Leí
Veteranos del pánico de Fabián Casas, editado hace muy poco por Eloisa Cartonera.
Acá van mis apuntes de lectura.
Uno. El título suena raro. No estoy seguro de que sea un buen título. Cuando aparece en la naración, sin embargo, y aunque no se explica nada, uno entiende la elección. Después de una breve glosa de los ya clásicos amigos del barrio, el narrador dice: “(...) cada uno de nosotros nos fuimos convirtiendo, inevitablemente, en veteranos del pánico.” Parece excesivo. ¿Una bandita de barrio puede ser tal cosa? ¿No es demasiado?
Hay una frase de Neil Young que es clara al respecto: “Saber que mis problemas son ínfimos no hace que se resuelvan”. Se podría agregar que el miedo no puede ser medido en relación a todo lo demás. El miedo se siente. No es una cuestión de derecho. Nadie tiene derecho a sentir más o menos miedo. Y en Argentina de fines del siglo XX, los pibes se graduaban del miedo en casi cualquier parte.
Dos. Como es costumbre en la obra de Casas las diferentes historias giran en torno del impreciso barrio de Boedo. Hay hasta una breve genealogía de la zona. Esto se agradece. Yo, que me crié comprando revistas en el Parque Rivadavia y cursé trece años fatídicos de estudios en el Normal Nº4, lo agradezco. No se me ocurre qué pueden sentir frente a este texto los lectores de Serondino y Colastiné norte, pero bueno, ellos tiene los libros de Saer. Cada cual se jode como más le gusta y dependiendo del barrio en que haya nacido.
Tres. En la narrativa de Casas la autobiografía aparece como experimentación y la experimentación como autobiografía. No, en realidad, no. No es la autobiografía, es algo sutilmente diferente. Es lo autobiográfico. En todo caso, las piruetas con el idioma le importan poco a Casas. Lejos de eso, es decuidado.
El Bosque pulenta empieza así: “Se trata de dos chicos que salen a la vez por las puertas traseras del mismo taxi y, por miles de motivos, no se vuelven a ver más.” No es un recurrir a la oralidad. No es un recurrir a nada. Es la ansiedad y hechar mano a lo que se tiene.
En
Ocio se repite un par de veces la palabra “trasero”, que a mí me suena a Bugs Bunny. ¿Vocabulario de subtitulado de película alquilada en el videoclub del barrio? ¿Sintaxis de anécdota contada en una esquina? No importa, si los personajes viven. Y los personajes y la Buenos Aires de Casas viven y viven mucho.
Acá, obviamente, se defiende a Arlt y se lo continúa, pero en serio. No se vocina que se lo va a seguir para después arrugar. Casas lo intelectualiza. Insisto, lo sigue en serio. Aunque quizás sea una comparación estrambótica, como Jorge Asis, lo defiende en la prática. En una de las mejores escenas de
Veteranos... aparece prendido. Es un sueño, y en el sueño, el narrador comienza a ser él mismo frente a una multitud después de haber escuchado el prólogo de
Los Lanzallamas. Lejos, lo mejor que escribió Arlt, que, de paso, era de Flores.
Cuatro. Veteranos... tiene una
Introducción Obligatoria que nos advierte que de este relato salen las historias y los poemas que Casas viene escribiendo desde hace un tiempo. Salen, sí, es cierto. Pero también entran. No quiero contradecir al crítico Paraguayo Roberto Anachuri, porque sería meterme con una ironía. Pero no creo que este ni ningún otro de los textos de Casas sea central. La estructura es más bien tipo telaraña. Hay recurrencias, flujo y reflujo de ideas, situaciones y personajes. Y en tren de decir disparates, todos los caminos nos llevan a Boedo.
Cinco. Casas no está en contra del canon ni está a favor, está al costado. Con las cosas que valen la pena. Mira el conventillo literario desde el otro lado de la calle y con desconfianza. Es una forma de ser. A mí me gusta. Me gusta que sus textos sean breves y que se consigan solamente si se los busca.
Seis. El final de
Veteranos... es abrupto. Mi mujer, cuando lo leyó, me dijo que Casas se cansó de escribir y lo largó. Puede ser. En todo caso, escribir cuando uno está cansado es feo. Pero yo no lo veo de esa manera. Si se cansó, no me importa. Para mí la aparición del sexo, la exhibición de la bombacha de la prima, significa el final de la infancia. En todo caso, si esta interpretación no los convence, déjenme decirles que disfrute leyendo el relato. Y a esta altura del partido, eso es mucho.