Hernán Iglesias-Illa, alias Hernaii, que mantiene su
blog desde Nueva York, escribió una
nota para
Trabajos Prácticos, un sitio importante, casi modélico en el debate cultural y político argentino actual.
Porque me considero, antes que otra cosa, un novelista contemporáneo que trabaja básicamente con el presente, la nota de Hernán Iglesias-Illa me interpela. Acá va mi respuesta.
Querido Hernaii,
No quiero empezar a poner links para intentar demostrar que soy la excepción que confirma esas reglas que elaborás con una ligereza que impresiona.
Tampoco quiero tirotear mi propia trinchera, por eso te doy la razón cuando decís que hay un hueco, que faltan libros que narren aquello que no se narra. Seguís acertando cuando señalás que muchos escritores, desde hace un rato, andan dándole vueltas al infinito problema del lenguaje y que, en definitiva, se la pasan jugando al balero. Pero esa “falta” la venimos tematizando, sondenado y cuestionando con escritura, libros e intervenciones varios tipos desde hace ya un tiempo. Tenemos que hacer una narrativa urbana y social que suene como Primus, como los Beastie Boys, como la Fernández Fierro. Una literatura que le vuele la peluca a todo el mundo. Lo sabemos. Es una meta, un proyecto. Ahí das en el clavo de lleno y sirve que lo digas como lo decís. A mí por lo menos me sirve y lo aplaudo.
Pero, aunque tus buenas intenciones son claras, es obvio que no leíste lo suficiente, ni siquiera lo básico.
Primero que nada, sobre el tema del lenguaje, Hernán, tendrías que consultar
La Joven Guardia (Norma, 2005). Y después contáme cuántos partidarios del “lenguaje” encontraste ahí. Maximiliano Tomás, el compilador del libro, que no pretendía armar una editorial de la nada y que no tenía el apoyo del Estado, se mandó una búsqueda responsable que duró sus buenos meses e incluyó varias horas al día de esfuerzo. Después, hizo un solo libro que para algunos significó mucho. Y la mayoría de los que publicaron ahí estaban en funciones hacia el 2003.
Sobre el tema de las generaciones también tenés una confusión. Te la agarrás con los que tienen menos de treinta y cinco años pero los que arrugaron y siguen arrugando son los que ahora tienen cuarenta y pico largos. Citás a algunos, y las citas son claras y sirven, pero justo con Fabián Casas, al que condenás por una frase, te equivocás. No me corresponde a mí ilustrarte, ahí están sus libros. Es más, mucha de su mejor prosa se consigue en la web.
Por otra parte, la frase “Y no ha habido una sola novela que haya puesto los pies en esas arenas movedizas y haya tenido, al mismo tiempo, una mínima relevancia social” no sólo es errada, sino frívola y tremendista.
Vos decís que Philip Roth gotea. En la Argentina tenemos varios goteadores que hacen pie en esas arenas movedizas. Decís que las almas bellas dicotomizan, o el gran capital o la inútil fiesta del lenguaje, y es cierto, pero vos hacés lo mismo, y entiendo que lo hacés por desconocimiento. Entre Aira y Suar no ves nada y ese espacio está lleno de cosas. Te ahorro la lista, pero sería bueno que te pusieras en campaña para leer. Seguro que te llevás una sorpresa.
Ahora bien, donde más feo te equivocás, sin embargo, es cuando pensás que con guita (que no ligaste) y alguna buena idea (que seguramente le hubieras aportado al proyecto, no sé porque pero te creo) se saca adelante una editorial. Esto no es así.
La figura del editor es la pieza clave en todo este asunto. Cuando el editor sabe leer (leer el campo intelectual y leer los textos), y sabe pedir, y tiene un proyecto, y sabe comunicarlo, los escritores surgen y se forman a su lado.
El editor no es una pieza decorativa que dice que sí y le besamos el culo y dice que no y lo odiamos. Llach, Mariasch y Cucurto, tres de los grandes poetas jóvenes de hoy, son también editores, y es más, excelentes editores. Crearon los espacios, los construyeron leyendo con audacia y con paciencia y, escucháme bien, lo hicieron sin grandes capitales, más bien todo lo contrario. Ellos no se “desentusiasmaron” a la primera de cambio. Hay más ejemplos, pero me planto acá.
¿Y cómo es eso de que en los dos años siguientes a renunciar conociste “algo del ambiente literario porteño”? ¿No lo tendrías que haber hecho antes? ¿No lo tendrías que haber conocido en su totalidad? El editor tiene, sí o sí, que dominar el tema “mundillo literario”. Después, hará sus apuestas y sus descubrimientos.
Ahora bien, aunque me gusta mucho el fútbol y fui un par de veces a San Isidro, jamás se me pasó por la cabeza comprar jugadores ni caballos de carrera. Un editor no puede ser un tipo que está aburrido de ser periodista. El editor tiene que ser el coach. Tiene que ser como Burgess Meredith, el Micky de Rocky I, el del gorrito de lana y el pelo blanco. ¿Te acordás, cuando Rocky lo va a buscar y le pide que lo entrene, lo que le dice?
Le dice: “¿Querés pelear, zurdo de mierda? No, no te voy a entrenar porque te van a reventar el ojo malo ese que tenés. A los boxeadores zurdos habría que prohibirles subirse al ring. Ah, ¿insistís? Bueno, escucháme, lo vamos a hacer juntos. Y lo vamos a hacer bien, y vamos a salir adelante”.
Si el coach se desanima, ¿qué queda para el que se tiene que subir al ring? ¿Qué escritor le confiaría su manuscrito a un editor que a la primera de cambio se raja?
“Todos se llenan la boca hablando, son todos amigos —decía Ringo—, pero cuando suena la campana, te sacan hasta el banquito”.
A mí me da la sensación de que tiraste la toalla porque simplemente no estabas preparado para cumplir el rol que te habías auto-adjudicado. No fue por una cuestión de capital o de autores. Decir que no hay nada, aparte, es un lugar común que se desacredita solo.
Los escritores, jóvenes o no, siempre necesitamos un editor con ideas y proyectos, que se juegue y encuentre la guita para hacer los libros, que lea los originales y haga observaciones, que fije caminos y ayude con los obstáculos, que se agarre con los distribuidores si lo bicicletean o con los libreros si le mandan los libros al depósito en vez de tenerlos en la vidriera.
Vos pedís escritores de base, que le pongan palabras al quilombo social argentino en un lenguaje abierto, llano, comprensible pero también jugado. Vos pedís escritores que tomen partido, que narren el mundo que los rodea, que se animen, como decía Hegel, a ser contemporáneos de sí mismos. Bueno, yo tengo todo el derecho del mundo, entonces, a pedir editores que me acompañen en ese proyecto.
Atte.
Juan Terranova