hombre-mono.

Monday, March 20, 2006

la fascinante leyenda de un beso


Cuando volvemos a Manuel Puig, las anécdotas, las lecturas críticas y los lugares comunes se mezclan y surgen en bloque. Ya son parte del recorrido obligado su pasional relación con el cine y las divas del Hollywood de los años 50, su viaje de estudios al Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma, la frase miope de Juan Carlos Onetti, “sé cómo hablan sus personajes, pero no sé cómo escribe Puig, no conozco su estilo”, su lectura del psicoanálisis como producto de consumo masivo, el éxito comercial de sus libros, su vida nómade, su homosexualidad.
Una y mil veces se contó la escena mítica en la que se descubre a sí mismo escribiendo casi “por casualidad” las primeras páginas de La traición de Rita Hayworth, saltando de un guión a un apunte “para ver mejor los personajes”, y de ahí a su primera novela. Por todo esto y por sus ocho novelas sensuales, Puig es, en la actualidad, un escritor mítico. Y si es verdad que hoy para leer necesitamos el mito tanto como el aire, menos se recuerda que no estaba del todo conforme con la adaptación cinematográfica de El beso de la mujer araña que hizo Héctor Babenco, pero que la aceptaba; que en Cannes la película generó polémicas y duras críticas entre los exiliados; y que su rutina de trabajo era constante y su terror a equivocarse, permanente, como le confiesa a la meliflua María Esther Gillio, que lo entrevistó en Leblon sobre el final de su vida.
Así, aunque el tiempo pase, siempre hay alguien escribiendo sobre Puig, sobre sus libros, sobre las adaptaciones de sus libros. A treinta años de El beso..., su obra vive un momento de auge. Como ningún otro acaparó, junto a la figura principal de Jorge Luis Borges, la atención de los escritores académicos, transformándose en tema de papers y libros, entre los cuales resaltan la biografía de Suzanne Jill-Levine, Manuel Puig y el beso de la mujer araña, y Manuel Puig: después del fin de la literatura, un prolijo recorrido crítico de Graciela Speranza. Pese a este embate, ambiguo porque el elogio nunca llega solo, su literatura no se reduce, más bien todo lo contrario.
La editorial Beatriz Viterbo encaró a fines de los 90 la edición de piezas de teatro publicadas en Italia, como Triste golondrina macho, o estrenadas en Brasil, como Bajo un manto de estrellas, o comedias musicales que no llegaron a realizarse y guiones nunca filmados, como Muy señor mío y La tajada. Por su parte, Querida familia: cartas europeas (1956-1962), publicado por Entropía, una verdadera novela epistolar que narra su primer viaje a Europa, abre el archivo personal, tanto o más apasionante que su obra, con la cual tiene una continuidad innegable.

Una larga conversación. ¿Qué pasaba en la Argentina y en el mundo en julio de 1976, cuando en la ciudad de Barcelona el sello Seix Barral ponía a disposición de los lectores la primera edición de El beso de la mujer araña? Aprobada en noviembre de 1977 por las Cortes Generales, pero ya sometida a un referéndum en diciembre de 1976, la Reforma Política Española que terminaría en la formulación de una nueva Constitución, que garantizaría entre otras cosas las libertades públicas, fue el principio de un proceso que culminaría en ese momento tan ligado estéticamente a Puig que se conoce con el nombre de “destape”. No es, entonces, del todo ajeno al éxito inmediato que tuvo el libro que en octubre de 1977 se aprobara una amnistía general para los últimos presos políticos.

En Buenos Aires, la situación era muy diferente. El golpe ya era una realidad. Pero no porque en marzo el tambaleante gobierno de Isabel Perón hubiera sido derrocado sin resistencia, sino porque desde mucho antes se habían extinguido los triunfales sesenta y de lejos se intuían la noche y la masacre. Tres años antes, Puig había tenido que exiliarse amenazado porque el experimental The Buenos Aires Affair había entrado en una lista de libros prohibidos por el gobierno justicialista. En este contexto, El beso de la mujer araña era al mismo tiempo incómodo, problemático y atractivo. Pésimamente recibido por amplios sectores de la crítica que atendían compromisos políticos o estéticos, se lo leyó con malicia, como si hubiera que defenderse porque sus libros venían a romper algo –de hecho, eso era lo que sucedía.

Desde la perspectiva actual, podemos observar que la elaborada conversación entre el homosexual y el guerrillero es al mismo tiempo limitada y certera. Limitada porque en un par de rounds Molina liquida a Valentín y le demuestra que la revolución no sólo es un tigre de papel, sino una dolorosa pérdida de tiempo. Certera porque preanuncia todo lo que pasará en el futuro inmediato: muerte y traición, sangre y tragedia, pero, sobre todo, el malentendido como motor de la historia. Curiosamente, cuando después Puig intente escribir sobre ese mismo tema menos atravesado por el cine, la homosexualidad y la sensibilidad melodramática, lo que le sale es Maldición eterna a quien lea estas páginas, una novela débil, racional, falta de libido literaria.

Los herederos. Mientras en la Argentina no tenemos un Alberto Fuguet, nacido en California, tan pegado al cine que escribe sus novelas desde la pantalla y hace guiones y dirige, la herencia local va por la mezcla, por la transposición y el uso de material que se supone no es literatura. Si en Los años 90, Daniel Link implementaba el recurso de la yuxtaposición de géneros rescatando cierta paradójica tradición experimental, en su segunda novela, La ansiedad, fue más allá reproduciendo los decorados internos de los correos electrónicos y la forma del diálogo de los programas de mensajería instantánea. Alejandro López, en la más ambiciosa Keres cojer? = Guan tu fak (Interzona, 2005), continuó esa incorporación formal y sintáctica empujando un poco más las convenciones.

El destino de López, que logra momentos narrativos de gran vitalidad, pero también frecuenta el miserabilismo, se unió más a Puig cuando Beatriz Sarlo reeditó, en su artículo “¿Pornografía o fashion?” de la revista Punto de Vista, la relación crítica-innovación. Mientras Sarlo usa la palabra “pornografía” con la impunidad del que ignora, los argumentos, que podrían ser atendibles, son invalidados de antemano por su indignación. Si López se planta en las técnicas narrativas de Puig –y lo hace–, Sarlo lo confirma recordando la reacción de sus detractores. En ese roce, se lee la vigencia de los problemas que Puig propone y resuelve en su narrativa.Muchos otros tomaron parte de esos movimientos conceptuales y los rellenaron con sus propias vidas, obsesiones o lecturas.

Washigton Cucurto se apoya en el latinoamericanismo melodramático para elaborar, por ejemplo, en su último libro de poemas, Un paraguayo ebrio y celoso de su hermana (Vox, 2005), una defensa de la función que cumple el McDonald’s en su vida familiar. Y el uruguayo Dani Umpi une a su carnalidad de estrella pop el exquisito glam de barrio en sus novelas Aún soltera (Eloisa Cartonera, 2003) y Miss Tacuarembó (Interzona, 2004). Incluso Alan Pauls, autor él mismo de un libro sobre Puig, acarició, con El pasado (Anagrama, 2003), el gran desafío de los herederos: expandir el público lector. Haciendo coincidir la textura proustiana con una sensibilidad extrema, Pauls narra una historia de amor que habría cautivado al autor de Cae la noche tropical.

Todos ellos comprendieron que entrar en contacto con Puig es asomarse al abismo cotidiano, cercano e inabarcable al mismo tiempo. Recogiendo todas las variantes posibles del bovarismo, tematizándolas, sondeando sus límites, expandiéndolos, su obra sigue vigente. Frente a la cultura libresca, la principal enseñanza de Puig no es mezclar voces, recortar o escribir pegado a los medios audiovisuales, sino mirar ahí donde las cosas pasan, proyectar esa sensibilidad mediática y vital donde el nervio está vivo y es incluso peligroso; escribir, en definitiva, sobre esa parte del deseo que no comprendemos, que nos supera y cuya presencia alcanza para volvernos desconocidos a nosotros mismos.

(Publicado en el suplemento Cultura de Perfil)

Un largo ejercicio de nostalgia

Sobre Aquí nos vemos de John Berger
En Aquí nos vemos, John Berger recuerda a sus muertos trayéndolos de nuevo a la tierra y para cada uno de sus encuentros elige una ciudad europea. En Lisboa, su madre lo espera, paciente, resguardándose del sol bajo una frágil sombrilla. El diálogo es ameno y familiar. Él escucha y ella finge desentenderse. Por otra parte, la ciudad portuguesa también opina. Es la ciudad del agua y un antiguo acueducto reemplaza a la plaza donde se ven por primera vez. Hay un buen momento cuando ella aplica algunas reglas de la frenología y él acota que los frenólogos “son un puñado de criptofacistas”. En el ambiente queda la duda. Las caras, después de todo, pueden ser leídas. El padre es tema obligado y antes de separarse, la madre le recomienda que no olvide la cortesía.
En la segunda parte, un mercado al aire libre de Cracovia y el muerto está vez es Ken, una especie de guía intelectual y vital del que Berger aprendió tanto a jugar a las cartas como a leer a Orwell y a Proust. Pintorescas mujeres venden verdura y dos hombres juegan al ajedrez, mientras ellos eligen una buena cerveza y rememoran épocas de estudios. Luego, en un barrio londinense de Islington, el narrador busca la ayuda de un compañero de estudios para evocar el amor físico y ocasional con un antigua amiga. “Quizás –dice fechando el relato– era algo que sólo podía darse en la primavera londinense de 1943.”
Después, una larga descripción, casi una monografía, sobre pinturas rupestres francesas. En la frontera entre Polonia y Ucrania, donde el narrador se reúne con dos amigos y su hijo recién nacido, se narra el final. En el capítulo más pobre de este recorrido europeo por el mapa de la memoria, Berger, acompañado de su hija, va a visitar la tumba de Borges. La interesante descripción, alejada del lugar común, le da relieve a la ciudad. Como una mujer, Ginebra es contradictoria, enigmática, sexy y reservada. Pero el escenario no logra sostener la iniciación sexual de Borges con la prostituta que le provee su padre. La pretensión es poética pero el resulta es serio y cursi. Berger dice: “Sólo se desnudaba en los poemas, los cuales, al mismo tiempo, eran sus ropas.”
Sosegada, incluso perezosa, la escritura de Aquí nos vemos es mansa, poco dada al armado de mecanismos narrativos o líneas argumentales. En algunos puntos, logra una nitidez asombrosa: “A veces nos quedábamos toda la noche hablando. Me despertaba y me llevaba al jardín; en un extremo había un busto de Séneca, y no nos podía ver nadie allí desnudos esperando que saliera el sol.” Sin embargo, al no ser exactamente una novela o un libro de relatos, sino que más bien una serie de textos autobiográficos nucleados alrededor del acto de recordar, el libro carece de conflictos, e incluso de potencia. Y los personajes, reales, valientes, diseñados para cautivar, nunca son ambiguos y no logran seducir. Hasta sus miserias, si se las permiten, son áureas.
Si bien ninguna de estas características es nociva en sí misma, su confluencia genera indiferencia. Recordar a los muertos puede ser un ejercicio de vitalidad. Pero a Berger le falta material, exposición, conflicto, y, a cambio, nos ofrece nostalgia por cosas, personas y situaciones que desconocemos. Una madre, un mentor intelectual, un poeta admirado, un viejo compañero de clase, no alcanzan por sí solos para despertar el interés. Por otra parte, la intención central del libro, desdramatizar de la muerte, no garantiza nada. El cuarto capítulo, por ejemplo, se titula sin ambigüedades Cómo recuerdan los muertos algunas frutas y es un recorrido gastronómico simple y exquisito por melones, ciruelas y cerezas. Pero al cruce le falta tensión.
En su lugar abundan las frases que Berger coloca como tesoros a ser descubiertos. La vocación de brillo se le nota y no esconde bien el objeto. “En lugar de enfrentarse a los misterios, la cultura de hoy persiste en evadirlos” sentencia. La frase hit que aparece sobre el final, solitaria en una página y a modo de aforismo es la confirmación de esa técnica. Lacónico y tautológico, Berger escribe: “La cantidad de vidas que caben en una sola es incalculable”. Del conocimiento de la campiña europea, Berger, nacido en 1926, extrajo sus mejores novelas.
Aquí nos vemos es un libro de vejez, pensado casi para cuando él no esté. Especie de proto-novela, o colección de apuntes autobiográficos, su clave de lectura actual la proporciona el mismo autor cuando, retratando a los cómicos de un Music Hall dice: “los números tenían que tener estilo. Había que ganarse al público al menos dos veces cada noche.” En Aquí nos vemos, el estilo está. Las ciudades, sin embargo, no alcanzan para alcanzar el objetivo final.
(Publicado en el suplemento Cultura de Perfil)

Sunday, March 19, 2006

dos películas y Scarlett



Fui a ver Match Point y descubrí lo seductores que pueden ser la lluvia y los trigales, pero sobre todo me acordé cuánto me gustan los paraguas transparentes.

Everyone wants to be found.

catherine



La belleza soporta cualquier ridículo.

Saturday, March 18, 2006

escasez de alusiones directas

¿Con qué relacionarías la escasez de alusiones directas a ese período entre tus contemporáneos?

El "período" es la dictadura de la cual celebramos en estos días sus treinta años para alegría de libreros, editores, periodistas y alcahuetes varios. La pregunta es una de esas que vienen ya con respuesta incluida, vicio del periodista argentino que tiene una hipótesis y no le da el cuero para salir a cantarla solo. El Cacique la responde con altura y nombra mi panfleto.

Friday, March 17, 2006

hit

Falco dice que Faunitas diez de Godoy es un hit.
Coincido.

Il pleure dans mon coeur, Comme il pleut sur la ville

En un libro bien editado, apenas tres versos de Juan Bignozzi.

Hace unos días he decidido luchar
Y la sola idea de la lucha me ha producido un cansancio tan infinito,
Que hasta mis mejores amigos guardan una distancia respetuosa

Algún día voy a escribir un texto crítico, ni eso, tres páginas mejor, sobre la brutalidad de lo que ignoran la poesía que les resulta contemporánea y sobre la supremacía estética y social de aquellos que la conocen, aunque más no fuera de oídas o tangencialmente.

Como está muy nublado, la casa está oscura. La lluvia, tan incómoda para salir, le da a mi vida cierta estabilidad.

Thursday, March 16, 2006

bovarismo

"Llamado más corrientemente 'bovarismo', deriva de la famosa novela de Gustave Flaubert 'Madame Bovary'. En términos psicopatológicos, el bovarismo consiste en una alteración del sentido de la realidad, de raíz esquizoide, por la que una persona se considera otra de la que realmente es. Introdujo el término el psicólogo francés Jules de Gaultier, antes del advenimiento de Freud y del psicoanálisis."
Extraído de esta psicótico-evolutiva página.

influencia

Dicen que cuando Schopenhauer estaba ya mal escribió la última entra de su diario y puso: “Bueno, la sacamos barata”. No le tengo miedo al dolor físico o espiritual, pero me gusta administrarlo. A veces se puede, a veces no. En todo caso, lo del filósofo alemán me conmueve. En un prólogo a una edición especial de Nippur de Lagash, el prologista decía que Nippur tenía filo para el malo y planazo para el tonto. Es una buena máxima. Siempre y cuando sea uno el que tenga la espada por el mando, por supuesto.

(Escrito bajo la influencia de esta esta película.)



On really romantic evenings of self, I go salsa dancing with my confusion.

Wednesday, March 15, 2006

periodismo (2)

Le tiras pedradas a algunos partidos
enjuicias personas al aire o en vivo
olvidas noticias sobre la guerilla
a todos los fraudes les cambias las cifras.
Por todo el planeta tienes a tu gente
por que es tu trabajo que nadie se entere
de pronto aparecen noticias urgentes
pues del protocolo eres un alcahuete.
Por que te conviene tener ignorante
a la gente que viene eres mal informante
hay un periodista que altera noticias
en un noticiero que esta en Televisa.

Que no te haga bobo jacobo
de Donde Jugaran Las Ninas? (1997)
Molotov




Chinga tu madre

Tuesday, March 14, 2006

micmac

el juego de las diferencias

¿En qué se diferencia esta producción periodística de esta otra? La segunda, la epigonal, es lejos la mejor. La sección, fíjense, se llama "Amor, sexo, fiestas y sexualidad".

Larga vida al Tigre.

Actualización de un polaco


Ya se consigue en las librerías porteñas la edición española que Seix Barral hizo de los Diarios (1953-1969) de Witold Gombrowicz. Escritos parcialmente en la Argentina, estos Diarios son el lugar de los tópicos witoldianos por excelencia: la inmadurez enganchada al problema de la forma, el culto prepotente al yo, un ligero masoquismo intelectual y esa ambigüedad vital tan seductora que parasita el existencialismo pero coquetea con todos.
Sin embargo, y pese a su centralidad en el pensamiento del escritor polaco, los Diarios tuvieron un destino editorial enrarecido y difícil en Buenos Aires. Aunque hubo otras traducciones, durante la década del noventa se conseguía apenas algún tomo perdido de Alianza. El voluminoso libro que ahora nos presenta la colección Biblioteca Gombrowicz de Seix Barral vienen a reparar esa falta con una traducción prolija a cargo de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles. Sin embargo, la cantidad de páginas no necesariamente encarna siempre algo positivo. Esta edición completa abunda en momentos farragoso y repetitivos, se citan nombres de escritores polacos desconocidos para el lector argentino y el voluminosos tomo, complicado de llevar y consultar en subtes y colectivos, se vuelve imposible de leer en la cama. Por otra parte, la introducción es más bien pobre y el aparato crítico, casi inexistente. Todo esto más allá de ser decididamente caro. Salvo fanáticos o estudioso, no hay muchas razones para comprar este libro.
La opción, indiscutiblemente más ventajosa, es la edición que Adriana Hidalgo hizo del Diarios Argentino, comprendiendo sólo los años que Gombrowicz pasó en la Argentina, y que, en elegante traducción de Sergio Pitol, propone un recorte ya clásico y una síntesis ideal. Es verdad que el libro de Seix Barral incluye los ensayos Contra los poetas y Sienkiewicz, pero la edición de Adriana Hidalgo ofrece a cambio una muy completa bibliografía de Gombrowicz en la Argentina.
Lectores y lecturas
Pese a todo, esta edición esmerada de los Diarios nos permite formular, otra vez, algunas preguntas. La que se hacía Germán García en su Gombrowicz, el estilo y la heráldica, “¿Por qué no existe un libro argentino sobre Wiltold Gombrowicz?”, tiene hoy poca validez. Su obra está lejos del olvido. Mientras se lo reedita, se lo enseña en la Universidad y se lo comenta en medios masivos y especializados. Juan Carlos Gómez ordenó su correspondencia y le dedicó su interesante Gombrowicz, este hombre me causa problemas. Por otra parte, su obra toda tiene, desde hace algunos años, lectores de privilegio. Por ejemplo, el omnipresente Ernesto Sábato dice que Gombrowicz “recomienda y practica él mismo la barbarie dionisíaca. Haciendo de su juventud e inmadurez una potencia renovadora. Buena lección para nosotros”. Pero ¿a quién refiere ese “nosotros”?
Más terrenal, Ricardo Piglia introdujo con un artículo de 1987 titulado ¿Existe la novela Argentina?, primero, la relación entre el polaco y lo argentino y, segundo, la comparación con Borges. Ubicando la cultura argentina en inferioridad frente a la europea, y leyendo a Gombrowicz desde El escritor argentino y la tradición, Piglia reconcilia a los irreconciliables y el estallido inmaduro y ridículo del polaco se acerca a la ordenada aventura borgeana. Juan José Saer repite estas ideas en La perspectiva exterior de 1989, para señalar que Gombrowizc practicaba “una oposición deliberada a los círculos intelectuales y poéticos de Buenos Aires” y vuelve a situarlo junto a Borges.
La sensación que queda es que a partir de El escritor argentino y la tradición se puede justificar casi cualquier cosa. Pero a diferencia de Piglia, Saer no evita reclamar al autor de Cosmos, como parte de la gran literatura occidental. Luis Guzmán, más cerca en el tiempo, definió Ferdydurke como “una de las novelas de mi generación” y describió el prólogo de La seducción como un “manifiesto (que) nos permitía oponernos a un sistema literario instituido. Gombrowicz dejaba más fisuras que Borges para imaginar lo que podía llegar a ser un escritor.”
Actualización
El peligro de leer desde la generación de Gusmán es que quizás esas grietas ya hayan sido rellenadas. Estas contundentes lecturas conforman ya una manera de entender a Gombrowicz. Mientras ayudaron a hacerlo visible, por lo menos para los lectores argentinos, también lo marcaron y lo fijaron. Esto, por supuesto, ocurre con todas las lecturas, lo curioso es que, en este caso, haya sido en el sentido inverso en que se mueve la obra leída, es decir, asociándolo a la prolija poética de Borges. Saer llega a hablar de “coincidencias profundas” y afirma que ambos se siente atraídos por “lo bajo”. En Borges, es verdad, están los compadritos, pero nadie va a encontrar los marineros de Retiro y menos en ese clima de extraña ambigüedad sexual que producía Gombrowicz. Nada más diferente de Borges que la obsesión wiltodiana por los cuerpos y esa “ola de erotismo tardío”.
Ahora bien, ¿cómo leer los Diarios hoy? ¿Cómo acercarse a ese libro complejo, exuberante y arbitrario? Para empezar, Gombrowicz dudaría de la acertividad con la que Piglia y Saer hablan de la tradición argentina, aunque sean cosas tan huidizas y atractivas como “los mecanismos de falsificación, la tentación del robo, la traducción como plagio, la mezcla, la combinación de registros, el entrevero de filiaciones.” (Es irónico, por otra parte, que cuando Piglia intentó formar parte de esa “tradición”, falló y tuvo que devolver la plata.)
La pregunta, en todo caso, ya no es tanto “¿qué pasa cuando uno pertenece a una cultura secundaria?” o “¿qué pasa cuando uno escribe en una lengua marginal?”, interrogantes que a esta altura ya suenan remanidos o puramente retóricos, si no que antes habría que preguntarse, por ejemplo, ¿quién ocupa hoy el lugar de escritor serio y central que Gombrowicz fustiga en Trasatlántico?
Mientras tanto, los Diarios merecen una nueva lectura, de ser posible, actualizada. La Argentina ya no es “un país todavía no poblado, no dramático”, ya no es “un estanciero entre las naciones, un oligarca orgullosamente sentado sobre sus espléndidos territorios”. La vida fácil, a la que Gombrowicz le hecha la culpa del caos argentino, no existe hoy. Entre el bienestar del post-peronismo en el que escribe sus diarios y este principio de siglo, hay cincuenta años donde los argentinos conocieron la guerra, el hambre, depresiones económicas impensadas y diferentes tipos de terrorismo de Estado. El tan mentado paralelismo entre Polonia y Argentina se convierte hoy en un postulado irregular y dudoso. El destino europeo de la primera es cada vez más concreto mientras nuestro fijación en el Tercer Mundo es un hecho hace rato.
Gombrowicz sabía que el único camino posible era hacia el centro, hacia el prestigio, hacía París. El recorrido inverso desembocaba en el dolor, en la destrucción y quizás en la fama. (Baudelaire lisiado y sifilítico, Wilde preso, Hemingway disparando con el pie el gatillo de la escopeta que le reventó la cabeza). Así y todo les habla a sus futuros lectores con una lucidez que a veces asombra: “Podría ante todo (y eso lo necesito aún más por ser un autor polaco) romper esta estrecha jaula de nociones en la que desearían aprisionarme. Demasiado hombres dignos de mejor suerte se han dejado encadenar. Soy yo y nadie más que yo quien debe designarme el papel que me corresponde.” Que así sea.

(Publicado en el suplemento Cultura de Perfil)

Monday, March 13, 2006

la ruptura del verso y el amor a la ciudad

¿Qué lectura política podemos hacer de que Gelman cada vez se parezca más a Alfonsín? (Porque a esta altura decir algo sobre el títular "La poesía es una manera de vivir" no rinde.)
Fíjense que al final, como llegando a un fiesta cuando se acabó la joda y ya están barriendo las serpentinas del piso, aparece el hombre de Boedo, hoy lesionado a causa de un infeliz choque con Barilaro, pero crédito local en el área. Obvio lo prefiere a Mangieri.
Por atrás y en la suya, baja naipes marcados desde hace rato el turco. En fin, la agenda de siempre que no se extingue, pero se enrarece.

ficción

El Interpretador trae en este número aniversario un relato que me pertenece.

Sunday, March 12, 2006

la otra liga

Godoy dice que Falco jugó presionado, pero igual la rompió.

Por favor, que alguien le avise a Fontanarrosa. Que deje de decir que los escritores argentinos no juegan al fútbol. Ya está empezando a pasar por gil.

Saludos, Córdoba la docta. El jueves después del juego y ya en el tercer tiempo dicutimos si íbamos nosotros o venían ustedes. Veremos.

crónica de un match

"El Rinho respondió muy bien físicamente (una de sus virtudes) en su vuelta aunque no se lo vio muy conforme en alguna que otra jugada. Se dice que hasta dijo una mala palabra (improbable)."

Gracias por la magia, Funes, jugar con vos hace que todo sea fácil.

Friday, March 10, 2006

sexo y política

"Si veste da donna e crede di poter dire quello che vuole. Meglio fascisti che froci"
"Se viste de mujer y cree que puede decir lo que quiere. Mejor fascista que trolo."
Siempre estos encontronazos mediáticos, más allá del innegable sentido primero, despiertan cierta lectura segunda en mí. Como si la poco sutil Alessandra Mussolini al final fuera el personaje de un talk-show (que lo es) dentro de un novela que me interesaría mucho leer. Por supuesto, la brutalidad de la nieta debería estar mirada no con indignación sino con comprensión y hasta con pasión por descubrir cómo funcionan las cosas en esa cabeza, tan condicionada por la historia, la familia y la política.

Thursday, March 09, 2006

Anagrama, mon amour



Mi primer encuentro con Kureishi fue en La Carbonera. Con dirección de Javier Daulte, Carlos Belloso hacía del hombre maduro y disconforme que protagoniza Intimidad. La adaptación era de Gabriela Izcovich, que en ese mismo teatro no mucho después, y con un elenco parecido, montaba otra novela Anagrama, Terapia de David Lodge. En el recuerdo, las obras se me confunden. Belloso se separa de su mujer y un amigo le da refugio. Su mujer anda con otro y el trata de reencausar su vida. Gonzalo Kunca, el amigo, prácticamente hacía el mismo papel en las dos obras. En una era productor de televisión.

Después encontré una entrevista a Kureishi en una Ajo Blanco del 91 donde decía: “Los ochentas fueron una época horrible. Un shock para la gente como nosotros, como una patada. Años represivos y regresivos. Todo era vacío, sólo contaba el dinero”. En el copete de la nota se leía: “A esta altura no debería sorprendernos que el mejor cronista de la Inglaterra actual no se llame Smith o Jones”.

El recorrido de Kureishi tiene algo de trágico y bastante de lugar común. Joven revolucionario de café, viejo burgués desencantado, divorciado, novelista; sus personajes, bien construidos, son reflejos autobiográficos de su persona. La nota de originalidad la aporta ser inglés, hijo de un funcionario paquistaní. Cada tanto, dirigir películas exitosas.

Buenos Aires es una megalópolis, pero al mismo tiempo nada puede arrancarla de su ubicación periférica. La mayoría de las modas literarias las recibimos tamizadas, llegan sin fuerza, o con una fuerza discriminada que hace mella en algunos más que en otros. Un amigo me dice: “Homi Baba, Sai Baba, ¿qué me carajo importa la producción cultural inglesa de influencia asiática? ¿No es demasiado rebuscado?”.

Es verdad que el problema racial que encarna Kureishi como hijo de inmigrantes parecería no afectar a la Argentina. Resulta un poco traído de los pelos comparar Londres con Buenos Aires, a los paquistaníes con los bolivianos y a los hindúes con los peruanos. En todo caso, acá tenemos nuestras propias problemáticas. Sin embargo, el autor de El oído en su corazón nos habla de gente que se busca, se ama, se rechaza, se equivoca y se vuelve a juntar. De eso hay en todos lados.

(Publicado en el suplemento Cultura de Perfil)

Wednesday, March 08, 2006

Lauren



Le decían "The Look". Adivinen por qué.

Tuesday, March 07, 2006

diseño

Por lo que se ve en Internet, al seleccionado de escritores cordobeses, los que juegan en Gallo 240 de esta capital nacional, los bailan. Pero en diseño, muchachos, ahí nos pasan el trapo mal.

Monday, March 06, 2006

Un hombre que cae y se levanta



Hace unos días un amigo me preguntó cuál era mi actor preferido. Dudé entre Jean Pierre Leaud (la nostalgia de una Europa que ya no existe) y Brad Pitt (en El Club de la pelea y en Snatch, había dejado en claro que con belleza física se pueden hacer cosas diferentes). Sin embargo, respondí Bruce Willis. ¿Por qué?

Pienso un segundo en el cine San Martín de Flores, un día de verano, las paredes transpiradas y las butacas con los tapizados rotos. Son las seis de la tarde y entre la gente que fuma en la platea, estoy yo. Tengo trece años y mi abuelo me lleva al cine a ver un estreno. En la película, el Nakatomi Plaza arde en llamas y el héroe, con los pies ensangrentados, vuelve locos a los malos y tiene tiempo para ironías. La película se llama Duro de matar y cuando empieza John McClane está tratando de salvar su matrimonio. El San Martín se transformó en un cine porno y después desapareció. Antes, Bruce Willis hizo El último Boy Scout donde un detective cornudo y una estrella de fútbol decadente se unen contra la corrupción política y deportiva.

Cuando Bruce Willis hace de alcohólico, pierde el trabajo y exhibe sus manos y su conciencia manchadas de sangre inocente, es cuando más atractivo se vuelve. ¿Por qué? Porque no se entrega. En Sin City, el malo, monstruoso, se acaba de llevar a la Jessica Alba y él está colgando del techo. En la oscuridad del cuarto la soga alrededor del cuello se pone tensa. Y hay un momento de debilidad. “Bueno, perdí” dice y se entrega. Fundido a negro. Tenemos un nudo en la garganta. Entonces, la voz en off agrega: “No, esperen, todavía se puede”. Es el momento de hacer la diferencia.

En defensa del honor lo tiene como un coronel capturado por los alemanes durante la Segunda Guerra que busca una salida, preso dentro de su propio código militar; la seriedad impenetrable de El protegido cuenta su crisis identidad y en Tiempos Violentos mata a un hombre boxeando, traiciona y huye, pero una vieja promesa lo retiene.

Más allá de la simpatía del cínico David Addison de Luz de luna o del recio Harry Stample de Armaggedon, el papel de Bruce Willis es el del hombre que cae y se hunde, muchas veces hasta el fondo del infierno cotidiano, para que la película no sea otra cosa que el largo y doloroso camino de la recomposición personal.

(Publicado en el suplemento Espectáculos de Perfil)

no digas sí, di oui

Buscando una foto de Bruce, encontré fotos de famosos que no tienen nada de malo.

Tres partes y el presente

Sobre Leyenda - Literatura argentina: cuatro cortes
de Daniel Link, editorial entropía.
Leyenda - Literatura argentina: cuatro cortes se presenta en su introducción no como “un libro de historia de la literatura argentina” sino más bien como “un tratado de arqueología”. La periodización crítica, en todo caso, hace de columna vertebral en las primeras tres partes y sobrevuela la cuarta. El primer corte, Peronismo y misterio (1942-1953), se compone de útiles respuestas sobre el destino del género policial en la Argentina y sus vinculaciones con lo político, esfera que también recorre las dos partes siguientes. Crítica y política (1955-1966), quizás la mejor pieza del libro, rastrea los momentos de inflexión de la crítica literaria local. Leyendo a partir de sus diferentes soportes, círculos de pertenencia y procedencias editoriales, Link construye una identidad y una ubicación convincentes para cada uno de los escritores que nombra (Viñas, Jitrik, Sebrelli, Masotta, entre otros).
En el tercer corte, Crisis de la literatura (1968-1983), se releva el desempeño de distintos actores intelectuales en el paso de los “festivos” años sesenta a los conflictivos setenta. A estos tres ensayos de neta producción académica se le opone el cuarto corte (1995-2010), una miscelánea de críticas breves publicadas en medios especializados y suplementos culturales. Es como si, para hablar del presente, Link tuviera que abandonar la forma no rígida pero inevitablemente esquemática del paper y dejarse avanzar por la desarticulada energía cotidiana, donde las lecturas son más audaces y jugosas en su arbitrariedad.La prosa de Link, siempre prolija, pone especial atención a las diferentes formas de la narración, sus soportes y oscilaciones entre lo artesanal y lo industrial, entre la elite y lo masivo.
Hay una influencia evidente en la mirada y escritura de Leyenda... que conjuga, por su claridad y legibilidad, lo mejor de Beatriz Sarlo con la fuerza intelectual de Literatura argentina y política de David Viñas. Menos ambicioso que Literatura y disidencia, menos teórico que Cómo se lee y otras intervenciones críticas, Leyenda... es un libro algo predecible pero ágil y feliz, al mismo tiempo que un excelente recorrido por un fenómeno tan esquivo y vital como es la literatura argentina del siglo XX.
(Publicado en el suplemento Cultura de Perfil)

el crítico como artista (2)

Ayer el suplemento Cultura de Perfil publicó una entrevista que le hice a Daniel Link.
Recomendado.

Saturday, March 04, 2006

Musse D´Orsay, París VII



La primera vez que fui al Musee D´Orsay me llevó una bailarina alemana. Yo estaba enamorado y ella pensaba que yo hablaba en portugués, o algo así. Un día me llamó y me dijo que tenía el día libre y quería ir a ver una muestra muy importante de pintores impresionistas que se exhibía en el Orsay. Su maestra se la había recomendado enfáticamente.

Creo me gustaba porque una parte muy importante de ella todavía vivía en el siglo XIX. Yo siempre fui muy siglo XX. Incluso lo soy en este momento, terriblemente XXI. Así que fuimos y mientras esperábamos para pagar la entrada, se largó a llover y nos tuvimos que resguardar abajo de su paraguas. Estar abajo del mismo paraguas con una mujer mientras llueve torrencialmente es una fuerte experiencia de intimidad pública.

La cola avanzaba lenta y estuvimos mirando el rinoceronte que estaba en la puerta durante un buen rato. Después entramos y subimos porque los impresionistas estaban en los pisos altos. Ella habló un poco más que de costumbre, y hasta intentó ser un poco más simpática, pero yo lo único que quería era salir y volver a hacer la cola para comprar las entradas otra vez.

kill ´em all

Los productores de pastas del oeste se levantaron con ganas de justicia.

(Un comentador estuvo bien, modificó el slogan y dijo: "No se olviden de Arajona".)

A mí me parece perfecto. Háganlos mierda a todos.

Friday, March 03, 2006

verano en el rio de la plata

Nena, me gustan tus fotos. Listo, lo dije.
(Luis, no te pongas celoso, vos también sos un number one.)

la novia vestida de negro



Cambió a Superman por un condenado a muerte.
(¿Qué podemos, sino es melodrama, esperar de una periodista?)

Thursday, March 02, 2006

medio y espectáculo

Es interesante, o al menos curioso, la manera en que el periodismo corre atrás del sentido y, muchas más veces de lo que está dispuesto a admitir, tropieza y cae. Esto ya es todo un asunto. El tema es que muchas veces en ese sentido descorrido, en ese acertar poco o no acertar, está lo más interesante que puede dar estéticamente. De alguna forma esta idea ya es una vieja conocida. Ahora, ver a los editores corriendo, literalmente, con la ilusión seria de acertar alguna vez en la vida... Bueno, eso sí es todo un espectáculo.

¿Es un error derrocar a los dictadores?

Después de citar que el economista bengalí y fundador del Banco de los Pobres, Muhammad Yunus, declaró no hace mucho tiempo que “La globalización es una –atención– bendición del cielo” porque al fin “el hambre y el pan se encuentran en un mismo camino", Nacho Fernández, un extraño polígrafo español que trabajó como asesor en el Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco, agrega con prosa de barricada en su ¿Es un error derrocar a los dictadores?

“Puede que los movimientos antiglobalización hayan confundido este fenómeno económico con un posicionamiento antiamericano. Quizás no se opongan tanto a que los grandes capitales inviertan en los países pobres y a lo que realmente son contrarios es a que ello lleve consigo aceptar el modo de vida americano y su influencia política. Si esto es más de aquello debieran explicarlo a la sociedad, porque, en tal caso, no creo que se les pueda perdonar las algaradas que organizan y menos aun los alardes de violencia que tan frecuentemente emplean. Para un bengalí, un chino o un indio, que se enfrentan con el hambre diariamente esa supuesta colonización probablemente no les importe gran cosa.”

El tipo es un pragmático, sin asomo de progresismo o reflexión, un economista distraido, un televidente, casi un bruto. Y sin embargo... En la tapa del libro (BO, Madrid, 2005), un gordo en musculosa le entra a martillazos a una estatua de Saddam Hussein.

Wednesday, March 01, 2006

el crítico como artista

“Ni el pornógrafo ni la pornografía son motor de nada. Sí la amistad y la escritura.”

“Dos grafómanos de la era digital perdidos en la noche.”

“La novela, en definitiva, es una historia de amor – de un deseo amoroso, antes que sexual - con final feliz, inclusive un poco cursi.”

“Buenos Aires es objeto de una mirada más profunda (más fragmentaria, focalizada, fascinada) que cualquier mujer de la novela.”

Una esmerada reseña del Gordo Gostanián en Mavrakis y Valdés sobre mi última novela. (Tengo que admitir que acierta en mucho y, si se fijan bien, creo que hasta cita a Borges.)

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